Elecciones egipcias: el pescado dentro, por el calor

Elecciones egipcias: el pescado dentro, por el calor

De poco sirvió declarar festiva la tercera jornada electoral ni pedir a los empresarios que liberaran a sus empleados. Tampoco amenazar con elevadas multas. Hubo incluso un presentador televisivo pro gubernamental que prometió besar los pies de los padres de quienes acudieran a la urna (lado jocoso de la ocurrencia) y que amenazó con disparar a las mujeres que se fueran de compras (faceta macabra, de escasa gracia).

La obsesión del faraón Al Sisi era obtener en los comicios recién celebrados una alta participación. Con ella convencería a los incrédulos de que el golpe de Estado con el que derrocó a Morsi, presidente democráticamente elegido, era apoyado popularmente. Podría así esgrimir su legitimación. Pero en los dos días programados los colegios electorales estaban prácticamente vacíos, algo que reflejaba la prensa extranjera. De ahí que al faraón no se ocurriera otra cosa que añadir un tercer día. Tan peregrina decisión se justificó con que hacía mucho calor y la gente no iba a votar. El voto a pescar -el del súbdito más que ciudadano- estaba dentro, no de la urna, sino de casa. De modo que el voto no ha entrado masivamente en las urnas. El pescado -como en la España de los años 50 por la inexistencia de cámaras frigoríficas- se ha mantenido dentro, por el calor.

De poco sirvió declarar festiva la tercera jornada electoral ni pedir a los empresarios que liberaran a sus empleados. Tampoco amenazar con elevadas multas. Hubo incluso un presentador televisivo pro gubernamental (como casi todos) que prometió besar los pies de los padres de quienes acudieran a la urna (lado jocoso de la ocurrencia) y que amenazó con disparar a las mujeres que se fueran de compras (faceta macabra, de escasa gracia). Si damos por buena la cifra oficial, sólo acudió el 48% del censo. Y desde luego -contra la descarada manifestación del actual presidente interino designado a dedo, Adly Mansur ("el Estado es neutral")- el Estado ni es neutral ni quien va a dirigirlo desde ahora es demócrata. Eso sí, según reciente encuesta de Pew (abril 2014), el 54% de quienes responden rechazan la opción "Democracia, incluso con algún riesgo de inestabilidad política" y se inclinan por "Gobierno estable, incluso sin plena democracia".

En este ambiente, Al Sisi estaría legitimado porque desde que derribó a Morsi ha logrado un Gobierno estable. Ha refundado la policía secreta de Mubarak, reinstaurado los tribunales marciales, impuesto estrictas restricciones al derecho de manifestación, detenido a numerosos periodistas y creado una sui generis variante judicial: a menudo los abogados que defienden a presos partidarios de Morsi son detenidos en la misma prisión donde visitan a sus clientes. Sin olvidar los 1.500 islamistas condenados a muerte. Obviamente, el 54% de los egipcios puede estar tranquilo: disfrutarán de Gobierno estable sin democracia plena.

El faraón no sólo es un consumado estabilizador, sino también un buen prestidigitador. En julio de 2013, al día siguiente de hacer desaparecer a Morsi, declaró: "El ejército no pretende hacerse con el poder". Meses después: "Salvo que el pueblo se lo pida". Por cierto, en Egipto, el ejército lleva a cabo labores estabilizadoras de tipo diverso, entre otras, la económico-financiera. Las fuerzas armadas controlan o son propietarias, directa o indirectamente, del 40% de la economía (atención, Pablo Iglesias de Podemos: estos sí que constituyen una genuina casta y además endogámica. Los hijos suelen seguir la profesión del padre. La hija de Al Sisi está casada con el nuevo jefe del Estado Mayor del ejército). Al Sisi no será demócrata, pero es paternal y también paternalista: "El ejército es como el hermano mayor o como el padre que tiene un hijo que es un desastre y no comprende los hechos". Vamos, el pueblo es un hijo tonto. De ahí que el faraón sostenga: "No voy a dar oportunidad alguna de que la gente actúe por su cuenta. Mi programa será obligatorio".

Obligatorio, pero ininteligible. Más bien inexistente. En realidad, los egipcios que han votado lo han hecho sin conocer el susodicho programa (los que han boicoteado las elecciones estaban convencidos de que aquellos que asumen el poder por los tanques no lo abandonarán por unos comicios). El faraón no explicó su programa en la campaña electoral. Increíblemente, su portavoz dijo que si Al Sisi hacía públicas sus propuestas, se vería obligado a emplear demasiado tiempo contestando preguntas. En serio. Es textual. No obstante, es verdad que cuando se le insistía en que facilitara detalles, replicaba que no podía darlos por mor de la "seguridad nacional". Así se entiende que uno de sus colaboradores afirmara que Al Sisi "llevará las riendas de Egipto y no se dedicará a la palabrería". Digno de agradecer, dado el virtuosismo verbal de los árabes, pero algunas palabras no vendrían mal. Ya digo, el pescado dentro, por el calor.

¿Es éste el Egipto de hoy? Un país de 94 millones de almas con un crecimiento demográfico anual de un millón. ¿Están muchos egipcios despolitizados, desorientados, hartos de la experiencia primaveral de los últimos tres años? Divididos, en cualquier caso, están. Y subdivididos, desquiciados. No de otra manera se explica que Saad Eddin Ibrahim, prestigioso sociólogo, activista demócrata, encarcelado por Mubarak, a través del promilitar diario Watan (26-1-14), haya urgido al Gobierno a "convertir en cárceles las escuelas y mezquitas donde encerrar a los miembros de la Hermandad Musulmana", que, en su opinión, son unos 700.000. Declaración que provocó esta reacción de Jaled Said, portavoz del Frente Salafista: "La denominada élite liberal egipcia atraviesa una de sus peores fases. Aspiran a emular los campos de concentración nazis o los campos de internamiento en Libia [alude a la época colonial italiana en ese país], enfrentándose a sus compatriotas por simples diferencias políticas".

Como sostenía Ernst Junger en 1995, vivimos malos momentos para los poetas. Hay que aceptar que, tras su victoria democrática, Morsi, absurdamente, perdió el norte. Los islamistas quisieron sofocar la risa de la sociedad egipcia. Silenciar a los poetas. Quisieron acallar al más famoso cómico egipcio, Bassem Yusef, que se enfrentó a Mubarak y ridiculizó, cuando éste había perdido la brújula, a Morsi (1).Yusef, que también ha denunciado al faraón y se ha mofado de él, ha sido borrado de la sociedad egipcia, no sin antes advertir: "Egipcios: no sustituyáis el fascismo religioso por el fascismo nacional". Lo dicho: el pescado dentro, por el calor.

(1) Si algún lector está interesado en saber más sobre este tema, puede ver mi artículo Egipto: de la risa al llanto, EL PAÍS, 4-4-2013.