Pendientes de los bancos centrales

Pendientes de los bancos centrales

Iniciamos el nuevo curso con amenazas no muy distintas ni menos severas a las existentes en julio. No queda más alternativa que los bancos centrales apliquen estímulos adicionales.

La economía mundial entró en una nueva fase de desaceleración hace unos meses. Lo hizo arrastrada por la recesión de la eurozona, resultado de la aplicación de políticas presupuestarias contractivas en la práctica totalidad de las economías de la eurozona, con bastante independencia del escrutinio que hacen los mercados de bonos de cada una de las finanzas públicas. En las del sur de Europa, los importantes esfuerzos de saneamiento presupuestario apenas han sido reconocidos por los inversores en bonos, que siguen exigiendo remuneraciones excesivamente elevadas. Si en las últimas semanas esas exigencias se han atenuado (y con ellas la amplitud de las correspondientes primas de riesgo) ha sido por las insinuaciones que hizo a finales de julio el presidente del BCE, Mario Draghi, acerca de apoyos a la deuda pública de los gobiernos más amenazados: el de España de forma destacada.

A pesar de todo, iniciamos el nuevo curso con amenazas no muy distintas ni menos severas a las existentes en julio. Las probabilidades de fragmentación de la eurozona no han desaparecido y, con independencia de la forma que adopten esos apoyos del BCE, las posibilidades de recuperación del crecimiento no han aumentado.

En realidad, tanto los indicadores históricos como las expresiones de confianza de las familias y empresas en la mayoría de las economías de la eurozona se han debilitado. El horizonte de abandono de la recesión se aleja.

En las otras grandes economías de la OCDE - EEUU, Japón o Reino Unido- las políticas presupuestarias tampoco van a contribuir, al menos en el corto plazo, a la recuperación global. Y las políticas económicas de las emergentes, aun cuando traten de neutralizar ese enfriamiento de los desarrollados, no serán suficientes para evitar tasas de crecimiento significativamente más bajas que las del año pasado. Y por si faltaba algún elemento adverso más, entran en escena las subidas de precios de algunas materias primas como el petróleo, consecuencia del deterioro de la situación en Oriente Próximo. Ante todo ello, las empresas responden tratando de aquilatar costes para defender márgenes y son las rentas salariales las que más sufren, con ellas la confianza y, en última instancia, las decisiones de gasto de las familias. Los datos recientes del crecimiento económico español son representativos a este respecto. El consumo seguirá siendo el principal lastre sobre la recuperación española.

Ya que resulta improbable un cambio de las políticas fiscales, no queda más alternativa para eludir las amenazas de depresión que los bancos centrales apliquen estímulos adicionales. Hasta ahora lo han hecho en desigual forma e intensidad a lo largo de la crisis, y recientemente los de algunas economías emergentes también se han aplicado a esa tarea estimuladora. Pero será necesario que los grandes tomen la delantera. Y el BCE en primer lugar. Debe eliminar las dudas recientes sobre sus futuras compras de los bonos públicos más amenazados, y renovar sus facilidades de liquidez a los sistemas bancarios. Las reticencias alemanas, en particular la actitud del presidente del Bundesbank, siguen siendo un serio obstáculo: no solo limitan la recuperación económica sino que realimentan los temores a la "reversibilidad del euro" que Draghi trató de exorcizar a finales de julio.

Los otros bancos centrales, lejos de bajar la guardia, deberían igualmente compensar los efectos depresivos de las políticas fiscales de sus gobiernos. En esa dirección se ha manifestado de forma suficientemente explicita el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, en su comparecencia en Jackson Hole. El desempleo, ya se sabe, tiene en aquel país un carácter mucho más intimidatorio para políticos e instituciones que en Europa. Que el margen de maniobra de las políticas monetarias sea reducido no significa que no se haya de utilizar. Cinco años después de la emergencia de la crisis financiera mas compleja y dañina desde la Gran Depresión, su final no está ni mucho menos garantizado.