Héroes del continente olvidado

Héroes del continente olvidado

África es el continente con leyes más restrictivas en cuanto a las cuestiones sexual e identitaria. De los 78 países que criminalizan la homosexualidad en todo el mundo, casi la mitad de ellos (38) se encuentran en el África subsahariana. Solo 12 contemplan la legalidad de las relaciones homosexuales.

África no existe. No lo digo por su ostracismo mediático, por su marginación económica o por su mutismo en la geopolítica mundial. África no existe porque, al contrario de lo que el chovinismo ilustrado de Occidente tiende a pensar, no es posible concebir la fragmentada realidad de este continente como un todo o como una confluencia de situaciones y construcciones (culturales, sociales, políticas, económicas) con multitud de puntos en común. No, África no existe. Áfricas hay muchas, tantas como historias puedan contarse sobre la cuna de la humanidad, hoy en día el continente más pobre del mundo.

Historias que, por lo general, no llegan a los oídos de los habitantes del Norte, que quedan ahogadas por la distancia, por la geografía, y también por el ruido de la explotación y de las armas. Entre estas historias, trágicas algunas y otras esperanzadoras, se cuentan las historias del colectivo LGBTI. Una nueva categoría, un nuevo conglomerado, con grandes probabilidades de errar por querer abarcar una realidad, como la africana, de una diversidad a veces incomprensible. Es, no obstante, una manera (quizás inevitable) de estructurar nuestra visión de la realidad social y humana: la fracción de esta totalidad que engloba a todos aquellos desterrados de la concepción binaria de la sexualidad y la identidad del ser humano.

¿Por qué es el 28 de junio, efeméride de la encomiable resistencia de los héroes del Stonewall Inn, un día para pensar en la cuestión LGBTI en África, para dotarle de esa relevancia que, por lo general, se le niega? En primer lugar, porque tal y como señala la International Lesbian and Gay Association (ILGA) en su último informe anual, África es de lejos el continente con leyes más restrictivas en cuanto a las cuestiones sexual e identitaria. De los 78 países que criminalizan la homosexualidad en todo el mundo, casi la mitad de ellos (38) se encuentran en el África subsahariana. Además, en Mauritania, Sudán, el sur de Somalia y el norte de Nigeria la "sodomía" puede ser castigada con la pena de muerte. Solo 12 países contemplan la legalidad de las relaciones homosexuales, entre los que destaca el caso de Sudáfrica, que ya adoptó el principio de no discriminación de las personas por su orientación en su Constitución de 1994 y años después, en 2006, aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo. Una nación pionera a nivel regional, pero también a escala mundial.

Este asunto se vuelve más complicado aún al tener en cuenta las terribles situaciones sociales, económicas y humanas que sufre gran parte de la población de los diversos territorios africanos. A la homofobia institucionalizada, impulsada desde el Estado y sus leyes, se unen una cantidad de factores que en otras zonas del mundo con mayores niveles de desarrollo no suponen obstáculos tan sólidos. Los medios de comunicación se han convertido para muchos homosexuales africanos en verdaderos francotiradores que les condenan al exponer su sexualidad a la opinión pública. La educación, muchas veces en manos de instituciones y otros actores religiosos, no solo no resuelve los problemas psicológicos y sociales que puedan presentársele a la persona en conflicto con su identidad sexual, sino que se convierte en agente socializador que fomenta la normatividad binaria y de roles, perpetuando el odio y discriminación hacia aquello que es diferente y que desafía los patrones de organización sociocultural establecidos. Más desesperante aún es la cuestión de la salud: este destierro social genera una inoperatividad de los sistemas sanitarios para tratar a estas personas, cuya sexualidad genera un rechazo que a veces les priva de estos servicios, y que cobra especial importancia con respecto al tratamiento de las enfermedades sexuales y al difícil control del VIH/SIDA.

Sin embargo, investigadores e historiadores señalan (e ILGA lo recoge también en su informe de 2013) que, históricamente, África ha sido el continente más tolerante hacia la homosexualidad, el más gay-friendly, como diríamos ahora. Amnistía Internacional coincide en el diagnóstico: si hubo un continente con una larga historia de diversidad sexual e identidades no normativas perfectamente insertadas en la organización social de las poblaciones, ese es África, afirma la ONG en su informeMaking Love a Crime (Haciendo del amor un crimen). Este contraste es quizás el punto más destacable a la hora de incluir cuestión LGBTI africana en la agenda política y social internacional. Organizaciones, expertos, activistas, todos insisten en la cuestión de la responsabilidad de Occidente en el infierno de los homosexuales africanos: probablemente la única raíz de esta homofobia tan radical son las heridas aún abiertas de la colonización. No solo en su sentido político, legal y jurídico: sobre todo es aquel tsunami colonizador que arrasó los sistemas cultural y de valores y creencias locales e implantó por la fuerza (y con la crueldad más absoluta) los valores socioculturales de la Europa del siglo XIX donde se arraigan estas actitudes homófobas tan viscerales. La homofobia institucionalizada en los países africanos es, en palabras del periodista Marc Serena (autor del libro sobre el tema ¡Esto no es africano!) "otro trauma de la colonización".

Hay que reconocer, no obstante, que a pesar de todo los países occidentales, principalmente aquellos más comprometidos con la lucha por los derechos humanos en el extranjero y sobre todo en los últimos años, sí han hecho un esfuerzo para contribuir a mejorar estas situaciones. Ejemplo de ello son las sanciones de Estados Unidos y varias naciones Europeas, que han cortado y reducido las ayudas económicas a Uganda por el reciente endurecimiento de su código penal con respecto a la homosexualidad. Sin embargo, y en la línea de lo que sugiere el bloguero Scott Novak en la versión estadounidense de este mismo diario nos encontramos con que no siempre este tipo de acciones tiene efectos positivos: un jefe de Estado o Gobierno autoritario (o no necesariamente) podría cargar el peso de una marginación económica internacional sobre una población en situación de penuria, convirtiendo al colectivo homosexual en el culpable del empeoramiento de la coyuntura. Es lo que el autor vivió en su visita a Ghana, donde se encontró con una población enfurecida por el imperialismo gay-friendly de Occidente, que no traía sino problemas y que trataba de imponerles valores culturales ajenos a su tradición. Narrativas falaces construidas sobre el trauma de la colonización del que hablaba Serena, pero tremendamente arraigadas en comunidades que muchas veces solo pueden preocuparse de sobrevivir.

Asunto aparte es el de los refugiados. Las ONG denuncian la inexistencia de cifras de refugiados que responden a la persecución homófoba y tránsfoba en el mundo (pues las estadísticas no recogen este matiz). Tal y como ha ocurrido en casos como Siria, Libia o Palestina, son los países limítrofes los que reciben el mayor número de refugiados. Con excepción del semicírculo que forman los 12 países que protegen (en teoría) a este colectivo y del singular caso de Sudáfrica, huir de un país africano a otro no es, en caso de persecución motivada por la orientación sexual del individuo, garantía alguna de un futuro mejor. De hecho, son numerosos los casos de homosexuales que escapan de la homofobia implícita en la sociedad y la cultura de la República Democrática del Congo (un país del anillo que no criminaliza la homosexualidad, pero que no ha sido capaz de librarse de este odio latente) para llegar a países como Uganda, donde se encuentran con un aparato legal e institucional capaz de crueldades inhumanas.

Códigos penales decimonónicos herederos del imperialismo europeo, inestabilidad política y social, fuerte arraigo de ideologías religiosas bastante fundamentalistas, gran dependencia de los valores familiares y culturales comunitarios, y la pervivencia del patriarcado. Esos son los factores que señala ILGA como raíces del fenómeno. ¿Puede Occidente hacer algo al respecto? Evidentemente sí, pero la hoja de ruta a seguir no puede olvidar la contundente realidad apuntada al comienzo: África, en su variedad, y a pesar de la similitud de sus desgracias, necesita caminos distintos. El continente africano, en su pluralidad de dramas, necesita respuestas diferentes. Soluciones micro y macro, locales e internacionales. Propuestas que, desde una perspectiva adecuada al desarrollo, sean capaces de poder extraer la homofobia de los rincones más recónditos de las culturas locales y de devolverles la tolerancia que, allá por los años de Bismarck, les fue arrebatada.

Hay esperanza en África y para los africanos. Activistas, voluntarios, artistas y políticos, entre otros, libran su particular batalla por poder vivir sin miedo. Héroes que, lamentablemente, jamás serán recordados; si acaso, quizás llegue a los titulares la noticia del asesinato atroz del que fueron víctimas.

Que no habiten donde el olvido. Hagamos que habiten en nuestros corazones, que griten en nuestra voz, que su lucha valga la pena. Que nuestra marcha y nuestros recuerdos porten la huella de los héroes del continente olvidado.