10 años del terremoto de Haití: del horror al olvido

10 años del terremoto de Haití: del horror al olvido

Una década después del temblor que sacudió al mundo, poco ha avanzado un país que sigue siendo el más pobre de América y donde los servicios esenciales no llegan

Un niño herido recibe atención médica en Puerto Príncipe, tras ser rescatado el 13 de enero de 2010.Eduardo Munoz / Reuters

Fueron apenas diez segundos que estremecieron al mundo. Destrozaron Haití, un país ya pobre y castigado, y movilizaron a todo un planeta en una ola de solidaridad pocas veces vista. El terremoto de Haití de 2010 se convirtió en la peor catástrofe humanitaria conocida en el mundo y, también, en una muestra de aliento masivo para pasar página cuanto antes. Pero el tiempo corrió y no, no hicimos caso al llamamiento peleón de Forges, aquel “pero no te olvides de Haití”: pasada una década, lo que queda de aquello son los desplazados, los edificios destrozados, la falta de servicios, la pobreza enquistada. Del horror al olvido.

La sacudida, el desastre

Todo comenzó a las 16:53:09 horas de la tarde del 12 de enero (seis horas más en la España peninsular), cuando la tierra tembló con una magnitud de siete grados a 15 kilómetros de la capital, Puerto Príncipe, a unos 10 kilómetros de profundidad. Hubo alerta de tsunami, pero al final sólo se levantaron algunas olas fuertes. Tierra adentro, allí donde todo era, además de escaso, endeble, la vida colapsó. No se había sentido un seísmo así en más de 200 años, desde 1770, pese a que el país sufre la significativa actividad de la placa tectónica del Caribe, que esta misma semana ha dado una enorme sacudida a Puerto Rico.

Se notó en Cuba, Jamaica, República Dominicana... pero a Haití le sacó las raíces al aire, la dejó sin techo, sin agua, sin luz, le quemó campos y le arrebató animales. Mató a 316.000 personas (en un país con 10 millones de habitantes) y dejó heridas a 350.000 más. Eso dicen las cifras oficiales aproximadas, porque los cuerpos fueron enterrados rápido, en fosas comunes, para evitar enfermedades. El Gobierno tardó un año en poder aportar una estadística más o menos fiable.

Mataron las casas derrumbadas en aquellos 10 segundos eternos, pero también las casi 30 réplicas que se dieron en las nueve horas siguientes, por encima de los cuatro grados, que acabaron por hundir estructuras que estaban medio en pie, por complicar las labores de rescate y por destrozar aún más las canalizaciones de agua, luz o teléfono. Fue la primera catástrofe natural en la que las redes sociales jugaron un papel esencial, porque el cableado de Internet aguantó algo más y permitió decir a muchos “estoy vivo”.

Las consecuencias

Haití ya era el país más pobre del continente americano, pero esta tragedia la sumió en el pozo hasta hoy. Según datos de Naciones Unidas, el 80% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, el 54% de ellos en situación de pobreza extrema. Se encuentra en el puesto 169 del Índice de Desarrollo Humano, sobre 189. La esperanza de vida está en 63,59 años, su tasa de mortalidad en el 8,54‰ y su renta per cápita, en 678 euros. Plena subsistencia.

El 40% de su economía depende de las partidas que mandan los emigrantes, ciudadanos que se fueron en masa cuando vieron que se disipaba la fiebre del momento álgido, en su mayoría profesionales bien formados que están en EEUU, Brasil o República Dominicana, esperando tiempos mejores. En 2019 entró directamente en recesión, con una reducción del PIB nacional de 1,2%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) constata que, aunque buena parte del millón y medio de personas que quedaron sin hogar han podido ser realojadas, quedan unas 34.000 en situación vulnerable, en casas que se instalaron tras el terremoto de forma temporal -con una vida de dos o tres años como máximo- en las que ni los materiales ni el espacio son suficientes para familias que crecen, cargadas de niños.

 

Un ejemplo claro es el campamento de Corail, cerca de la capital, donde no hay agua potable, los techos son de zinc (no protegen de la lluvia, son insoportables cuando hace calor) y las letrinas distan mucho de ser higiénicas, como ha relatado la Agencia EFE. Hasta 22 asentamientos como este siguen en pie en el país desde 2010. Un año después del terremoto, sólo se había limpiado el 5% de los escombros y construido el 15% de las viviendas necesarias. El ritmo de los arreglos se ha ralentizado incluso con el paso del tiempo.

“Hablamos de personas ignoradas por buena parte del mundo, con carencias esenciales, que para empezar necesitan vivir con dignidad. Todo es una prioridad en Haití: la seguridad alimentaria, los equipamientos de salud, la vivienda, la educación (se calcula que hay 15.000 niños sin escolarizar por falta de plazas) y la ecología, porque todo está deforestado, inservible”, ha denunciado el Vaticano en un comunicado de solidaridad, coincidiendo con este décimo aniversario.

El sistema sanitario es, posiblemente, el más dañado desde entonces, está “al borde del abismo”, según denuncia Médicos Sin Frontera (MSF). “Las estructuras médicas -incluidas las gestionadas por MSF- apenas consiguen suministrar los servicios básicos (...) en tanto las necesidades médicas siguen siendo importantes”, según un comunicado oficial emitido el jueves.

La ONG mete el dedo en la llaga cuando explica que una de las razones por las que no se han podido levantar los servicios esenciales es que “el apoyo internacional que el país recibió o que fue prometido tras el terremoto nunca se concretó, o cesó desde entonces”, lamenta Hassan Issa, jefe de misión de MSF.

Es una de las principales quejas del Ejecutivo del país: que más de dos tercios de las ayudas externas prometidas nunca llegaron y que, de ellas, el 90% fueron gestionadas de forma autónoma por organismos internacionales y ONG, no por el Estado, por lo que al final, denuncian, se perdió mucho dinero en grandes salarios y viajes y llegó poco al destinatario final. La corrupción en sus filas, en casa, es lo que no citan, pero también hizo que se perdieran millones de euros por el camino, que enriquecieron a la élite local.

“La ayuda no se coordinó bien, no se establecieron con cabeza las prioridades, hubo demasiadas manos cada cual a lo suyo y un Gobierno desbordado, desaparecido”, se lamenta Marcelo Castro, cooperante uruguayo destinado en la zona durante los dos primeros años de la emergencia y hoy trabajando en Palestina con agencias de cooperación de su país, de Noruega y de Suiza.

Hace menos de seis meses regresó puntualmente a la zona y lo que ha encontrado es “un incremento de la pobreza, un porcentaje de reconstrucción de vivienda muy bajo, el colapso de hospitales y ambulatorios, una educación escasa, una marginación extrema de los que peor lo pasaron y, peor, el sentimiento de que todo está perdido, porque no hay inversiones visibles ni empleos posibles con los que sustentar una familia”.

  La reina Sofía recibe el beso de una niña en su visita a un centro de las Hijas de la Caridad en Cite Soleil, Port-au-Prince, en octubre de 2011. ASSOCIATED PRESS

Suma y sigue

Haití, por si no hubiera tenido bastante con aquel terremoto, ha encadenado males en esta década que han hecho que se ahonde su crisis. Por ejemplo, sigue siendo un país sin estabilidad institucional; especialmente grave fueron los disturbios de 2015 y 2018, por la desatención del Gobierno, la subida de precios de bienes básicos como el petróleo o la dependencia de la ayuda de fuera.

Issa, el jefe de misión de MSF, denuncia que la atención mediática hacia Haití se “ha desviado”, aunque el país sigue estando hundido en la precariedad y la violencia por este contexto. Desde hace casi dos años, violentas manifestaciones reclaman la retirada del presidente Jovenel Moïse, acusado de corrupción, unas protestas que tienen paralizada la actividad de este país del Caribe y hace que no funcione lo más esencial.

Pero es que en 2016 y 2017 se vio azotado, además, por dos huracanes terribles, el Matthew y el Irma. El primero dejó más de mil muertos directos y daños por valor de 10.000 millones de euros. El segundo, dejó apenas dos muertos pero 11.000 desplazados y destrozos por otros 3.000 millones al menos. Imposible levantar cabeza con ese suma y sigue.

El seísmo de 2010 dejó, además, una herencia envenenada: un brote de cólera que mató a otras 10.000 personas en los primeros meses del desastre y que obligó a atender a otros 800.000 ciudadanos. Las autoridades del país han denunciado ante la justicia de EEUU a la ONU, por entender que la epidemia fue causada por el personal que Nepal desplazó a la zona bajo la bandera azul de las Naciones Unidas. Un feliz legado que se suma a las recientes revelaciones de abusos sexuales a mujeres, incluso menores, por parte del personal de la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah), desplegada de junio de 2004 a octubre de 2017.

La nación que dio ejemplo de libertad en un mundo colonial, que se independizó de Francia en 1804, haciéndose fuerte en sus riquezas agrícolas y de mano de obra, la primera república declaradamente negra del planeta, parece que hoy sigue pagando el precio de su rebeldía en forma de losa pesada, de desastre eterno. Porque dentro no tiene quien la salve y porque el mundo se ha olvidado de Haití.