11-S, el día que cambió el mundo

11-S, el día que cambió el mundo

EEUU, la mayor potencia del mundo, fue atacada hace 20 años, un hito que cambió para siempre la historia contemporánea y cuyas derivadas todavía colean.

Ciudadanos de Nueva York, corriendo tras el colapso de una de las Torres Gemelas. SUZANNE PLUNKETT via AP

20 años después, tantos muertos y tantas guerras y tantos atentados después, sigue pareciendo irreal: un avión se estrella contra uno de los símbolos del poder norteamericano, las Torres Gemelas de Nueva York, en la soleada mañana de un 11 de septiembre. Era el inicio de un ataque terrorista encadenado, coordinado, que acabaría matando a casi 3.000 personas, horrorizando al mundo entero en directo y abriendo paso a un tiempo de guerra y terror que aún no ha acabado. La coraza de seguridad de Occidente se vino abajo y quedó desnudo, expuesto, ya para siempre. La fragilidad viajaba ese día de verano en cuatro aviones secuestrados.

En los 102 minutos en que se concentraron el choque de los aviones en el World Trade Center (WTC) y el hundimiento de los dos gigantes, en los cables posteriores que daban cuenta de otro avión suicida sobre el Pentágono y del estrellado en Stonycreek, Pensilvania -en el campo donde lograron llevarlo los pasajeros amotinados-, el mundo cambió de pronto. Fue un hito que alteró la historia contemporánea y cuyas derivadas todavía colean. 2.996 personas murieron (incluyendo los 19 secuestradores), otras 25.000 resultaron heridas y fueron incontables las afectadas psicológicamente por el desmoronamiento del escenario conocido. Era el fin del mundo, el apocalipsis, repetían los superviventes de la primera potencia mundial, atacada en su corazón por sorpresa y sin capacidad de defenderse. El diablo existía.

George W. Bush conocía el mazazo mientras leía libros infantiles en una escuela de Florida. Menos de media hora después prometía “capturar y castigar” a los culpables de esos “actos cobardes”. Su popularidad pasó del 55 al 90%, de vio robustecido para tomar decisiones y comenzó la llamada guerra contra el terror.

El primer objetivo: invadir Afganistán, donde los talibanes daban escondite a Osama Bin Laden, ese barbudo saudí que el mundo no conocía pero sus servicios de inteligencia sí (aunque no le dieron mayor importancia), y que lideraba Al Qaeda. Luego vino Irak. De fondo, el planeta se iba transformando: la seguridad, los viajes, el espionaje, la propaganda, las libertades... Todo quedó marcado por la mancha de ese día en que las certezas se hicieron añicos. Y hasta hoy.

Un nuevo escenario

“Aquel ataque fue una salvajada y, como tal, Estados Unidos acabó respondiendo a la par con fiereza animal, la de un animal herido, debilitado y confiado. En ese momento, tampoco el común de los ciudadanos quería otra cosa. ¡Les habían volado el alma de Manhattan! Más de la mitad de la población apoyaba la ofensiva”, resume el investigador Tomas Sabel.

“Los estadounidenses se están preguntando, ¿por qué nos odian? Odian lo que ven aquí mismo, en esta cámara: un Gobierno elegido democráticamente”, dijo el presidente Bush desde la sede del Congreso. Con esa pregunta al aire, se centró en dar con Bin Laden en Afganistán, para lo que lanzó la invasión que ha finalizado abruptamente este mes de agosto, 20 años después. “Los talibanes se han ido del poder y no volverán”, dijo tras imponerse en el otoño de 2001. Hoy esa es una frase sin sentido, porque los islamistas han vuelto al poder. Luego, alegando la existencia de armas de destrucción masiva -una denuncia falsa, en realidad-, atacó Irak. La muerte de Bin Laden no llegó hasta 2011.

Esta vez, en sus aventuras Washington contó con un apoyo internacional desconocido en las últimas décadas, en las que los únicos bloques los conformaban EEUU y Rusia. A la pelea post11-s se sumaron España, Reino Unido, Francia, Bélgica y hasta Alemania. En el caso afgano contó con el paraguas de la ONU y en el iraquí, no.

“El mundo venía de unos años optimistas, los 90: cae el muro de Berlín, acaba el apartheid, se busca la paz entre palestinos e israelíes... Parecía que el mundo estaba en paz y estabilidad. Se había bajado la guardia, por ejemplo, en la inteligencia, con un recorte notable de los fondos de la CIA. Algunos agentes se vanagloriaban de que no tenían el mejor servicio de inteligencia del mundo sencillamente porque no eran Israel, no lo necesitaban, las amenazas se había diluido. Con menos agentes, menos colaboradores y menos medios, los informes que llegaban sobre Al Qaeda fueron despreciados. Y EEUU lo pagó”, recuerda el especialista, que cifra en 5,6 billones de dólares el coste de la guerra contra el terrorismo de EEUU en estos años.

EEUU y sus aliados, porque el poderío de Al Qaeda hizo que todos los socios estadounidenses se pusieran el diana de los yihadistas. No hay que irse lejos, ahí están los atentados de Madrid de 2004, o los de Barcelona y Cambrils, en 2017. Europa se convirtió en carne de atentado y quedó claro que, aunque el primer gran golpe en Occidente se lo llevó EEUU -no hay que olvidar antes Kenia y Tanzania-, ahora el peligro estaba por todos lados. Eso ha llevado en este tiempo, también, a una mayor cooperación internacional, una multilateralidad de víctimas, aunque siempre hayan sido los países árabes los más castigados por los que dicen ser los guardianes del Islam.

Según algunos estudios, las guerras convencionales contra el “terrorismo global” habrían provocado la muerte de al menos 137.000 civiles. Ni el nuevo régimen de Bagdad ni el de Kabul gozan de estabilidad, y no la esperan para el corto plazo. Irak, Afganistán y Guantánamo han entrado en el imaginario de estos muyahidines y los incluyen en su argumentario, como antes se citaba a Israel. Tres de los países musulmanes más poblados del mundo -Pakistán, Egipto y Nigeria- padecen hoy situaciones de inestabilidad política más acentuadas que hace diez años. Uno de los factores decisivos de esa patología, según la mayoría de los análisis, es el avance de la ideología islamista como consecuencia de la actividad de Al Qaeda y la reacción occidental.

Obligados a mirar el terror

El terror se puso en primer lugar en la agenda de seguridad mundial, cuando antes estaba relegado a los disueltos grupos palestinos, ETA o el IRA. Más allá del independentismo o el nacionalismo, estaba el yihadismo. Había que combatirlo con inteligencia, policía y justicia (Europol, por ejemplo), de ahí nació la integración actual que, si no perfecta, al menos si ha sido muy valiosa. Se ha tenido que enfrentar a un terrorismo de corte islamista cambiante en este tiempo. Al Qaeda cedió el trono como grupo predominante al Estado Islámico, nacido a partir de la guerra en Siria, perdido ahora por el fin de su califato. Ambos pelean por rehacerse en el Afganistán de los talibanes, con diferencias.

  Humo en el World Trade Center tras el ataque de los dos aviones secuestrados. David Surowiecki via Getty Images

Hoy, en general, hay menos atentados, menos mortales y con daños más reducidos. El Índice de Paz Global 2021, del Instituto de Economía y Paz, sostiene que “el impacto del terrorismo disminuyó en 115 países, mientras que se agravó en otros 20. La región europea está entre las que mejoraron y sigue siendo la más pacífica del mundo. El total de muertes por terrorismo ha disminuido año tras año desde 2014”.

En un año extraño de pandemia, no obstante, el terror no se ha detenido, se cifra en menos de 10.000 las muertes por terrorismo en 2020, cuando hace siete años llegó a las 35.500. En cuanto a lo económico, calculan que los daños han caído a la mitad. De 22.000 millones en 2007 a 10.500 en el pasado ejercicio. Eso se traduce en menos miedo en una población que llegó a vivir momentos de histeria cuando se comenzaron a introducir limitaciones y revisiones que anteponían la seguridad a la libertad conocida hasta entonces.

Las desilusiones multilaterales

“Termina la era de las grandes operaciones militares para rehacer otros países”, dijo el presidente Joe Biden al justificar su salida de Afganistán, hace pocos días. Y es que, pasadas esas dos grandes intervenciones militares conjuntas, ahora llegan nuevos tiempos, que también pagan las consecuencias del 11-S: Rusia y China se han revitalizado y ganado protagonismo, tienen una enorme influencia en la región de Asia Central y, además, los países de la Unión Europea, decepcionados con la salida a trompicones de Kabul, no están muy dispuestos a enrolarse en otra con el amigo americano. Si tú me dices ven, ya no lo dejo todo.

El debate sobre la necesidad de desarrollar las capacidades europeas en materia de Defensa, con la posibilidad de un ejército propio, gana enteros y también el ansia por tomar autonomía respecto de una OTAN muy volcada al otro lado del Atlántico. Ante la pérdida de hegemonía americana, otros actores tienen que tomar decisiones. Y no son sencillas.

Seguridad y libertad

Tenedores y cuchillos, ¿sí o no? Pinzas para depilar, ¿pueden ir de equipaje de mano? Material electrónico, ¿cómo y dónde lo llevamos? Fueron tantas la lagunas de seguridad en los aeropuertos, con el sistema de entonces, el confiado y previsible, que los 19 secuestradores pasaron sin problemas, salvo un grupo de ocho de ellos que se quedaron en tierra por un problema de visas. Así que, tras el cierre inmediato del espacio aéreo de EEUU, lo que vinieron fueron nuevas normas mundiales que cambiaron nuestra manera de movernos.

Se aprobó un reglamento para impedir el ingreso de líquidos a las cabinas de los aviones, se impusieron nuevos cierres para no acceder a las cabinas, se actualizaron las listas de productos autorizados a bordo, se perfeccionaron los escáneres en la zona de control y se multiplicaron los cacheos o los exámenes a mano. Luego, llegó el momento de los datos: comenzaron a ser entregados de forma más sistemática a las autoridades, para cruzar orígenes y destinos, nacionalidades, comportamientos, tendencias... y que ya no hubiera despistes de inteligencia como los que hicieron del 11-S la carnicería que fue.

El debate entre seguridad y privacidad quedó sepultado, ganó el primero y lo sigue haciendo. Tras las críticas iniciales, es un “lo tomas o lo dejas”, porque se impuso la visión policial. Los éxitos cosechados en estos años en la búsqueda de armas, explosivos o sustancias peligrosas ayudan a afianzar lo que era una política de hechos consumados, el precio a pagar.

  Control de seguridad a pasajeros de un vuelo de United Airlines en el Aeropuerto Internacional de Hong Kong, tras el 11-S.South China Morning Post via Getty Images

El problema de la intimidación sigue, pero nos hemos acostumbrado, y la mayor polémica ha estado en el uso de estos datos y en los casos de información indiscriminada que se han detectado. Así, la NSA, la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU, ha recopilado ilegalmente unos 56.000 emails anuales de personas que nada tienen que ver con el yihadismo. Disculpas no ha habido por ello.

La batalla por la información se centra en lo digital. Hemos pasado del primer ataque televisado en vivo, con los informativos esperando las cintas de los mensajes de Bil Laden lanzando arengas, a las campañas de propaganda del ISIS en Siria e Irak, con montajes llamativos compartidos profusamente en las redes sociales y con foros donde se facilita en encuentro de yihadistas de todo el mundo, haciendo aún más global ya yihad. Los saudíes, egipcios o yemeníes que mataron a miles de personas hace 20 años ahora son también hasta españoles que se cruzan el mundo y se enrolan.

Bajo la lupa

El Islam se colocó bajo la lupa del mundo, para mal. La sospecha domina esa mirada. La islamofobia se impuso en buena parte del mundo occidental, con el recelo de si el compañero de avión podría ser un terrorista. La estigmatización, con cierta rebaja, aún llega hasta nuestros días, como confirma hasta la Unión Europea, arraigada hasta en cuerpos policiales.

El FBI confirma que los casos de odio contra musulmanes se dispararon tras el 11-S y no han vuelto a los niveles previos al atentado. Si se daban entre 21 y 32 casos al año antes de los ataques, se reportaron casi 500 en 2001 -y eso que el golpe fue en septiembre-, y no ha bajado de 150 por año. Discriminación laboral, ostracismo en determinados accesos educativos, ataques a centros religiosos... El pasado marzo, representantes musulmanes de EEUU denunciaron en el Congreso la “violación creciente de sus derechos civiles”, como ocurrió con los afroamericanos hace décadas. A ello ayudó el veto de Donald Trump a personas procedentes de países con mayoría musulmana, a los que arrojaba encima la sospecha de terroristas.

Biden lo ha levantado, pero el daño queda hecho. Tras 20 años, lo que no se ha impuesto es la humanidad.