Médicos Sin Fronteras, 50 años de insumisos que salvan al mundo

Médicos Sin Fronteras, 50 años de insumisos que salvan al mundo

En este medio siglo de vida, la ONG no ha faltado a una guerra, un conflicto o una crisis natural o sanitaria. Es el compromiso inquebrantable de los que no se conforman.

Con neutralidad, con transparencia, con imparcialidad, con independencia, con humanidad, pero sin límites, sin alambradas, sin banderas. Así lleva 50 años trabajando una de las ONG más reconocibles del planeta, Médicos Sin Fronteras (MSF). Su personal no ha faltado en este medio siglo ni a una guerra, ni a un conflicto armado, ni a una catástrofe natural, ni a una epidemia o pandemia, ni a un desplazamiento forzoso de población. Dice la Mishná judía que “aquel que salva una vida, salva un universo entero”. Son incontables los mundos que el horror no ha arrasado gracias a los emeseferos. Donde nadie llega, están.

La organización humanitaria fue fundada en 1971, a raíz de la guerra de Biafra (Nigeria), un territorio que buscaba la independencia y cuyas aspiraciones acabaron en guerra civil. Un grupo de médicos y periodistas decidieron ser insumisos (“que no se deja someter o dominar por la fuerza de las circunstancias o por la autoridad de otros”, dice la RAE) ante la dureza de lo que sucedía y el papel que jugaba el Comité Internacional de la Cruz Roja, desplazado en la zona. Parte de su personal consideraba que debía hacer más por denunciar las masacres, los bombardeos.

Médicos como Bernard Kouchner y Max Recamier, ambos franceses, regresaron a París y rompieron sus compromisos de confidencialidad y neutralidad para dar a conocer al mundo lo que sucedía. A partir de ese momento, atender a las víctimas no sería suficiente: habría que denunciar las violaciones de los derechos humanos, crear corrientes de opinión a través de los medios de y profesionalizar la ayuda. Así nació MSF el 22 de diciembre de 1971, con una base de 300 voluntarios entre doctores, enfermeras y otro personal sanitario, incluidos los 13 fundadores.

Su trabajo ha evolucionado, su red se han ensanchado, pero las necesidades no varían mucho en estos tiempos. Ahora cumple cinco décadas con la triste constatación de que sigue siendo una ONG absolutamente necesaria y de que los hombres seguirán causando dolor y, ellos, yendo donde eso pase.

El doctor David Noguera ha sido presidente de MSF España desde 2016 y hasta hace apenas dos semanas. Entre bromas y veras, afirma que el secreto de la supervivencia de la organización “debe ser como la fórmula de la Coca-Cola, que no la hemos tocado mucho en estos 50 años”. La suya no es secreta, sí “intuitiva”. “Cualquier ciudadano entiende, por un acto reflejo, que si una persona mayor se cae en una acera hay que asistirla. Si pasáramos por el lado y la pisáramos seríamos psicópatas y nos señalarían. Pues nosotros hacemos eso, pero a otra escala. No somos más que un grupo de personas,

grande, sociedad civil organizada con medio millón de socios en España y 600.000 donantes, con sus trabajadores, que ayudan a la gente en un

momento muy crítico de sus vidas”, resume.

Parece hasta sencillo, dicho así, pero todo se complica cuando se le pone el contexto. La contienda, la emergencia, la crisis. Noguera insiste en que la raíz de todo, acentuada por la situación de cada país y comunidad, es la de tratar a personas “que en su entorno habitual desgraciadamente no tienen un sostén o muchos recursos de los que disponer” y necesitan de otros. “Creo que nos hemos mantenido muy fieles a la interpretación de la acción humanitaria basada en principios. Para que algo sea humanitario tiene que ser independiente, neutral. Si no, sería algo ficticio. Puedes construir un hospital a cambio de algo, de cuotas de pesca o de reforzar fronteras, y eso no es humanitario, es otra cosa. Nosotros hemos sido muy estrictos en esa lectura y creo que la gente, en ese pacto de confianza que tenemos, da dinero cada mes porque confía en nosotros y en las comunidades con las que trabajamos. Esa es la idea”, ahonda.

Lo “lamentable”, dice este doctor catalán forjado en Somalia, Costa de Marfil, República Democrática del Congo, Sudán o Etiopía, es que hace 50 años había carencias que hoy se han suplido, pero hay soluciones que no llegan. “Estamos en un mundo que dispone de todos los recursos para solucionar los problemas principales de la gente y que cada día decide no hacerlo. Mientras esto siga así, seguiremos siendo necesarios o imprescindibles en determinados sitios, incluso”, se duele.

Esa nube de pesimismo ante lo que es mejorable y no llega se entrevé igualmente en las palabras de su sucesora en el cargo al frente de MSF España, Paula Gil, la primera enfermera que se pone al frente de la organización. Para ella, Médicos Sin Fronteras se resume en un gesto: “una persona ayudando a otra persona en el momento más difícil de la vida”. Sobre esa base, se añade la “identidad emergencista, la voluntad de estar en el momento en el que más falta hace y con la mayor rapidez” y “la prioridad de estar lo más cerca posible de una población que se encuentra en situación de mayor vulnerabilidad, de manera imparcial”.

Los contextos, incide, se han complicado con los años, ahora incluso “se criminaliza la ayuda humanitaria, se intenta manipularla a veces, también se criminaliza a las personas que están en esta situación de vulnerabilidad, porque se les asocia con grupos terroristas, por ejemplo, no se respetan los principios básicos de derecho internacional como el refugio…”. MSF, defiende, ha apostado por no quedarse en la retaguardia y en eso, estima, se basa el respeto y el apoyo con que cuenta hoy.

Se llama, en palabras de Noguera, “tozudez”. “Y a prueba de bombas. Eso es innegociable”, remarca. Ambos mandatarios, entrevistados por separado, coinciden punto por punto en que trabajar en MSF y levantar la organización cada día no es viable sin convencimiento. No es fe, es la conclusión lógica de que hay que hacer lo que está bien hacer, y lo que hace esta ONG “está radicalmente bien”, porque es “profundamente humano”.

“La sociedad española estará convencida de que a un niño desnutrido de República Centroafricana hay que darle de comer o que una mujer que es víctima de violencia sexual en Congo hay que atenderla. No hay debate. Eso nos da esa energía. Nos hemos ido especializando, configurando más nuestro perfil, y personalidad y mandato, y nos hemos capacitado para operar en

este tipo de contextos, que son un poco nuestra especialidad, pero también ha sido por cabezonería”, sostiene el presidente saliente.

Hay otros modelos: más de cooperación que humanitarios, más de postconflictos que de conflictos abiertos, más de apuestas seguras. MSF sabe que le pueden tirar sistemáticamente hospitales en entornos como Siria o Yemen. El suyo es el de no eludir el peor de los peores momentos, y no porque les guste la guerra, dicen, sino porque “los niveles de sufrimiento son mayores, como la mortalidad, la pérdida de dignidad... Y ahí hay que estar”, resume Gil.

Profesionales, no héroes

La presidenta, que ha trabajado sobre el terreno en Angola, Mozambique, o República Centroafricana, recuerda que desde el origen MSF no fue una organización filantrópica y ya, sino un ente organizado. Su trabajo es ayudar, pero es trabajo y necesita por eso a profesionales formados. No basta la buena voluntad. Cada día se ha hecho más profesional hasta el grado de “madurez” actual.

“50 años después, tenemos sistemas mucho más ágiles y hemos aprendido de errores que se han cometido. Siempre hay margen de mejora, pero los números dan cuenta de esta profesionalización: el personal de MSF ha

atendido 29.000 consultas de mujeres y de algunos hombres víctimas de violencia sexual en todo el mundo o casi 10 millones de consultas externas. No son datos, son personas detrás que no tenían otra alternativa que nosotros. Esta es la cuestión. Si hubiera otra situación, no estaríamos”, explica.

Seguir con ese ritmo, reconoce, es “durísimo”. Lo que prevalece es esta voluntad de llegar a las personas que más lo necesitan, pero a veces hay que sacar fuerzas de donde no las hay cuando se ponen palos en las ruedas o cuando el riesgo -que siempre está presente, que se asume porque va en el tipo de trabajo, que no se puede controlar al 100%- amenaza una misión. Gil dice que el debate es intenso sobre los riesgos en MSF, sobre las misiones, los equipos, las condiciones, que lo esencial es informar bien al personal, conocer el terreno gracias a ese personal local que conforma más del 80% de la organización.

Es imposible, al hablar de ese flanco de su trabajo, que no salva Tigray, Etiopía, en la conversación. Allí MSF perdió al equipo compuesto por la española María Hernández y los locales Yohannes Halefom Reda y Tedros Gebremariam, el pasado junio. Ni Noguera ni Gil lo han superado, confiesan. No lo han digerido aún. “Ha marcado un antes y un después, ha sido un mazazo durísimo, un golpe tremendo para la organización y para las familias, para los equipos y la población. Había una intervención impresionante porque las necesidades

son increíbles, están en condiciones durísimas y tener que parar hasta que se aclare lo sucedido es una decisión muy complicada porque afecta a la vida cotidiana de gente”, indica Gil.

“Estamos tratando de procesar el duelo, porque ellos eran unos convencidos. María, que llevaba siete u ocho años con nosotros, era especial, salía de la oficina diciendo: “Vamos a hacer lo que sabemos hacer mejor”. Siempre. Ellos estarán siempre presentes ya en este anhelo general de persistir, porque hace falta”, añade Noguera.

Presidenta y expresidente señalan que la vida de un trabajador de MSF no es de renuncia ni de heroísmo, sino de apuesta. Saben lo que eligen cuando deciden dedicarse a esto. “Ahora, ponte de médico de familia en el Raval de Barcelona y haz una medicina industrial de 70 personas en Primaria, no aguanto ni dos semanas. Pero me dices que me puedo ir dos meses a Mozambique y hago las maletas en cero coma. De heroicidades, nada. ¡Imagíname en traje de licra, qué cosa más desagradable!”, bromea Noguera.

Se pone serio y contundente. “No es falsa modestia, hay que normalizarlo. Todo el mundo puede hacer acción humanitaria. Claro que no puede ir a África nuestro medio millón de socios, haríamos un estropicio, pero no comparto el arquetipo humanitario, vamos donde nos llevan nuestras decisiones. Aunque...”, deja la palabra en el aire y confiesa: “Miré en la RAE la definición de héroe y concordaba con lo que estaban haciendo en Tigray María, Yohannes y Tedros. Aún tengo que pensar en eso”.

Hay otros peligros, más nuevos, que se han enquistado. Hablan de “deslegitimización, cuando no una criminalización”, de la solidaridad. Parece mentira, siendo su labor loable, pero es tan irreal como que mueran decenas de miles de personas en España en una crisis que nos parecía imposible hace tres años, tanto como que metan a niños en jaulas en EEUU, separados de sus familias, al pasar la frontera, recuerda Noguera.

“Siempre hemos gozado de una buena imagen social que es agradable, pero hace 10 años era unánime, ahora te encuentras un porcentaje de población que te acusa abiertamente de mafioso, de traficante, de delitos… Estas opiniones están en el Congreso, se exponen desde tribunas públicas de forma absolutamente desacomplejada. Un gobierno de un régimen ahora tiene el argumento clarísimo: usted a mí no me da ninguna lección porque tengo

hermanos y hermanas enterrados en el Mediterráneo y usted no ha hecho nada”, explica. Y, así, se enfrentan a desidia y obstáculos, cuando no ataques directos contra sus infraestructuras. “A nosotros nos han bombardeado los

norteamericanos, los rusos, los saudíes… mucha gente. Creo que el contexto

político está cambiando y eso tiene un impacto en nuestro trabajo, no somos inmunes”, concluye.

Las misiones

MSF interviene en el durante y en el después de las grandes crisis del planeta. Su gente trabaja unos seis meses en misiones de conflicto abierto, entre nueve y doce en aquellos más estables y las semanas que sea necesario en las emergencias que se presentan cada poco. Gil y Noguera hablan con emoción de los que se estrenan, de las primeras misiones, que se enfrentan a experiencias que cambian la vida, “para bien o para mal”.

A ninguno de los dos los cogieron la primera vez que aspiraron a entrar en la organización. A los dos les exigieron más formación y más experiencia. No entra cualquiera. “Hay que explicarlo muy bien. Tenemos la responsabilidad

absoluta de hacer un buen trabajo, con calidad. No porque una persona esté en RCA tiene que recibir una atención de calidad, sino la mejor posible en ese contexto. Para MSF, es importante que las personas comprendan que hay que tener una serie de conocimientos técnicos, experiencia previa y que no vale con quiero tener una experiencia. Evidentemente hay que probarlo, pero hay que tener un compromiso y decides que esto forme parte de tu vida, a vivir en estas comunidades que ven su dignidad violada y tú, en medio de esta gente”, explica la presidenta. Ella es ejemplo: tuvo que compatibilizar su primera misión en Angola, en 2003, con trabajos temporales de enfermera en Palamós.

Noguera fue a MSF al día siguiente de graduarse y lo echaron para atrás. A foguearse y a especializarse en medicina tropical. A los 27 años entró. “Había lo que yo llamo interferencias de Matrix, sabías que pasaban cosas, que algo no iba bien, pero de forma muy naïf. Luego me formé y lo conseguí, primera misión en Canarias y luego, a Mogadiscio, en Somalia. Tuve mucha suerte porque

fue una experiencia alucinante, que un médico pueda ayudar a parar una epidemia de cólera en una capital de un millón de habitantes... Tuve un momento de epifanía en la terraza de un hotel y dije: va a ser esto. Y han pasado 20 años”, relata.

Las peleas de hoy

Gil relata que MSF está “implicadísima” en zonas como Yemen, donde tienen la mayor misión y sólo en un hospital atiende  mil partos al mes o RCA y Congo, “un contexto donde las personas están sometidas a violencia de manera recurrente desde hace años y no se sabe situar en el mapa”. Hay ya 65 millones de refugiados en el mundo, lo nunca visto. Y, en mitad de todo, el coronavirus, mal tratado en las zonas menos favorecidas y retrasando la curación de otros males, como la tuberculosis, cuya mortalidad crece hasta el millón y medio de personas mientras se diagnostican un 20% menos casos porque no hay asistencia posible.

Noguera habla con rabia, a las claras. “Expreso mi más absoluta incomprensión por cómo estamos llevando esta pandemia y sus soluciones. Estamos acostumbrados a hablar de República Centroafricana y no nos escucha ni el tato, pero no entiendo que habiendo un diagnostico absolutamente homogéneo -salvo por unos cuantos pirados que creen que la tierra es plana- y con la comunidad científica diciendo en pleno que hasta que no vacunemos a todo el mundo no salimos de esta, sigamos solos pidiendo la vacuna universal. Todo para los países más ricos”, se indigna. El fallo, dice, está en pensar en términos de caridad y no de justicia, cuando “la gente tiene derecho a una asistencia médica, eso incluye una vacuna, y lo que no sea cumplir con eso es una auténtica vergüenza y un drama”, expresa.

Gil explica que la batalla esencial ahora es que se liberen las patentes. “Estamos en una situación absurda. En los años 2000, con los antiretrovirales, teníamos un cóctel de medicamentos que salvaba la vida de la gente, pero que costaban unos 10.000 dólares por persona y año. Los países menos desarrollados, donde más sida había, no se lo podían permitir. Se hizo toda una

campaña, una lucha impresionante hasta conseguir la liberalización de patentes y que se pudieran fabricar en países como India o Sudáfrica, con infraestructura suficiente, y pasaron a costar 80 dólares porque eran genéricos. Salvaron millones de vidas, gente que estaba condenada pudo seguir adelante. No veo comparación más clara”, dice.

Desde MSF, a principios de la crisis sanitaria, ya se identificaron al menos siete fabricantes capaces de producir vacunas en África, hay 100 países que

han firmado un acuerdo para liberar las patentes ” y único que lo impide son los intereses económicos que hay detrás, que hay personas que se están enriqueciendo mucho con esto a costa de los demás”. “Hoy es ómicron, pero mañana será otra cepa. ¿Quién va a levantar la mano para publicar datos o decir que tiene una nueva variante? Nadie. No hay un liderazgo valiente ni humano. Los políticos pareciera que no tienen familia o viven en una burbuja o con la bota de las farmacéuticas apretándoles el cuello”, denuncia la presidenta de MSF España.

Es otra pata de estos 50 años de MSF, la de la denuncia, porque sin visibilidad y silencio “hay complicidad”. “Salvarle la vida a una persona si sabemos que es prevenible o tratable lo que le ocurre nos lleva a hablar. Y así seguirá siendo”, concluye.