A favor del coronamiedo

A favor del coronamiedo

Va a ser el miedo el que venza al coronavirus, como en su día ayudó a vencer al sida.

'El grito', de Munch. 

Pocas emociones tienen tan mala prensa entre la ciudadanía como el miedo. Parecería que la capacidad de sentir miedo es fruto de un error en nuestra evolución, un defecto de fábrica que portamos los humanos en nuestra naturaleza del que sólo pueden derivarse problemas. Da igual que hablemos de la violencia machista, del auge del populismo y el autoritarismo, o del coronavirus, la consigna siempre es “no hay que tener miedo”. Se afirma que el miedo nos lleva a tomar malas decisiones, que bloquea nuestra capacidad de actuación, que nos convierte en seres mezquinos…

Esta concepción negativa del miedo solamente puede darse en sociedades tan extremadamente confortables y seguras como las de los países desarrollados actuales, en donde las peligrosas condiciones materiales que caracterizaron la vida de nuestra especie durante el noventa y nueve por ciento de nuestra historia simplemente se han desvanecido. El miedo deja de ser funcional porque desaparece la experiencia cotidiana del peligro, pero sería un error considerar que nuestras circunstancias actuales son la norma de la especie humana.

Contra esa idea, cabe entender que el miedo no es un error en el diseño de las especies animales, sino un gigantesco acierto. La emoción por antonomasia, la más útil de todas, la más motivante, la que más ha contribuido a nuestra supervivencia. La primera que sentimos al nacer y la última que sentiremos al morir. Y si el miedo ante el peligro delante de nuestras narices es un eficaz recurso, el miedo no ante el peligro directo sino ante sus señales es ya una virguería evolutiva, altísima psicotecnología. Ser humano es sentir miedo. Al lado de las emociones negativas -miedo, asco, ira-, con su sofisticadísimo sistema de detección y evitación de amenazas, chorradinas como el amor o la esperanza se vuelven emocioncitas de chichinabo. El miedo no es algo malo que haya que evitar, al revés, es algo que nos permite evitar las cosas malas. Pobre del que no lo sienta.

Llevamos tanto tiempo sin sentir miedo real, que su irrupción súbita en nuestras vidas se vuelve descontrolada y desproporcionada.

Por supuesto que el miedo, como todo lo bueno, también puede tener sus efectos secundarios negativos o presentar problemas en su funcionamiento. Toda estrategia de reducción del peligro aumenta la posibilidad de las falsas alarmas, pero el balance entre ventajas e inconvenientes se inclina a favor de aquéllas si lo que está en juego es la supervivencia. Llevamos tanto tiempo sin sentir miedo real, que su irrupción súbita en nuestras vidas se vuelve descontrolada y desproporcionada. No estamos acostumbrados a manejarlo. Aun así, huir cuando los que están a nuestro alrededor huyen, aunque no se sepa de qué se huye, es un rasgo extraordinariamente adaptativo para la mayoría de las especies animales, incluida la nuestra, por más que alguien pueda tachar ese comportamiento de irracional. No es tanto que el miedo sea irracional, cuanto que su racionalidad no es verbal sino activa, ejecutiva.

Aunque no lo parezca, este artículo trata sobre el coronavirus. Porque va a ser el miedo el que venza al coronavirus, como en su día ayudó a vencer al sida. Ante un problema como está siendo la pandemia del Covid-19, no sólo es comprensible sentir miedo, también es protector y hará que aumente nuestra adherencia a las indicaciones de las autoridades sanitarias. “Sienta miedo” debería ser un consejo más, al lado de “lávese las manos” y “evite los lugares concurridos”. Es nuestro aliado y la guerra será mucho más difícil si nos falta. Lo que va a contener al coronavirus, lo que hace que la gente se esté quedando en sus casas y las ciudades se vean desiertas, no es la responsabilidad social o el sentido de Estado, sino la poderosa alianza que integran el miedo y la información. Con todos los respetos hacia el estoico Epicteto, la consigna “sólo hay que tener miedo al miedo” únicamente funciona en contextos civilizados de seguridad; ante el peligro real, lo que da verdadero miedo es no sentir miedo.