Además de a Keynes, hay que entender el contexto

Además de a Keynes, hay que entender el contexto

Un shock de oferta se ha topado con unos estímulos que han acabado disparando la inflación y desabasteciendo al planeta.

J. Maynard Keynes.BettmannBettmann Archive

Desde hace ya muchos años, la teoría keynesiana que ha inspirado a los economistas ortodoxos en el presente nos ha demostrado que, durante una crisis, estimular la demanda agregada es la mejor estrategia para reorientar una economía que se dirige hacia el estancamiento. Atendiendo a la teoría de la demanda agregada, es tarea del Gobierno estimular el gasto público cuando la propensión marginal a consumir de los agentes económicos es menor, por la incertidumbre que hay en dicho contexto.

En otras palabras, Keynes decía que, en una crisis, las familias tienden a guardar el dinero y no consumir por el miedo que estas tienen a perder su trabajo, entre otras fuentes de ingresos. Esta previsión por parte de los agentes económicos, debido a que no consumen y no gastan, debilita el crecimiento económico. Es decir, dado que no consumen, tampoco es preciso producir, por lo que, si tenemos en cuenta que, como dice Ray Dalio, el gasto de uno siempre es el ingreso de otro, probablemente ya entendamos qué quería decir Keynes con su teoría, y por qué es tarea del Estado fomentar ese consumo en un momento de crisis.

Es por esta razón por la que, con la crisis, muchos Gobiernos se pronunciaron al respecto, anunciando planes de estímulos inmensos, en los que la demanda se estimulaba hasta límites insospechados. Estados Unidos movilizó cerca del 18% de su PIB para no dejar caer la economía. Europa, por su parte, anunciaba lo que denominaba “el nuevo Plan Marshall”, con una inyección que inundaba de ayudas a las distintas economías europeas. Incluso en los países emergentes se anunciaban planes bastante caudalosos, pudiendo señalar que, de media, hablamos de una respuesta fiscal en estas economías emergentes equivalente al 2,4% del PIB, de acuerdo con la universidad de Columbia.

Ante semejantes planes, la economía, una vez se relajaron las restricciones de la pandemia, se reactivó con gran fuerza. La demanda crecía muy rápidamente en tanto en cuanto se iban relajando las restricciones en los distintos países. Esa economía que había estado paralizada volvía a operar a pleno rendimiento, como mostraban los indicadores de producción. Con la reapertura, los consumidores querían consumir y, gracias a los estímulos, el crédito estaba jugando un papel esencial en esta reapertura, que nos dejaba registros nunca vistos en mercados como el inmobiliario, el comercio de tecnología, entre otros. En otras palabras, la demanda se reactivó, y los estímulos hicieron que se reactivase a un gran ritmo.

Sin embargo, pocos hicieron una lectura correcta de la crisis a la que nos enfrentábamos. Combatimos la crisis como si de un shock de demanda se tratara, sin caer en que a lo que nos enfrentábamos era un shock de oferta. En otras palabras, impulsamos la demanda hasta límites insospechados en un escenario en el que el problema no era que no queríamos consumir, sino que no podíamos hacerlo. Una lectura que hoy ha acabado derivando en desacoples que debemos tener en cuenta, pues como dijo el propio ex economista jefe del FMI, Olivier Blanchard, hemos estimulado de más la economía, sin tener en cuenta que la oferta no estaba preparada para tanto estímulo.

Dicho de otra manera, hemos enfrentado la crisis de oferta como si se tratara de una crisis de demanda. Hemos preparado a nuestros consumidores para que, cuando llegara la reapertura, salieran a consumir, tirando del crédito y pudiendo hacer uso de su ahorro acumulado durante la pandemia en aquellos casos en los que sí se había podido ahorrar, como mostraba la tasa de ahorro. Como muy bien nos enseñó Keynes, el Gobierno estimuló la economía y los consumidores respondían como se esperaba. Ahora bien. En ningún momento contemplamos que llevábamos dos años con la producción prácticamente paralizada, y en un escenario en el que existían cuellos de botella que limitaban incrementar la producción en determinados sectores, extendiendo las limitaciones a otros sectores relacionados.

Esta situación que trato de explicar de forma sencilla es la situación que ha acabado provocando que la inflación se dispare hasta niveles no vistos desde 2013. Debido a esta gran demanda, en un escenario en el que la oferta escasea, los precios se han disparado. Como nos enseña también la teoría económica, la oferta y la demanda determinan el precio en un mercado. Por esta razón, si la demanda crece en exceso, como ha crecido tras esta crisis, y encima lo hace estimulada, y ésta confronta con una oferta muy escasa, que acaba de enfrentarse a un shock bastante relevante, lo que tenemos es un incremento en los precios debido a que se establece un nuevo equilibrio.

De este modo, podemos ser optimistas en lo relativo al crecimiento de la inflación. Debido a que las razones están muy identificadas, y que están muy localizados los incrementos en los precios, el comportamiento de la inflación, apoyado en el comportamiento de la inflación subyacente, se espera que cambie en los próximos meses. Pero de la misma forma tenemos que ser pesimistas en lo que se refiere a una crisis de suministros que podría extenderse más de lo previsto por su magnitud, y que podría dejarnos desabastecidos en la que se presenta como la campaña de consumo más intensa del año y, este año, la mejor de la década.