Adoctrinemos, sí (pero con 'Monty Python')

Adoctrinemos, sí (pero con 'Monty Python')

Para que las nuevas generaciones sean más difíciles de engañar y sepan ver la trampa retórica que se esconde en la distinción entre educar y adoctrinar.

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Llamamos “educación” a la enseñanza de ideas y valores con los que estamos de acuerdo, y llamamos “adoctrinamiento” a la enseñanza de ideas y valores con los que no estamos de acuerdo. Trampa. Unos denuncian que el Estado inculca a los jóvenes la ideología de género, mientras ellos mismos hablan a esos jóvenes de bondadosísimos dioses que condenan al sufrimiento a la humanidad por una manzana, vírgenes que dan a luz a dioses y francachelas dominicales para comerse -¡y no de forma metafórica!- la carne de su dios. Otros se asustan de que se cuelguen en las aulas fotos de jefes de Estado que han alcanzado tal condición mediante el coito de sus padres, mientras ellos mismos apestan a metafísica barata vendiendo a los estudiantes una monserga de pueblos, esencias, culturas, lenguas, purezas e independencias tras la que únicamente hay intereses económicos.

En contra de lo que los defensores del pin parental suponen, la escuela no es una plataforma de 'streaming' a la que abonarse personalizando los contenidos

No sé qué perreta nos ha entrado contra el término “adoctrinamiento”, bellísima palabra hermana etimológica de “doctor” o “docencia” y prima lejana, si nos remontamos hasta la raíz indoeuropea “dek-”, de “paradoja” o ¡“diplodocus”! Aquí adoctrinamos todos, del primero al último, cuanto podemos. Podemos y los boy scouts. Evangélicos y meteorólogos. Vox, feministas y TERFs. Teruel Existe, RTVE y el Colegio de Farmacéuticos. Yo, al escribir este artículo. Ya que no existen contenidos naturales y propios de la educación que distinguir de otros contenidos impuestos e impropios, la distinción entre educación y adoctrinamiento se desvela meramente connotativa y psicologicista: el adoctrinamiento es la educación que practica el que no está de acuerdo conmigo. Yo educo, tú adoctrinas. Pero el acto de transmitir una doctrina no será bueno o malo por el hecho de enseñarla, sino por la bondad o maldad de dicha doctrina.

Y en una sociedad democrática, la bondad o maldad de una doctrina se mide por su ajuste al sistema de valores que se propone como cohesionadora de dicha sociedad, como identificadora del ciudadano que pretende formar el sistema educativo. En contra de lo que los defensores del pin parental suponen, la escuela no es una plataforma de streaming a la que abonarse personalizando los contenidos, ni un servicio que las familias alquilan para perpetuar en la plaza pública la idiosincrasia familiar. La educación común supone la única posibilidad de que la sociedad sea algo más que un agregado inconexo de colonos desperdigados por las llanuras del Medio Oeste.

El adoctrinamiento en valores prosociales hecho desde la escuela es el único contrapoder que puede enfrentarse a la brutal seducción en valores narcisistas que se practica desde las empresas privadas sobre la infancia y la juventud, pero sólo podrá funcionar si la educación común es justamente eso: común. Y esto, que podría dar un poco de miedito si pensamos en Corea del Norte o Arabia Saudita, es un hecho esperanzador en Portugal o Francia, por más que a la derecha propín, -tan defensora de centralizar a nivel estatal la enseñanza de la Historia y de descentralizar a nivel familiar la enseñanza de la Sexualidad-, le ponga un poquito de los nervios.

El adoctrinamiento en valores prosociales hecho desde la escuela es el único contrapoder que puede enfrentarse a la brutal seducción en valores narcisistas que se practica desde las empresas privadas sobre la infancia y la juventud

Esta semana falleció Terry Jones, el miembro de Monty Python que dirigió La vida de Brian. En los cuarenta años transcurridos desde su estreno, esta película ha pasado de ser considerada peligrosa e inmoral a ocupar el número uno en algunas listas de las mejores comedias de la historia. No puedo encontrar mejor ejemplo de un contenido educativo que, pudiendo despertar recelos y desaprobaciones por parte de algunos ciudadanos, ha de estar necesariamente incluido en la formación cultural de los estudiantes, a salvo de que ningún padre tiquismiquis impida a su hijo ese delicioso baño de ingenio, irreverencia, pensamiento crítico y duda ante la solemnidad. Adoctrinemos, sí, pero con Monty Python, para que las nuevas generaciones sean más difíciles de engañar y, por ejemplo, sepan ver la trampa retórica que se esconde en la distinción entre educar y adoctrinar, y la trampa ideológica que está practicando parte de la derecha de nuestro país con la puesta en marcha del pin parental.

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