Afganistán, ¿otra vez un santuario yihadista?

Afganistán, ¿otra vez un santuario yihadista?

El ascenso de los talibán se festeja en Al Qaeda, sus aliados, pero sus portavoces insisten en que han cambiado y ahora no darán abrigo a terrorista alguno.

Un talibán, en un control en el barrio de Wazir Akbar Khan, Kabul, el pasado 22 de agosto.Rahmat Gul via AP

EEUU fue a por Afganistán tras los atentados del 11-S porque el régimen talibán, instalado desde 1996, había dado cobijo y asistencia a Al Qaeda. Tanta, que llegó a esconder a su líder e ideólogo de los ataques, Osama Bin Laden, culpable del zarpazo que mató a casi 3.000 personas. Dice Joe Biden, ahora que los suyos dejan el país 20 años más tarde de forma poco edificante, que aquella misión está cumplida, que han peleado contra el yihadismo y que EEUU es ahora más seguro. Y, sin embargo, el ascenso islamista enciente nuevamente todas las alarmas. ¿Volverá a ser Afganistán un santuario para sus terroristas? ¿Harán los talibanes la vista gorda si implantan otra universidad del islamismo? ¿Cómo sufrirán los civiles, allí y aquí, si se da ese escenario?

Ya ha habido un atentado en las afueras del aeropuerto, con al menos 170 muertos, y EEUU ha atacado dos veces enclaves supuestamente yihadistas, en una ocasión como respuesta y en otra, de forma preventiva. Aún así, ese riesgo de escalada es relativamente bajo, a juicio de los expertos, pero depende en parte de algo tan volátil como los intereses de los propios talibanes, que no son muy de fiar.

Hay tres razones que apuntalan esta conclusión: Al Qaeda ha perdido gran parte de su fuerza anterior, en todo el mundo; el Estado Islámico no tiene una presencia fuerte en la zona porque se lleva mal con los talibanes y, además, los nuevos jefes de Afganistán ahora buscan reconocimiento internacional y han prometido no proteger más nidos de yihadistas.

“En los foros de internet y en las comunicaciones telefónicas se ha detectado un aumento de las menciones directas a Afganistán desde semanas antes de que los talibanes tomasen Kabul. Eso se ha intensificado en estos días, cuando no era ya un territorio que se citase con tanta frecuencia. La sensación que se extrae es de alegría por lo que llaman la “expulsión” de EEUU y las demás naciones occidentales. Esta lectura satisfecha en el mundo yihadista es innegable”, explica a El HuffPost un miembro del Servicio de Información de la Guardia Civil.

Es una tendencia, dice, que se detecta en simpatizantes de diversas ramas o grupos yihadistas, una “sensación común” de victoria. Y hacía tiempo que no tenían qué jalear estos criminales: la pandemia de coronavirus frenó notablemente su actividad en Occidente -no tanto en países de mayoría musulmana, donde se concentran la mayoría de sus víctimas aunque se les preste menos atención- y el Estado Islámico, que protagonizó los últimos años, vio cómo caía su califato y su influencia.

Al Qaeda, el más beneficiado

Los que ahora mandan en Afganistán pueden utilizar su victoria contra el gobierno afgano y Occidente como un increíble multiplicador de fuerzas en términos de reclutamiento y radicalización de aspirantes a yihadistas en todo el mundo, pero si hay un grupo que sale beneficiado de los cambios es Al Qaeda. Sigue manteniendo su alianza con los talibanes, la misma por la que acabaron atacando el país los norteamericanos, y de hecho cuentan con presencia nunca disuelta del todo en la provincia de Kunar. Según datos de la Inteligencia norteamericana publicados en la prensa nacional, tiene entre 200 y 500 miembros en ese enclave, dispuestos a crecer con la condiciones propicias que se esperan.

“Su regreso es inevitable”, concluye el analista Sebastián Moreno. “La captura de la provincia de Kunar por los talibanes tiene un valor estratégico enorme, ya que tiene uno de los terrenos más desafiantes, con valles densamente boscosos. Al Qaeda ya tiene una presencia allí que tratará de expandir”, añade, haciendo referencia a informes del Pentágono que así lo atestiguan.

  Imagen obtenida por la CNN de talibanes y miembros de Al Qaeda, juntos en el grupo Fuerza 055, felices tras romar la base de Bagram, en 1999.CNN via Getty Images

“Es importante el papel que Paquistán juegue”, cerrando o no el paso al personal de Al Qaeda hasta su país vecino. Cita a George Robertson, exsecretario general de la OTAN, quien ha declarado en entrevistas en Reino Unido que el regreso de los talibanes ya ha facilitado la llegada de “toda una serie de yihadistas” de otras naciones, que podrían planear y ejecutar ataques terroristas dentro y fuera de la región.

Esa mayor presencia “se dará”, pero su efecto, para los propios afganos y para el resto del mundo, dependerá de la actitud que los talibanes tomen hacia sus socios. “Ya no quieren ser un Estado paria, sino que buscan el reconocimiento internacional. Lo han repetido desde que tomaron Kabul. Su naturaleza es la que es, evidente, pero es posible que den pasos que permitan su reconocimiento por parte de potencias como Rusia o China y, desde luego, para ello tienen que ser duros con el terror, porque así se lo van a exigir”, señala. En su anterior etapa, Afganistán fue reconocido por tres países: Pakistán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. “Los talibanes ahora quieren cambiar eso. Y saben que solo es posible si existe una política adecuada. Esto incluye, entre otras cosas, sus relaciones con los grupos yihadistas”.

Públicamente han dicho que su Emirato Islámico de Afganistán no va a ser un santuario de yihadistas pero, más allá de sus palabras, durante las conversaciones de paz que tuvieron lugar en Doha con EEUU, se dejó claro a los negociadores talibanes que este reconocimiento mundial solo podría llegar si se desvinculaban por completo de Al Qaeda. Entonces dijeron que ya lo habían hecho, pero aquellos lazos siguen ahí: hay un informe del pasado año, redactado por la ONU, que constata esos contactos, las relaciones “siguen siendo estrechas” y están arraigadas en “la amistad, una historia de lucha compartida, simpatía ideológica y matrimonios mixtos”.

Edmund Fitton-Brown, jefe de la misión de la ONU para monitorear a los grupos terroristas del Estado Islámico, Al Qaeda y talibanes, dijo literalmente en febrero: “Suponemos que el liderazgo de Al Qaeda seguirá bajo la protección de los talibanes”. “Es falso”, rechazaron los islamistas.

El ISIS y sus peleas

Si Al Qaeda se felicita, el Estado Islámico no tanto. Puede regodearse de la caída en desgracia occidental, pero el mismo informe de la ONU, con el que el Consejo de Seguridad de la ONU lleva un año trabajando, afirma que su relación con el mando talibán no es buena. Ha sufrido “importantes reveses” en los últimos años. “Las fuerzas de los talibanes jugaron un papel importante en contribuir a estas derrotas del EI”, aclaró, de hecho, Fitton-Brown, en una entrevista en la NBC.

Los grupos yihadistas como Al Qaeda y el ISIS persiguen objetivos distintos a los de los talibanes, por más que los metamos a todos en el mismo saco del islamismo. Los dos primeros tienen la meta global de perseguir a quien no cumple con el Islam que ellos se han ajustado y manipulado. Los últimos se conforman con Afganistán. Es algo que marca la diferencia y les ha llevado a negociar por ejemplo con EEUU, algo que el Estado Islámico reprocha constantemente a los talibanes y lo lleva a catalogarlos hasta de apóstatas. Creen que concentrarse solo en su país y valorarlo “más que el islam” es pecaminoso. Con Al Qaeda el pasado aún pesa, aunque difieran en este punto.

No obstante, el Estado Islámico busca una nueva base, después de la derrota de su autoproclamado califato en Irak y Siria, por lo que pese a las diferencias también podría intentar la vía de hacerse un hueco en Afganistán. No es tan probable, parece. “Mantener Afganistán es más importante para los talibanes que acoger una yihad global. De ceder, se cede algo a los que ya son amigos”, resume Moreno.

Por ahora, las dos explosiones mortales registradas el jueves en Kabul, en las inmediaciones del aeropuerto, han puesto sobre la mesa un nombre ya bajo vigilancia: el Estado Islámico en la Provincia de Jorasán (ISKP), fundado en 2015. La ONU sostiene que “a pesar de las pérdidas territoriales, de liderazgo, de personal y financieras sufridas durante 2020 en las provincias de Kunar y Nangarhar”, el ISKP ha conseguido desplazarse a otras provincias, como Nuristán, Badghis, Sari Pul, Baghlan, Badajsán, Kunduz y Kabul, “donde los combatientes han formado células durmientes”. En cuanto al número de combatientes, los sitúa entre 500 y 1.500, aunque algunas inteligencias como la británica los elevan a 2.000. Son sobre todo árabes de Siria e Irak, a los que se unieron antiguos militantes talibanes que se cambiaron de chaqueta.

Además, añade el informe de la ONU, “el grupo ha reforzado sus posiciones en Kabul y sus alrededores, donde comete la mayoría de sus atentados”, que han afectado incluso a instalaciones sanitarias y escuelas, sobre todo de niñas. No se saben cuántos, porque el ISIS es muy dado a reivindicar y hacer propios hasta atentados que no lo son. Propaganda que da frutos.

Queda por delante, también, la incógnita de cómo será el nuevo terrorismo que surgirá fruto de la rivalidad entre Al Qaeda y el EI, porque nunca han estado los dos igualmente fuertes, sino que se han ido dando relevos en el podio de la influencia criminal mundial. De ahí que el terremoto en Afganistán sea tan hondo, de tanto calado, en tantas facetas.

  Patrulleros talibanes vigilando las calles de Kabul, el pasado 19 de agosto. Rahmat Gul via AP

Y, de fondo, la Red Haqqanai

Hay un flanco más que vigilar: la Red Haqqanai, la organización miliciana más temida y sanguinaria del país, en la lista negra de grupos terroristas de Europa y EEUU.

Sus orígenes se encuentran en un clan, el de la familia Haqqani, perteneciente a la importante tribu pastún Zandran Pasthun. Su líder era Jalaluddin Haqqani, un muyahidín que combatió contra los soviéticos en los años 80 y que se hizo muy relevante, hasta ser ministro con los talibanes. Junto a sus guerrilleros, se benefició de las ayudas de la CIA durante esos años y eso les permitió establecerse como uno de los clanes más poderosos tras la huida soviética.

Históricamente, han estado afiliados a los talibanes y siempre han combatido juntos a ellos, pero tienen sus intereses, también, y una ideología que los sitúa cerca del ISIS y de Al Qaeda. Se calcula que cuenta con 15.000 milicianos, que sobre todo han estado dedicados a atacar a las tropas extranjeras.

 

Una zona de sombra

Durante las dos últimas décadas, el servicio de inteligencia afgano, el llamado NDS, ha trabajado en colaboración con EEUU, Reino Unido y el Gobierno local en la persecución de los terroristas, pero ahora toda esa red de control “se ha desmoronado”, por lo que “Afganistán se convierte en un objetivo difícil en términos de inteligencia”, dice el experto.

Una zona de sombra que hace complicado detectar campos de entrenamiento y ocultación y también un descontrol en las fronteras -al menos hasta que el nuevo régimen se asiente- que igual que impide saber quién trata de buscar refugio fuera impide conocer si entra milicianos de fuera a quedarse en Afganistán.

Después de su retirada, a las fuerzas internacionales les va a costar tener información, pero al menos EEUU ya está explorando formas de utilizar sus bases aéreas fuera de Afganistán para atacar campamentos de Al Qaeda o para actuar en el país, si fuera necesario. Si se diera el caso, podría recurrirse a ataques a distancia con aviones no tripulados o con misiles de crucero, de los que ya se escapó Bin Laden. Ataques quirúrgicos, poco más.

Una unidad internacional clara contra el yihadismo en la zona es muy difícil en este momento. Las alianzas están muy desgastadas tras el fracaso de proporciones épicas que supone esta salida y no hay planes para ello. Los países están a verlas venir. Sólo el primer ministro de Reino Unido, Boris Johnson, ha hecho un llamamiento a la unidad de Occidente para frenar la amenaza por venir y que, lo sabe, tendrá repercusión en Europa, su escenario preferente para atentar. Del camino que elijan los talibanes dependen muchas más vidas que las de los afganos.