Alarma: virus ataca al cine, en un Madrid distópico

Alarma: virus ataca al cine, en un Madrid distópico

Aunque (aún), no nos devoramos los unos a los otros, aquello que contó el cine, se está produciendo.

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Alarma: virus ataca al cine, en un Madrid distópico. Bien podría ser el alarmista título de alguna película de los setenta u ochenta, tipo Peligro… reacción en cadena, con sus catástrofes, pandemias y gentes con máscaras y monos blancos. Pero no, esta vez va de verdad.

Un virus nos ataca sanitariamente, socialmente y económicamente, a todos los sectores, y entre estos a los del mundo de la cultura y del espectáculo. La pandemia ataca al cine. Salas cerradas, rodajes paralizados, festivales pospuestos o cancelados, mientras otros como el de Sitges se ven obligados a salir diciendo que se mantienen, que no cunda el pánico. Las pérdidas son y van a ser tremendas. 

Eso sí, conozco mi profesión, y este estado favorecerá la creatividad. Cuántos guiones, libretos y microteatros se estarán escribiendo ahora mismo sobre pandemias y distopías. Si en Mad Max luchaban por los carburantes, y en la coproducción española El exterminador de la carretera, luchaban por el agua, imagínense ahora a todos luchando por encontrar papel higiénico. Por ejemplo.   

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Es paradójico ver cómo la palabra “Virus” está tan presente en el cine, en el internacional, y en el nuestro, el rodado aquí. Los mundos distópicos provocados por amenazas novedosas y desconocidas, fueron tratadas por el cine español, nacional y de coproducción, ya antes de que Nacho Vigalondo nos mostrase un Madrid marciano en Extraterrestre. Antes, un título elocuente para una coproducción española, atacaba el tema a lo bestia. Virus (Apocalypse domani), producción de José Frade con Italia, dirigida por Anthony Dawson (Antonio Margheriti), protagonizada por John Saxon y Ramiro Oliveros, y rodada parcialmente en Madrid, nos mostraba una cruda pandemia importada de Asia, que provocaba infectados caníbales. Y antes, otras catástrofes, rodadas en la capital de España, como Último deseo (Planeta ciego), nos hablaban de amenazas globales, en este caso un apocalipsis nuclear que deja a los hombres cegados. Y lo mismo ocurre, con películas rodadas también en Madrid, como Pánico en el Transiberiano, El ataque de los muertos sin ojos o No profanar el sueño de los muertos, infecciones, plagas, contagios, mutaciones… Esta última, la maravillosa película de Jordi Grau, muestra un desastre zombi provocado por la acción del hombre en el medio ambiente… Y lo mismo ocurre con películas rodadas en Barcelona, como Apocalipsis caníbal o la saga REC. La amenaza, cercana, aunque se enmascare el nombre de las ciudades.

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Pero si hay un caso paradigmático es el de la inefable coproducción, La invasión de los zombies atómicos, cuyo título italiano es más elocuente, Incubo, sulla città contaminata (algo así como “Pesadilla en la ciudad contaminada”), así como el título americano, Nightmare City, haciendo alusión a una ciudad de pesadilla. Pues bien, revisar esta película, no tiene desperdicio. Un avión repleto de infectados, aterriza en una base militar. Y para recrear la base militar se utiliza una española, mientras el avión es un Hércules de nuestra Fuerza Aérea. Pero, después, llega lo mejor. Los infectados, asesinos caníbales, que matan y contagian, llegan a la ciudad, que no es otra cosa que Madrid. Y así podemos ver cómo se vacían las calles, la estación de Chamartín, o la zona de Azca con la torre Windsor, y son tomadas por los infectados y por los militares. Cómo los zombies atacan un hospital, que en realidad es una de las residencias de mayores de la Comunidad de Madrid, cómo vagan por los campos del extrarradio, o cómo se refugian en el parque de atracciones, subidos a la montaña rusa Jet Star, para terminar siendo bombardeados desde un helicóptero por un Paco Rabal que interpreta a un militar de alta graduación… Como lo oyen.

Aunque (aún), no nos devoramos los unos a los otros, aquello que contó el cine, se está produciendo.

Hace tiempo que no existe ni el Windsor, ni la Jet Star, pero ahora mismo estamos viendo un espectáculo inaudito, el de una amenaza que ataca principalmente a nuestros mayores, y el de unas calles vacías a lo Abre los ojos. El caso coincidente de esta película de terror, nos lleva a un detalle aún más jugoso. La invasión de los zombies atómicos se estrenó un 23 de febrero de… 1981. Con el intento de golpe de estado en marcha, los únicos que acudieron al estreno fueron el productor español y su familia, al tiempo que algunos militares intentaban imponer otro mundo, hasta que un rey Juan Carlos, creo que menos enriquecido que en la actualidad, salió en la tele ordenando parar el asunto. Afortunadamente hoy, los militares que vuelven a salir a la calle en esta pandemia, lo hacen con una labor fundamentalmente humanitaria, y siempre constitucional.

Cualquier realidad supera a la ficción. Y aunque (aún), no nos devoramos los unos a los otros, aquello que contó el cine, se está produciendo. Nos lo narran todas estas películas que podemos revisar. Porque, paradójicamente, estos días se puede ver más cine en casa que nunca, a la espera, de que se abran los cines y se reanuden los rodajes para contar nuevas historias. Ojalá pronto.