Amores que hieren, canciones que curan

Amores que hieren, canciones que curan

Siempre me han encantado las canciones tristes, en particular las que hablan de amores contrariados, imposibles, tormentosos. Creo sinceramente en el poder curativo de esas canciones que, al inundarnos del horror del desamor expresado por otros, nos permiten tomar distancia de nuestro propio dolor y mitigarlo.

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Siempre me han encantado las canciones tristes, en particular las que hablan de amores contrariados, imposibles, tormentosos. Posiblemente se deba a una naturaleza irremediablemente melancólica y a un espíritu enamoradizo desde la más temprana edad (aunque los amores de esos tiernos años no fueran más que figuras proyectadas en la pantalla del cine del colegio o visiones fugaces idealizadas), y puede que también una inclinación natural al melodrama sobrealimentada por la literatura rosa de posguerra, a la que fui muy aficionado, y los dramones cinematográficos de toda índole vistos en el blanco y negro de la televisión de entonces. Melodrama... Una preciosa palabra que encierra dos de las expresiones más bellas del alma humana: el teatro y la música. Drama con música. Si ya por separado se bastan para conmover, unidas tienen una fuerza que llega a ser hasta peligrosa...

Perdón, que me disperso. Otro día hablaremos del melodrama con más calma.

La cosa es que no tardé en conocer el uso terapéutico de ciertas canciones (también el del Optalidón, pero esa es otra historia) en las que uno podía encontrar el relato de sus desgracias contado mil veces y de mil maneras diferentes, pero que, curiosamente, siempre encajaba a la perfección con su situación. O más exactamente, con la fantasía personal de su situación.

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Todo esto ha cristalizado en un libro que sale a la calle en estos días, 101 Canciones para cortarse las venas, y que no es otra cosa que una selección de los temas musicales que me han acompañado en las horas amargas posteriores a las rupturas amorosas, a los deseos irrealizables o a los rechazos crueles. Bueno, o sencillamente en horas bajas en las que necesitaba aturdirme con un copazo y un acompañamiento musical adecuado.

A pesar de que en las últimas semanas he encontrado alguna resistencia a esta teoría, creo sinceramente en el poder curativo de esas canciones que, al inundarnos del horror del desamor expresado por otros, nos permiten tomar distancia de nuestro propio dolor y mitigarlo. Y, en el peor de los casos, apelan a nuestro lado masoquista y nos proporcionan el placer inconfesable de regodearnos en el sufrimiento. No creo que el victimismo sea una buena actitud para todos los días, pero las inmersiones ocasionales en la autocomplacencia consciente y responsable es muy gratificante. En otras palabras, ¡que mola revolcarse en el barro de vez en cuando! Ahí están los balnearios para demostrarlo.

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Coplas, boleros, rancheras, tangos, baladas italianas, chansons francesas y algunos temas clásicos del pop y el rock forman parte de esta selección en la que quedan fuera arias de ópera, flamenco, fado y otros géneros no menos efectivos por falta de espacio. No en el libro, que podía haber tenido las mismas páginas que la Enciclopædia Britanica, sino en mi capacidad y mi conocimiento.

Las he ordenado en bloques por género musical y relación de proximidad cultural, pero se me ocurre que podía haberlas ordenado por reacciones ante el desamor, de manera que el «enfermo» pudiera localizar enseguida el remedio que más se ajuste a sus síntomas.

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Hay canciones de indiferencia fingida, como I'm not in Love de 10CC, que se empecina en negar la evidencia del amor y el dolor con una deliciosa ingenuidad; de furia asesina, en las que la venganza es la clave y que abundan en la copla andaluza, como en Cinco farolas donde se reclama que le quemen la boca con carbones encendidos al traidor; por el contrario, hay otras que se ofrecen víctimas de un sacrificio cruento, como en Sombras nada más, cuyos primeros versos dicen «Quisiera abrir lentamente mis venas, mi sangre toda verterla a tus pies...»; las hay, y quizá sean las más atroces, de una resignación sobrecogedora, como Eres mi marío o el blues Don't Explain, en las que la víctima acepta el engaño mansamente; otras reflejan un orgullo desmedido muy sano, como en el bolero Sabor a mí, que asegura al que ha decidido abandonar a su pareja que nunca podrá librarse de su huella, como una maldición... o un contagio.

Hay para todos los gustos. Que cada cual elija la suya.

Puedes descargarte aquí en PDF La Copla, el capítulo 1 de 101 Canciones para cortarse las venas, mientras escuchas algunas de las canciones del libro:

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Ilustraciones: Manu Berástegui.