Johnson gana, pero ahora tiene que sobrevivir a la victoria

Johnson gana, pero ahora tiene que sobrevivir a la victoria

El 'premier' de Reino Unido se muestra triunfal, pero sin motivos: 4 de cada 10 de sus diputados creen que el país estaría mejor sin él y con esa losa no hay quien gobierne.

Los números no mienten: Boris Johnson ha sobrevivido a la moción de censura de sus propios compañeros de partido, el Conservador, al lograr 211 votos sobre 359 de sus parlamentarios. Pero los números también esconden segundas lecturas: esta victoria desvela que cuatro de cada diez diputados tories entienden que Reino Unido estaría mejor sin el actual premier, su propio compañero y líder. Victoria, sí, pero la del superviviente que sale malherido, amputado, quizá desahuciado.

Al primer ministro británico no pueden ahora desafiarle en un año, pero eso no quiere decir que tenga garantizados 12 meses de calma. En el recuerdo de todos está el caso de su predecesora en su formación y en el Ejecutivo, Theresa May, que superó otra moción con mejores apoyos que él (63% frente a 59% de los votos) y medio año después estaba en la calle, asfixiada por el Brexit y por una oposición interna feroz que había puesto en su contra a medio partido y, también, a medio gabinete. Johnson fue precisamente el líder de aquella rebelión.

Esa es una de las diferencias y bondades con las que cuenta Johnson: por ahora, tiene a su equipo con él, entre otras cosas porque muchos de sus ministros estuvieron también en las famosas fiestas durante el confinamiento por el coronavirus, tienen partygate que callar. Y porque los retos cambiantes del coronavirus o la guerra en Ucrania se han puesto por delante a lo puramente doméstico, dándole un respiro y cambiando el foco. Sin embargo, que nadie espere un año de gracia, porque ese 15% de diputados que elevó la moción, que logró registrarla y forzarla, esos 148 votos en contra, son enfados persistentes, de conservadores que no lo aguantan y que planean hacerle la vida imposible, pese a su mayoría absoluta actual.

La votación de ayer fue propuesta por un grupo de parlamentarios conservadores, que escribieron cartas de censura a Graham Brady, el presidente del comité de 1922 del partido, que agrupa a los diputados conservadores sin cartera. El descontento entre los parlamentarios tories había aumentado desde que se publicó el mes pasado un informe muy crítico sobre las fiestas de encierro en Downing Street y sus alrededores durante la pandemia de covid-19.

Los críticos son en muchos casos diputados frescos, nuevos, que han conquistado recientemente terreno laborista, que se ven autorizados a levantarle la voz al jefe, a ese que ha metido la pata con sus contratos para amigos o las reformas de Downing Street con dinero de donantes tories, que se añaden a la crisis por la gestión de la pandemia y a las estancadas negociaciones del divorcio con Europa. Lo acusan también de aumentar los impuestos y de no dar una respuesta adecuada a la inflación, por más que sea un problema mundial.

El partido está claramente dividido y con esa losa tendrá que avanzar el primer ministro, que tiene mandato hasta dentro de dos años. “Puedes cantar victoria y ser despojado de tu autoridad en el mismo momento”, resume el editor de Política de la BBC, Chris Mason. Como poco, las exigencias de transparencia serán diarias y, vistas las recurrentes filtraciones a la prensa de desbarres del mandatario, la pregunta es cuánto más podrá aguantar en pie.

Aún así, los que han perdido, han perdido por algo. Hay tres razones fundamentales. La primera es que se cree que hay alrededor de 180 diputados en la nómina del Gobierno, entre ellos secretarios privados parlamentarios y de ministerios y vicepresidentes de comisiones y órganos de gestión, esto es, Johnson contaba de partida con una base de fieles que, piensen lo que piensen de su gestión, quieren seguir en su gabinete o asesorando a su gabinete porque les cubre el riñón. Esa era una base buena sobre la que sostener su resistencia.

La segunda tiene que ver con los tiempos: la votación se ha llevado a cabo antes de lo esperado, por el ansia de los disidentes, que ha impedido que se maduren las opciones y se logren más apoyos. Es verdad que llevaba semanas moviéndose la posibilidad de una moción, pero los últimos pasos, los concretos, eran los definitivos, y han sido algo acelerados cuando los conservadores están peleando dos elecciones parciales locales  a finales de este mes y, por muy impopular que sea Johnson, usar los recursos del partido para encontrar un reemplazo en lugar de hacer campaña por esos escaños no es lo ideal para la formación.

Y la tercera es que ninguno de los rivales del primer ministro está listo para tomarle el relevo en el partido y en Downing Street. Cuando May se fue, estaba justo Johnson, con una corte importante de aliados, esperando para hacerse con el doble cetro, sin una competencia real. Ahora ese no es el caso, no existe un candidato único claro, con respaldo político y/o financiero para hacer que la transición fuera lo más fluida posible.

Surgen nombres, claro, como los del ministro de Economía, Rishi Sunak; la titular de Exteriores, Liz Truss, o el moderado Jeremy Hunt, que perdió ya en 2019 las primarias contra Johnson. Si no hay alguien fuerte para sustituir a un señor carismático, que arrastró a su país al Brexit -de las supuestas mentiras hablamos otro día- y que tiene la mayoría absoluta de la Cámara desde los últimos comicios, poco se puede hacer.

  Boris Johnson, el pasado 7 de abril, durante una rueda de prensa en Downing Street con el presidente polaco, Andrzej Duda.AARON CHOWN via Getty Images

Seguridad o ceguera

Tras conocer el resultado de la votación, Johnson se mostró extremadamente optimista. ¿Lo siente o es imagen de cara a la galería? Es un debate importante, porque si persiste en el personalismo, en no ver la realidad, puede darse de bruces con ella en cualquier momento. Y a lo mejor de la próxima no se levanta. Dice que ha logrado un apoyo “decisivo” y “convincente”, “magnifico” incluso. Sus asesores han explicado a la prensa local que el domingo, cuando al acabar los actos del jubileo de platino de Isabel II fue comunicado de la que se le venía encima, lo encajó tranquilo, como el que siente que está en posesión de la verdad.

Mal va cuando afirma que este trago es “una oportunidad para dejar atrás todas las cosas de las que hablan los medios”. Error. No es que hable de ello la prensa, es que está en la calle y en sus propias filas. Es una cadena de escándalos que está impidiendo el normal funcionamiento de las instituciones, con un premier en la picota una semana sí y otra también, que acude a las sesiones de control del Parlamento de Londres a explicar si bebió vino y se juntó con más personas de las debidas cuando la gente se moría en soledad, mientras cuestiones esenciales de la administración quedan empantanadas, en la agenda olvidada.

Ya esta mañana, más sereno, ha prometido seguir trabajando “en lo que importa al pueblo británico” y ha reclamado a sus ministros lograr “progresos” en las “prioridades del Ejecutivo”. “Este es un Gobierno que da resultados en aquellos temas sobre los que la población del país está más preocupada”, ha manifestado, al tiempo que se ha comprometido a seguir dando respuestas ante “estas prioridades”. “Estamos del lado del trabajador pueblo británico y vamos a ponernos manos a la obra”, ha añadido. Ha anunciado que va a reunirse con su equipo y plantear “nuevos compromisos políticos que seguirán generando una diferencia real en la vida de la gente”.

Según la empresa demoscópica Yougov, el 68% de los británicos entiende que Johnson está gestionando mal el país, frente a un 26% que lo aprueba. Esa es la voz de la calle, no de los medios, que ahora se suma a los diputados conservadores hartos. La magnitud de la rebelión, popular y partidista, es enorme, comparable a su debilidad en estos momentos, por eso no puede cantar victoria y, menos, hacerlo con triunfalismo. O es fachada o es ceguera, y ambas preocupan, especialmente la última, la casi seguridad de que Johnson se cree por encima de todo y de todos, impune -una multa y fuera, aunque sea el primer gobernante multado nunca en la historia del país- e inmune.

Al menos, queda su llamamiento de anoche a la unidad entre los tories para avanzar. “Sólo podemos cumplir si estamos unidos”, dijo Nadhim Zahawi, al frente de Educación, una de las avanzadillas conciliadoras que lanzó en las tertulias de la noche. “Es hora de volver al trabajo y gobernar”, añadió.

Los laboristas, principal fuerza de la oposición, le reprochan que no hay back to normal o vuelta a la normalidad cuando el primer ministro sólo ha afrontado una “huida hacia adelante”, no una asunción de responsabilidades y de culpa. Pedir perdón y salir de bravucón cuando se supera un obstáculo como el de ayer no es suficiente, dice su líder, Keir Starmer. Los liberales hablan de “autoridad destruida” para seguir en el cargo, pese a los porcentajes de síes y noes, y de “reputación hecha jirones”.

Una postura que se repite por ejemplo en Escocia, donde apenas dos de sus 59 diputados laboristas se han mantenido junto a Johnson, en un territorio que votó no al Brexit. Nicola Sturgeon, su ministra principal, ha descrito gráficamente la situación actual del premier: “se encuentra ante un gran desafío, pero está absolutamente cojo”.

“Necesitarán un lanzallamas para echarme”, ha afirmado Johnson, según la BBC. Quizá sea eso lo que le espere a la vuelta de la esquina, si hay más porquería que conocer, como advierten algunos de sus viejos colaboradores. O si no es capaz de coger el toro por los cuernos y gestionar Reino Unido como es debido. Ha ganado y puede mirar a algunos de los suyos por encima del hombro, pero la amenaza sigue a su espalda. Y, en su mano, la solución: comportarse como un mandatario ejemplar.