Vivir el confinamiento con 95 años y sin familia: “No sé cómo agradecérselo a mi vecina”

Vivir el confinamiento con 95 años y sin familia: “No sé cómo agradecérselo a mi vecina”

Después de superar la guerra y la posguerra, a Julia no le da miedo el virus. Aunque vive sola, su vecina se empeña en que no le falte nada: "No quiere que me muera".

A Julia le gusta mucho madrugar. Todos los días se levanta a las seis, se toma un té y a las siete de la mañana enciende la televisión para ver “la misa con el papa”. Julia tiene 95 años “ya cumplidos” y a estas alturas se ha visto obligada a cambiar sus rutinas de la noche a la mañana.

Antes de que se declarara el estado de alarma por la epidemia de coronavirus, no se sentaba a ver la misa de las siete por televisión (que ni siquiera se emitía), pero sí salía todas las mañanas al mercado a hacer la compra y los recados. Ahora, muy a su pesar, está “encerrada como un cangrejo”, dice. “María Jesús me tiene prohibido que salga a la puerta de la calle. Y ella para mí es como mi hija”, cuenta Julia a El HuffPost a través de una videollamada realizada al móvil de María Jesús. 

  Juliacedida a el huffpost

María Jesús no es trabajadora social, ni activista, ni voluntaria de una ONG, sino vecina de Julia. Y, sin embargo, el vínculo que las une va más allá de compartir calle en el barrio de Puente de Vallecas en Madrid. Como más de 850.000 mayores de 80 años en España, Julia vive sola y no le queda familia que se ocupe de ella, así que es María Jesús quien se encarga de acercarse a diario a su casa, bien provista de mascarilla y guantes, para ver cómo está, llevarle comida y hasta el periódico los fines de semana. “Como le gusta mucho leer el periódico y las revistas del corazón, los viernes y los sábados se los lleva el papelero, y yo se lo compro el domingo. Sólo tengo que cruzar la calle y estoy en su casa”, cuenta María Jesús.

“No sé cómo voy a agradecerle todo lo que está haciendo conmigo”, replica Julia. “María Jesús no quiere que me muera y tengo el congelador que va a explotar con toda la comida que me trae. Así me tiene”, comenta. Hoy Julia va a descongelar un tupper de albóndigas para comer y, para la cena, se hará “un pescadito hervido o algo así”. “La cena le gusta a ella preparársela”, aclara María Jesús.  

A Julia, que ha vivido “la guerra y la posguerra”, no le parece bien que se comparen aquellos tiempos con los que se viven ahora, por mucho que los líderes políticos se empeñen en usar un lenguaje bélico. “Viví la guerra y la posguerra, y entonces lo pasé muy mal, muy mal, muy mal. He pasado mucha hambre y muchas necesidades, y muchas cosas que ya ni me acuerdo”, dice Julia. “He pasado tanto y he vivido tanto ya”.

Ahora mismo no le da miedo lo que pueda ocurrirle, “por la sencilla razón de que la gente me sigue llamando y se siguen preocupando por mí”, asegura.

Lo que más lamenta Julia estos días es que está “sola y encerrada”, más aburrida y con más ganas de hablar. “Su vida era salir”, asegura María Jesús. “Ella es muy especial; le gusta madrugar e irse temprano al mercado y a hacer sus recados. Esta situación ha cambiado su vida por completo. Siempre ha hecho lo que le ha dado la gana, y ahora no sale nada porque se lo prohíbo”, explica.

Viví la guerra y la posguerra, y entonces lo pasé muy mal, muy mal, muy mal. He pasado mucha hambre y muchas necesidades
Julia

Julia y María Jesús llevan siendo vecinas “desde siempre”, pero su relación cambió hace aproximadamente cinco años, cuando María Jesús se ofreció a hacerle un favor a su vecina con el contador de la luz y “desde entonces empezamos a saludarnos, a hablar, y nos hicimos amigas”, cuenta María Jesús. Entonces Julia era prácticamente independiente, aunque de vez en cuando le ocurría algún incidente. “Ponía algo a cocer, se volvía al salón y se quedaba dormida”, explica María Jesús. Por eso la mujer habló con una asistenta social, le pusieron un detector de humos, y las tres se quedaron más tranquilas.

Después de un tiempo y “algún bajón”, María Jesús decidió implicarse más, y desde hace dos años, se encarga de llevarle un tupper de comida todos los días.  “Cocino para mi familia y para ella”, cuenta la mujer, que además se ocupa de su casa y de sus tres hijos. “Tiene una familia maravillosa, son muy buenas personas”, añade Julia.

Toda su vida era salir
María Jesús

Pese a no tener teléfono móvil ni redes sociales —“ya soy muy mayor”—, Julia ha salido estos días en la tele y en la prensa escrita. El programa Lo de Évole, de Jordi Évole, le dio el ‘salto a la fama’, y Julia se parte de risa cuando se le pregunta por esto.

“Con lo coqueta que es, no le gustó verse con la bata en el programa de Jordi Évole. No caímos en ese momento”, comenta María Jesús, que asegura que más medios se han interesado estos días por entrevistar a Julia. “Lo que le faltaba; hacerse famosa”, bromea, y se ríen las dos. 

Su compenetración es evidente, pero María Jesús se niega a ‘robarle protagonismo’ a Julia y prefiere que su imagen no aparezca en este artículo. Ella insiste en que su mérito no va más allá de ayudar a su vecina y amiga en lo que necesita. “Siempre hay alguien a quien ayudar”, dice, y más durante el confinamiento. 

María Jesús no ha empezado en esto a raíz de la cuarentena, pero sí está en contacto desde entonces con Somos Tribu Vallekas, un grupo de solidaridad vecinal creado a propósito del estado de alarma que se organiza para ayudar en diferentes zonas de Vallecas y tipos de actividades, que van desde hacer la compra a los mayores hasta cuidar a niños que no tienen con quién quedarse tras el cierre de colegios. A través de esta red “de apoyo mutuo”, María Jesús ha conseguido que unos voluntarios le suban agua a un matrimonio de ancianos, Antonio y María, en cuyo edificio cortaron el suministro. “Tienen ochentaytantos años y el pobre hombre tenía que subir las garrafas de agua a pulso”, cuenta.

Son casi las nueve de la mañana y la videollamada con estas dos mujeres llega a su fin. Julia se despide muy cariñosa de la “señorita” que le ha estado haciendo unas preguntas a través de la pantalla, y María Jesús se excusa con un “te tengo que dejar, que mis hijos tienen que enviar una tarea y yo tengo la casa atrasadísima”. “Estos días, con todos en casa, no me cunde nada”, lamenta la mujer.  

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Marina Velasco Serrano es traductora de formación y periodista de vocación. En 2014 empezó a trabajar en 'El HuffPost' como traductora de inglés y francés en Madrid, y actualmente combina esta faceta con la elaboración de artículos, entrevistas y reportajes de sociedad, salud, feminismo y cuestiones internacionales. En 2015 obtuvo una beca de traducción en el Parlamento Europeo y en 2019 recibió el II Premio de Periodismo Ciudades Iberoamericanas de Paz por su reportaje 'Cómo un Estado quiso acabar con una población esterilizando a sus mujeres', sobre las esterilizaciones forzadas en Perú. Puedes contactar con ella escribiendo a marina.velasco@huffpost.es