André Aciman: “Creemos que el amor o el amado, más allá del género, podrá rescatarnos de quien somos”

André Aciman: “Creemos que el amor o el amado, más allá del género, podrá rescatarnos de quien somos”

"Lo que queremos es ser autónomos sin depender de nadie, pero no es posible".

El escritor André Aciman. Fotografía de Sigrid Estrada, cortesía Alfaguara.

Por Winston Manrique Sabogal

El verdadero castigo por la pérdida del paraíso parece ser el destino de vagar por la vida en busca del amor. Paul va tras de él toda su vida a través de hombres y mujeres en una demostración de que los sentimientos no saben de género. Obedece al sentimiento genuino sin miedo ni etiquetas ni prejuicios.

“No sé… No sé… No sé…”. La respuesta sobre por qué esa búsqueda constante del ser humano en el amor tampoco la sabe André Aciman (Alejandría 1951 y nacionalizado estadounidense), uno de los escritores que mejor ha sabido contar el despertar y descubrimiento del amor en el siglo XXI de manera profunda, cotidiana, ingenua y con un tratamiento del lenguaje en el que vibran todos los sentidos. Primero en 2007 con Llámame por tu nombre y ahora con Variaciones Enigma (Alfaguara). Aquella primera novela lo colocó en el centro de la narrativa y diez años después lo hizo popular por la adaptación cinematográfica que hizo Luca Guadagnino.

“No sé por qué el ser humano está en la búsqueda constante del amor. Esa es la respuesta. Creemos que el amor o esa persona amada, más allá de si es hombre o mujer, podrá rescatarnos de quien somos. Creemos que hay alguien que puede resolver cosas que están profundamente integradas en nuestro interior; ya se trate del amor o de otra persona. No sé la respuesta. En última instancia, todos estamos destinados a estar solos y quizá el mayor de los retos sea nuestra incapacidad para determinar si preferimos estar solos o acompañados. Quizá haya alguien que nos ayude a resolver esto. Es algo cíclico, recurrente, de forma que no conozco la respuesta…

No sé si necesitamos amor o no...”.

La cara amistosa y alegre de André Aciman se cubre de una leve sombra de impotencia por no resolver el misterio. Está de espalda a la ventana en la biblioteca de su editorial en Madrid. Hijo de una familia judía sefardí de origen turco sabe de lo que escribe de manera sublimada, pues su padre amó por igual a hombres y mujeres, y él mismo, casado y con hijos, también ha temblado ante hombres y mujeres.

Aciman es un experto en Marcel Proust, un admirador del genial autor francés que en sus novelas del siglo XXI busca, como Proust, el universo en los detalles, la textura de los pliegues de los afectos, los ecos que dejan los recuerdos y los sentimientos en las personas. En sus novelas de resonancias melancólicas y mundos interiores descritos con un aliento trascendente, el amor es la estrella sobre la que gira todo lo demás.

Realidad y sueño, deseo y verdad en sus novelas, lo cierto es que los recuerdos amorosos siempre son jóvenes. Vivificantes.

En la historia de Paul resuenan algunas notas de la literatura dedicada a este tema. Dos de ellas son poemas de deslumbrante belleza de sendos poetas clásicos: Walt Whitman y William Wordsworth. El amor sin fronteras en el primero, el recuerdo como algo siempre joven en el segundo.

André Aciman escucha atento el poema de Whitman que contiene el impulso de la vida en tres versos:

“Oh, tú, al que a menudo me acerco en silencio, allí donde estés para estar contigo,

cuando paso a tu lado, o me siento junto a ti, o me quedo en tu misma habitación,

que poco te imaginas el fuego, eléctrico y sutil, que has desatado en mi interior”.

Sonríe tímido mientras asienta con la cabeza y con voz queda dice:

– Perfecto. Es muy generoso.

Luego habla sobre el por qué de la búsqueda perpetua del amor y de que no está seguro de que se necesite o no. Aunque pareciera que sí se necesite el amor, según su novela, y parte de la historia de la literatura.

“La historia de la literatura trata de convencerte de que necesitamos el amor. Pero, por ejemplo, Paul es un hombre que desesperadamente busca ser rescatado de su soledad. Mientras que, por otro lado, no se queda con Manfred tampoco con Maud y aunque está detrás de una periodista realmente no insiste en ella y con Cloe, por último, tampoco está del todo convencido de que quiera ir con ella ni de que la quiera. Es una persona condenada a ser autónoma, independiente”.

En Paul vive silencioso el recuerdo de la primera vez cuando con 12 años sintió una dicha temblorosa e inimaginable por el ebanista del pueblo. Aciman relata en la novela esas incertidumbres con gran naturalidad y delicadeza. Una obra donde el amor es un estado en suspensión. Taciturno, tal vez. El vivir más de los recuerdos que de los hechos reales. Aunque nunca se sepa qué fue lo real.

El recuerdo, tras la búsqueda del amor, es otro de los pilares sobre los que se levanta esta cartografía del deseo y el amor. Aciman, con los brazos estirados y las palmas de las manos bocaabajo sobre la mesa de madera, escucha los versos inmortales de Wordsworth que recuerdan la lectura de su novela:

Aunque el resplandor que

en otro tiempo fue tan brillante

hoy esté por siempre oculto a mis miradas.

Aunque mis ojos ya no

puedan ver ese puro destello

que en mi juventud me deslumbraba.

Aunque nada pueda hacer

volver la hora del esplendor en la hierba,

de la gloria en las flores,

no debemos afligirnos,

porque la belleza subsiste siempre en el recuerdo…

Aciman recoge los brazos estirados sobre la mesa y deja entrever una sonrisa melancólica.

“Vivimos más de los recuerdos de lo que pudo ser. Es algo que denomino ‘tiempo irreal’. El tiempo que hubiera podido ser y no fue. Pero que uno espera que ocurra, espera que llegue, aunque lo tema. Esa es la dimensión de los personajes. Esa búsqueda de esa promesa nos obliga a avanzar, a buscar. Es algo que yo vivo y mis personajes también están más condicionados por lo que hubiera sido. El amor que Paul siente por Nanni o Manfred es más potente que la manifestación de ese amor.

Ese es el tercer pilar de la novela: el amar y desear pero no expresarlos como debe ser, como se quisiera. Todo promesa. Es la búsqueda constante en el ser humano. Como si la expulsión del paraíso hubiera tenido como condena la búsqueda perpetua del amor. Y solo a través de ese descubrimiento la persona retorna al paraíso perdido. Aciman sonríe ante esa posibilidad y juego literario procedente de la Biblia.

“Tienes razón. Tal vez es así. Esperamos que esa búsqueda del amor nos lleve al paraíso. Es lo que imaginamos. Menos mal que lo creemos porque de lo contrario no tenemos nada.El amor es más allá del género masculino o femenino, son las personas, los sentimientos. Tener intimidad con alguien es mejor que no tenerla. Envidio a la gente que encuentra el amor. Tener esa intimidad es maravilloso”.

El escritor muestra cómo ese anhelo amoroso es un gran aliciente en las personas. Cómo su poder es tal que el amado quiere parecerse al amante. Lo dice en su novela: “En la sonrisa apacible y complaciente se notaba un temblor cuando expresaba sus ideas y sus dudas sobre el escritorio que me descubrió a la persona que querría llegar a ser yo algún día. Qué placer era mirarle a la cara y esperar ser como él”.

“La verdad es que queremos convertirnos en la persona que amamos. No tiene nada que ver con el sexo masculino o femenino. Es solo deseo y sentimiento puro. Uno quiere la identidad del otro y uno espera que el otro también quiera su identidad. Es un momento muy bello”.

En el camino, una procesión de derrotas. Ese es el cuarto pilar de Variaciones Enigma…

Buscar el paraíso del amor es un infierno. Y querer el paraíso y no tenerlo es un infierno en sí mismo. Esos fracasos ocurren una y otra vez. Paul no se hace ilusiones, no se engaña a sí mismo. Sabe que puede no encontrar placer y que quizá no pueda agarrarse a ello, sabe que lo va a perder, no se hace ilusiones o quizá quiera perderlo”.

Lo que queremos es ser autónomos sin depender de nadie, pero no es posible.

Es el territorio de la incertidumbre y del miedo, a veces con prejuicios en heterosexuales que un día descubren que tienen pulsaciones amorosas por alguien de su mismo sexo y se niegan a aceptarlo. ¿Acaso cobardía, responsabilidad con las personas a su alrededor?

“Creo que no lo piensan del todo. Quizás no hay prejuicio ni cobardía. Es sencillamente ambivalencia. Creo que todos somos así. Lo que queremos es ser autónomos sin depender de nadie, pero no es posible. Y si es dependencia viene de alguien de tu mismo sexo cuando no te lo habías planteado algunas cosas se resquebrajan y la ambivalencia puede aumentar”.

“La mirada es algo esencial. Paul está mirando todo el tiempo. Es como si el mármol se hubiera convertido en carne. Por otro lado, cuando está con Cloe ella le dice que la mire cuando hacen el amor, que no cierre los ojos, que la mire, que no la ignore.

El acto de mirar es muy potente porque así es como reconocemos a los demás y así es como esperamos que los demás nos reconozcan, y entren en nuestro interior. En la mirada se produce una comunicación. Hay una comunión Eso es lo más importante en los seres humanos”.

Pero las búsquedas del amor exploran nuevas rutas en la era digital donde la mirada es otra.

“Las cosas son ligeramente distintas. No puedo analizarlo de forma satisfactoria porque no entiendo cómo la rapidez de un mensaje genera tanto placer y anticipación de placer. Ahora bien, la gente ya no se mira, en Nueva York la gente evita la mirada. En cambio, hace unas semanas estuve en Israel y allí las mujeres me miraron a los ojos. Es como un ’Estoy vivo, ¡gracias!”.

Se busca solo la eficacia. Al igual que en buena parte de la literatura donde lo que prima es el argumento y se olvida el estilo, el cómo, la literatura, en últimas. Así como el amor busca una épica, una trascendencia, la literatura de calidad aspira a ello.

“Ya no es así. Yo utilizo la palabra atemporalidad. Fundamentalmente es la incapacidad que tiene la literatura moderna de abandonar lo cotidiano, los hechos cotidianos. Esa incapacidad de descartar lo cotidiano para trascender a algo mayor. El único autor contemporáneo de calidad es Sebald. Me gusta mucho porque es un hombre que trata de superar los detalles mundanos de la vida cotidiana y trascenderlos, pasar a otra dimensión. Hoy no hay estilo. La literatura actual ha dejado de ser capaz de entrar en eso. Si uno mira cualquier revista norteamericana que publica ficción verá que es casi ficción periodística, no es literatura, no es periodismo, sino su ficción”.

Son libros que tienen un mensaje, temas, pero en sí mismo los temas son políticos, correctos, políticamente correctos, pero no investigan ni profundizan en el alma.

Olvidan que tiene que ser la belleza a través de las palabras. Uno no solo tiene que saber qué palabra es la adecuada, sino elegir la palabra más hermosa, no rebuscada, pero que sea la palabra más perfecta, puede ser una palabra vulgar o arcaica pero sin pretensiones”.

Variaciones Enigma aspira a eso. Una historia de toda la vida, como el amor, escrita como si fuera la primera vez en estos tiempos. Una novela escrita en inglés, como todas las de André Aciman, aunque cuando apunta cosas lo hace en italiano o francés.

Es en lo que está ahora con la continuación de Llámame por tu nombre. André Aciman recuerda que el amor sincero tiene algo de placer furtivo. Una variación de ese amor de Paul que se hace universal la escribe así:

“Cuando estaba apunto de levantarme para irme andando a la oficina, sentí algo en el pecho que era casi como un dolor. Me gusta el dolor. Y volví a desear que mi padre estuviese vivo. Era el único que habría entendido las modulaciones de lo que yo sentía, el aguijón y el bálsamo entrelazados como serpientes gemelas que arremeten una contra la otra. Esto es amor, me habría dicho, la incertidumbre es amor, el miedo mismo es amor, hasta el desprecio que sientes es amor. Algunos lo conseguimos a  contramano. Otros lo encuentran enseguida, a otros les lleva años y para otros llega solo en retrospectiva”.

Y André Aciman junta su realidad y su ficción cuando Paul recuerda un amor sincero que nunca fue pero que es cuando al terminar una carta le dice: “Has estado siempre conmigo”.

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