Animales de compañía

Animales de compañía

No hay piedad para los derrotados. La trayectoria de Javier Arenas en cargos de responsabilidad del PP parece agotada salvo que el partido se pegue un buen trancazo los próximos meses.

No hay piedad para los derrotados. La larga trayectoria de Javier Arenas en cargos de responsabilidad del Partido Popular parece agotada salvo que el partido se pegue, lo que no es se puede descartar, un buen trancazo los próximos meses.

En la hora del adiós de puertas afuera (otra cosa no improbable es lo que Arenas pueda seguir manejando puertas adentro) me gusta recordar al Arenas conciliador que llevó la cartera de Trabajo cuando en su primera legislatura José María Aznar ofreció al país un talante muy distinto al que ofreció en su segundo mandato cerrando de forma patética su presidencia.

El Arenas que yo recuerdo vivía vida de soltero con Manuel Pimentel, su mano derecha o izquierda, que eso no se terminó de saber, en el pabellón reservado para residencia privada del ministro en el propio Ministerio. Con las esposas residiendo en Sevilla, Arenas y Pimentel parecían encarnar en la vida real a la extraña pareja que Neil Simon escribió para la escena: compartían piso, salían juntos de compras y por las noches jugaban largas partidas de dominó. Todo eso acabó el día que Aznar le dijo a Arenas que lo sacaba de Trabajo y la daba la responsabilidad de llevar el partido.

Era una buena elección. Tras el áspero Álvarez Cascos Arenas era como peluche, un entrañable animal de compañía. Arenas ha sido durante muchos años la versión democrática y amable y moderna del PP, como en los años del franquismo lo fue José Solís, como Arenas también ministro de Trabajo entre otros muchos encargos. Si la frase de Arenas ha sido "hola, campeón", la de Solís fue "os he venido a ver en nombre del Caudillo".

Rememoro dos recorridos al tiempo paralelos y distintos.

El de Solís. Le acompañé en una gira por Castellón a mediados de los años sesenta. Tras cena copiosa y copeo hasta la madrugada Solís se fue a dormir y a la mañana siguiente, sin que se le sublevara una pestaña, tuvo el descaro de largar una soflama a los asistentes a una parida sindical, celebrada en una ciudad vecina a la que había pernoctado. Les dijo, con la voz rota por la emoción: "Anoche me recibió el Caudillo. Fui a decirle que hoy os vendría a ver. El Caudillo me dijo dales un abrazo Pepe, que a esa gente siempre la he llevado en el corazón" (gritos de Franco, Franco, Franco y Pepe, Pepe, Pepe).

El de Arenas. El recorrido que hizo al cesar como ministro de Trabajo fue sincero: pasó a despedirse de los dirigentes sindicales en las propias sedes de Comisiones Obreras y UGT y allí, "hola, campeón", saludó uno a uno a los miembros de las ejecutivas llamándoles por su nombre de pila. Javier Dolz, un bregado sindicalista de Comisiones me confesó que casi se les saltan las lágrimas a él y a los compañeros. "El gesto de Arenas no lo había tenido ningún ministro de Trabajo, y menos los socialistas". Tipo listo, simpático, Arenas. "Es duro muchacho, tener que reconocer que el quipo Arenas-Pimentel ha dejado un buen recuerdo", me dijo un viejo sindicalista de UGT con una vida forjada en la represión. De Andalucía me llegan voces que dicen lo mismo: no ganó la presidencia pero modernizó un partido que era pura caspa y señoritismo post franquista.

En fin. Consciente de que nadie es perfecto, y menos en política, y que más de un defecto debe tener, con afecto, adiós, campeón.

José Martí Gómez escribe en la web lamentable.org.