El amigo mexicano

El amigo mexicano

Antonio Navalón, "el amigo mexicano"EFE

Hoy nos vamos de caza mayor. Abordamos la trayectoria de uno de los padres fundadores de la influencia en España. Un hombre con una vida tan literaria y tan noir que podríamos haber elegido, para titular este post, varias novelas de John LeCarré (El sastre de Panamá, por ejemplo) o de Graham Green (Nuestro hombre en...Monterrey). Nos hemos decantado por un título de Patricia Highsmith, que al final es “una de las nuestras”. Como recordaréis, en El amigo americano, Ripley no se quiere manchar las manos y manipula a un pobre diablo para que perpetre un crimen. Antonio Navalón (Palma de Mallorca, 1952), nuestro influencer de hoy, es un maestro consumado en el arte de que otros carguen con el cadáver. Y desde hace algunos años opera como “gran conseguidor” (la definición es suya) a caballo entre México, Nueva York y, pocas veces, Madrid. Es el amigo mexicano, el cazarrecompensas a quien todos los grandes influencers españoles recurren para caminar sin mojarse a ambos lados del río Grande o del río Bravo. Aunque acaben empapados y pagando la fiesta.

La lista de los personajes que contrataron a Antonio Navalón, pero terminaron trabajando para él es larga y está jalonada de nombres ilustres. Quizá el caso más sonado sea el del Santo Patrón de nuestra Transición, Adolfo Suárez. Nuestro influencer, que no acreditaba título académico alguno, empezó trabajando para el entonces presidente del Gobierno en la campaña de las elecciones generales de 1977. Según él ha afirmado en numerosas ocasiones, como “director de campaña”, pero José García Abad, autor de Adolfo Suárez, una tragedia griega, asegura que no pasó de desempeñar tareas menores en el equipo de comunicación de UCD; vaya, que era el chico de los cafés.

Antonio Navalón (Palma de Mallorca, 1952), nuestro influencer de hoy, es un maestro consumado en el arte de que otros carguen con el cadáver. Y desde hace algunos años opera como “gran conseguidor”...

Cinco años más tarde, tras el fracaso de Suárez con su CSD y la aplastante victoria de Felipe González, el experiodista e incipiente influencer volvió a contactar con el ya expresidente del Gobierno. Había empezado a aprender el oficio de conseguidor con el abogado Matías Cortés (de quien sería socio hasta 1990) y el sociólogo pepero Pedro Arriola. Sus primeros encargos consistieron en trasladar recados contantes y sonantes de un súper influencer del momento: José María Ruiz Mateos, que ya se olía la posibilidad de que el nuevo Gobierno socialista cortase las alas a la abeja de Rumasa. Según explicó más tarde Ruiz Mateos, Luis Valls Taberner, presidente del Banco Popular y figura descollante del Opus Dei, exigió una cantidad próxima a los 1.000 millones de pesetas (seis millones de euros) para evitar la caída del imperio Rumasa. Navalón fue uno de los mensajeros que llevaron la pasta en metálico. Una tonelada en billetes metidos en cajas de cartón: en la España del Ducados, todavía no se llevaban las cajas de puros.

En aquella ocasión, la relación de Navalón con Suárez, que todavía ejercía de diputado y presidente del CDS, tuvo que producirse a través de personas interpuestas. Pero en mayo de 1991, el hoy canonizado Suárez abandonó la política (o esta le abandonó a él definitivamente) y a partir de ese momento, su antiguo jefe se incorporó ya de pleno en el chiringuito de Navalón. El dinero llegaba principalmente de dos fuentes: las eléctricas, que se fusionaban bajo la mirada atenta del supervisor estatal, y Mario Conde, que huía hacia delante en pos de un poder sin límites. De hecho, según otro biógrafo de Suárez, Gregorio Morán, desde 1991 hasta 1993 A. S. Abogados, el bufete del expresidente de Gobierno, que ya trabajaba para nuestro influencer, recibió millones de pesetas de las eléctricas a través de EIESA, el chiringuito de Navalón.

  Ruiz Mateos, en una de sus protestas por el caso Rumasa. (Fotografía de Rafa Samano/Cover/Getty Images)Rafa Samano via Getty Images

Mario Conde acabó corriendo la misma suerte que Ruiz Mateos: banco intervenido y presidente en la trena. No así nuestro influencer, que organizaba unos sustanciosos almuerzos en el restaurante madrileño Lhardy con jueces, abogados y fiscales, y que logró librarse. En cualquier caso, Navalón tuvo que hacer varias veces el paseíllo hasta la Audiencia Nacional. Amante todavía de la discreción, decidió poner tierra de por medio e instalarse en Nueva York. Desde allí, siguió moviendo los hilos y ofreciendo su lujoso apartamento en Manhattan a las visitas ilustres. El negocio prosperaba y Navalón tiró de sus contactos para ayudar a desmontar la encerrona que el gobierno Aznar le había armado a Jesús de Polanco con el caso Sogecable. En realidad, todo el montaje consistía en inventar un falso escándalo para intimidar a Polanco y sus colaboradores más próximos que no se mostraban suficientemente dóciles con el nuevo poder pepero. Pero, como es sabido, una causa justa no es incompatible con el aprovechamiento de los bribones y nuestro influencer ofreció y cobró sus oficios con jugosos emolumentos. Una de las gestiones que se le atribuyeron consistió en ganar el favor de Baltasar Garzón organizando unas bien retribuidas conferencias que el magistrado pronunció en la Gran Manzana y por las que después el superjuez fue acusado de cohecho.

Como recompensa por unos servicios superfluos (en realidad, el caso Sogecable no pasaba de ser un burdo montaje), Navalón fue señalado como el hombre de Polanco en México. Desde allí amplió su red de contactos -Carlos Slim, los Azcárraga, Juan Villalonga- y también inauguró una carrera de ensayista con la protección de Juan Luis Cebrián para blanquear su figura. Mientras iba consolidando su propio imperio azteca, Navalón incursionó en la arena política norteamericana. Según él mismo afirma, se convirtió en asesor especial de John Kerry en su intento fallido por hacerse con la presidencia de Estados Unidos. Probablemente su papel consistió también en esta ocasión en llevar los cafés -esta vez más aguados, según el gusto local- al equipo de campaña demócrata.

A pesar de la intensa promoción realizada, Navalón no consiguió colocarse en la lista de autores más vendidos. Sí ha conseguido figurar, sin embargo, en las últimas listas de morosos difundidas por Hacienda...

Ya afincado en Monterrey y provisto de un flamante pasaporte mexicano, Navalón se montó en el carrusel en el que aún continúa girando. En su espectacular salida de las sombras, decide presentarse ante la opinión pública como un gran consultor internacional y un articulista de postín. Empieza a dar conferencias y llega a sentar cátedra en la Universidad Autónoma de México, aunque no se sabe con qué título habilitante. Y de la mano de su cuate, el ya exmagistrado Baltasar Garzón, se atreve incluso a presidir mesas de diálogo sobre “Prevención y combate a la corrupción”. Con la modestia que caracteriza a los influencers, ambos impulsan en la actualidad la Fundación Internacional Baltasar Garzón AC Pro Derechos Humanos y Jurisdicción Universal (FIBGAR México). Casi nada.

En 2010 da un paso más y publica un libro de reflexiones geopolíticas, Paren el mundo que me quiero enterar. Su tesis -¡atención!- es que los males del mundo proceden de “la torpeza, prepotencia e ignorancia de las potencias occidentales”. Dentro de los grandes hitos de la historia reciente, no olvida reseñar la gran revolución iraní. Un guiño, suponemos, al conseguidor persa Zandi Gohorrizi Massoud, con quien compartió asiento en los consejos de Star Petroleum y Sp Mining y un lugar de honor en los llamados Papeles de Panamá.

A pesar de la intensa promoción realizada, Navalón no consiguió colocarse en la lista de autores más vendidos. Sí ha conseguido figurar, sin embargo, en las últimas listas de morosos difundidas por Hacienda (debe dos millones de euros al fisco español desde hace unos cuantos años), junto a otros intelectuales como César Vidal. Por ese y otros motivos, nuestro influencer no visita muy a menudo España. Una de las últimas veces que se le vio en público por aquí fue con ocasión de la boda ortodoxa y con mariachis de Juan Luis Cebrián y Mihaela Mihalcia. Y no era para menos, puesto que Navalón había oficiado de Cupido para enlazar a la feliz pareja. Y ya se sabe que lo que el influencer une...

En paralelo a su ahora incesante actividad de autobombo, Navalón continúa ejerciendo su labor de Papá Noel de los ricos. Después de unos años fecundos con el PAN de Vicente Fox y Felipe Calderón y con el PRI de Enrique Peña Nieto, nuestro influencer se ha lanzado a embrujar a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) con el fin, hay que suponer, de conjurar cualquier sombra de corrupción de la nueva administración mexicana de la Cuarta Transformación. Es decir, para que no se lleven otros lo que pueda estar a su alcance. Según relata la prensa mexicana, Navalón habría influido en el Gobierno mexicano para que el gigante chino Huawei instalase la red de cajeros del Banco del Bienestar, uno de los proyectos sociales más ambiciosos de AMLO.

Decía García Abad en el mencionado libro, que Antonio Navalón no destaca por su cultura ni por su brillantez. Pero como el puercoespín, él sabe hacer bien una única cosa; en su caso, hipnotizar a los ricos. Una vez sugestionados contratan unos servicios que sirven únicamente a los intereses de nuestro influencer. No es que Navalón sepa caminar sobre las aguas, sino que es un maestro en surcarlas sobre hombros ajenos. En fin, un “gran conseguidor”, pero para sí mismo. Es el juego de Ripley, y de Antonio Navalón.