Aquella Mónica Oltra de la televisión

Aquella Mónica Oltra de la televisión

Recuerdo las primeras veces que vi a Mónica Oltra en acción, en la tele, lo orgullosa que me sentía de su puesta en escena...

Mónica Oltra, durante la comparecencia en la que rechazó dimitir tras su imputación por haber supuestamente encubierto un caso de abusos a una menor tutelada por parte de su exmarido.Europa Press News via Getty Images

Recuerdo las primeras veces que vi a Mónica Oltra en acción, en la tele, lo orgullosa que me sentía de su puesta en escena. Lo valiente, lo capaz, lo necesaria que me parecía. Luego tuve la oportunidad de conocerla personalmente. Mi marido, Julià Álvaro, formó parte de su primer gobierno de coalición como secretario autonómico de Medio Ambiente. Al principio ella le tenía mucha ley, se deshacía en elogios hacia su gestión, hacia su talante. Luego la cosa se empañó, como suele pasar en política, porque Álvaro quiso llevar a cabo medidas ambiciosas relacionadas con el Medio Ambiente. Oltra acabó cesándolo tras una campaña de acoso y derribo, y de descrédito posterior, que a mí me partió el corazón. A él no, la verdad. Desde aquel momento, Mónica Oltra dejó de ser para mí aquella política de corazón puro, aguerrida, honesta que yo creí que era. Y me convirtió en una descreída de la política de izquierdas, otra más. Pero esto es sin duda una historia personal, una anécdota de la que sería injusto hacer categoría. Solo la cuento para que se sepa que yo, con relación a Oltra, quizá no pueda ser muy objetiva, pero voy a intentar ser honesta.

Mónica se atrevió a salir en el ínclito Canal 9, en los debates electorales con una camiseta que rezaba “Canal 9 manipula”. En casa celebrábamos ese gesto soberbio, cuyo mensaje secundábamos tantos valencianos, antes de que el asunto de la malversación, las trampas, las mentiras, los atropellos de esa cadena pública fueran un clamor en el resto de España. La tele de Valencia y la de fuera recogían bien quién era. No quiero usar el adjetivo histórico pero la aportación de Mónica Oltra al cambio político en la Comunidad Valenciana en 2015 fue fundamental. Nadie personificó como ella la oposición al PP corrupto que instauró Eduardo Zaplana y remató Francisco Camps con la inestimable colaboración de Rita Barberá, Alfonso Rus, el contador de billetes; Rafael Blasco, el que desviaba el dinero de las ayudas por el terremoto de Haití o Juan Cotino, tan del Opus Dei como de hacer negocios a costa de una visita papal. Bueno, estos y muchos otros.

Formaba parte de una cantera de políticas distinta, con un talante distinto… No sé cuánto duró eso, porque tras ese asunto personal que contaba al principio, cada vez que salía en la tele, yo cambiaba de canal...

Y sí, Oltra fue su látigo y, mientras el PSOE vacacionaba desde la oposición, ella evidenció todas las maldades del PP y convenció a la ciudadanía de ellas.

Cuando llegó a la vicepresidencia de la Generalitat, con Ximo Puig como presidente, sus apariciones televisivas siguieron siendo hermosas.  Formaba parte de una cantera de políticas distinta, con un talante distinto… No sé cuánto duró eso, porque tras ese asunto personal que contaba al principio, cada vez que salía en la tele, yo cambiaba de canal, cada vez que aparecía en la radio, apagaba, cada vez que me la encontraba en un acto, en un sarao, desviaba la mirada, la ignoraba, con esa soberbia y ese desdén que me caracterizan cuando me pongo. Mi marido, en cambio, no le guardaba rencor: él es una buena persona, un corredor de fondo con una autoestima de hierro y poca gente puede de verdad herirle.

La vida política continuó su curso y los primeros rumores sobre el asunto por el que ahora la han imputado llegaron veladamente. Yo, que conocí a sus niños, etíopes como mi hija, a su entorno, y que soy muy empática con el dolor íntimo, me resistía a creerlos. Era mentira, seguro, era imposible que ella estuviera enterada de todo y siguiera como si tal cosa. En aquel momento cesó mi animadversión hacia ella y decidí formarme una opinión sólo con los hechos, dejando de lado mis íntimas miserias. Intentando no ser juez y parte.

Porque eso, ser juez y parte no es sencillo. La sentencia suele acabar en absolución. Y en esa tesitura es en la que se ha encontrado Mónica Oltra en este tristísimo asunto. Durante todo este tiempo he leído casi todo lo que caía en mis manos sobre el tema, he recabado opiniones diversas, he acudido a personas con distintos puntos de vista, he escuchado a mi marido, siempre ponderado, siempre atinado… Me repugna estar a favor de cualquier cosa que haya sido iniciativa de una mujer como Cristina Seguí, cuyo pensamiento político, vital está en las antípodas del mío, y cuyas maneras me producen un rechazo total.

  Mónica Oltra luce una camiseta en la que se lee 'Canal 9 manipula' durante una intervención en Canal 9 en 2011.COMPROMÍS

Así que, con todo, allá voy: la gestión de Oltra en el caso de los abusos de su exmarido a una menor en un centro que dependía de la conselleria de Igualdad, que ella dirige desde hace casi ocho años ha sido nefasta. En política se cometen multitud de errores, doy fe. La vida pese a ello sigue. La ciudadanía ignora la inmensa mayoría de esos fallos. Los ignora, los asume, los perdona o los olvida. Pero, luego, algunos de esos errores un día explotan y, como si de una bola de nieve se tratara, persiguen a su máximo responsable. Cosas de la política, cosas que pasan. Puede ser que el error sea muy grueso, muy grosero. Puede que no se consiga evitar la sombra de que hay algo más. Puede que los adversarios lo gestionen con acierto.

Y qué tremendo ha sido que en este caso se den las tres circunstancias.

Una. El error descomunal: un caso tan llamativo y que te afecta tan directamente, multiplica las sospechas sobre una gestión nefasta. Aquella Mónica del 2014, ¿qué habría dicho de un caso como el suyo? ¿un caso que tuviera de protagonista a una vicepresidenta del PP? Estoy visualizando sus declaraciones televisivas.

Dos. No se logró evitar la sombra de la sospecha, porque evidentemente, había un elefante en la habitación.

Tres. Sí, los adversarios que utilizan la cuestión son, en algunos casos, verdaderos secuaces de esa ultra derecha espantosa. Pero eso, llegados a este punto tiene poco valor, más allá de intentar que lo impresentable del denunciante exonere al denunciado.

Dicho esto. ¿Debería haber dimitido Mónica Oltra en la rueda de prensa posterior a su imputación? Sin duda. ¿Se habría ido aquella Mónica que lucía la camiseta, aquella que encandilaba con su lucidez y su rotundidad? Sin duda también.

¿Se tenía que haber ido porque los de la extrema derecha la han denunciado? No, evidentemente. Se tenía que haber ido porque los tribunales, con jueces y fiscales de indudable trayectoria democrática y de compromiso con la justicia, con el interés general, han encontrado indicios de supuestos delitos.

Oltra con su paso al lado, con su dimisión, estaría enseñándonos que hay un camino y una forma de hacer distinto al de la ultraderecha.

Se tenía que haber ido porque una vez la causa judicial en marcha, políticamente, la vicepresidenta de la Generalitat no ha podido despejar las dudas que se ciernen sobre ella. ¿Sirven las dudas para condenar? No, claro que no. De hecho, es posible que la cuestión no acabe en condena. Pero mientras tanto, en el plano de la responsabilidad política, ese nivel de dudas imposibilita seguir con la gestión. Esas dudas lo hipotecan todo. Lo propio y lo de aquellos que están a tu alrededor.

Y no, Cristina Seguí y sus colegas de la extremísima derecha que impulsan la denuncia contra Oltra no ganarían ninguna batalla si ella se fuera. Ese argumento que ha esgrimido es demasiado simple. Y a mí me parece que es justo al revés. La Mónica Oltra del principio se habría marchado, y haciéndolo se habría comportado como esa política honrada, coherente y democrática que hace honor a sus posiciones y demandas pasadas. Esa que no mueve la raya de lo que está bien o está mal según le conviene, y que piensa en la tarea de un gobierno de transformación social en el que cree.

Oltra con su paso al lado, con su dimisión, estaría enseñándonos que hay un camino y una forma de hacer distinto al de la ultraderecha. Igual que sus políticas en dependencia, en igualdad y en atención a los más vulnerables han sido incomparables a los de los nostálgicos franquistas, su reacción ante una cuestión judicial que la lleva a ser investigada también debería ser radicalmente diferente.

De Oltra, de la Oltra que me cautivó, esperaría un “hasta luego” a la altura de su significación política en este país durante los últimos 15 años. Algo así como:

“Me voy para no dar ni una razón más para el desgaste de mi gobierno, para la desnaturalización de mi causa; y vendrá otra persona a tomar mi testigo, y seguiremos, y les volveremos a ganar las elecciones y, cuando la justicia diga que soy inocente, que lo dirá, volveré a arrimar el hombro en estas políticas en las que creo”.

Me habría encantado oírla decir eso en la televisión, en lugar de verla bailar con su grupo político en un acto festivo, impropio del momento. Habría vencido para siempre mis rencores.

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Periodista, ha trabajado para diarios como Levante y televisiones como Canal 9 y TVE. Es colaboradora de radios como Cadena Ser o RNE. Cubells ha publicado varios libros sobre el mundo de la televisión y también, en colaboración con Marce Rodríguez, el libro Mis padres no lo saben.