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Aquí no se tira nada

Tres de cada cuatro hogares de nuestro país tiraron comida y bebida en 2020, una media de 31 kilos por persona que suman 1.363 millones de kilogramos o litros en total.

Desperdicio de comida.EFE

Un tercio de los alimentos que se producen para consumo humano en el mundo, unos 1.300 millones de toneladas al año, acaban en la basura. Son datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) que nos sitúan frente al espejo del desperdicio alimentario. La imagen que refleja es un mundo paradójico en el que derrochamos lo que más falta nos hace. Y, en este aspecto, España no es diferente. Tres de cada cuatro hogares de nuestro país tiraron comida y bebida en 2020, una media de 31 kilos por persona que suman 1.363 millones de kilogramos o litros en total. 

Exigimos alimentos saludables, seguros y asequibles, pero, luego, les despojamos de su valor y los convertimos directamente en residuos. Tenemos, entre todos, poner coto al despilfarro de alimentos por las implicaciones económicas, medioambientales y sociales de esta práctica más común de lo deseado en nuestros hogares.

El desperdicio también tiene consecuencias sociales que, como ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, me resultan especialmente dolorosas

Aparte de la vertiente económica, el malgasto de comida y bebida en el mundo deteriora los recursos naturales y medioambientales. Como se viene indicando desde FAO, si la pérdida y el desperdicio mundial de alimentos fuera un país, sería el país con mayor consumo de agua, el segundo más grande en superficie de tierra utilizada para producir alimentos que nadie consume y el tercero en emisiones de gases de efecto invernadero. Un pódium olímpico del exceso y cifras, que muestran muy gráficamente la dimensión de este desafío, en el que nos tenemos que involucrar de forma global, y desde todos los sectores de la cadena alimentaria, incluidos los consumidores finales. 

El desperdicio también tiene consecuencias sociales que, como ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, me resultan especialmente dolorosas. Me refiero al menosprecio que supone para el trabajo y el esfuerzo de agricultores, ganaderos y pescadores que nos suministran los alimentos. La pandemia nos ha dado la oportunidad de corroborar el compromiso y el sentido del deber que tienen los profesionales de la cadena alimentaria con nuestro abastecimiento. Al tirar los alimentos, estamos despreciando, aunque sea sin quererlo, el fruto de un duro y sacrificado trabajo. Y, por supuesto, también hay unas implicaciones éticas y morales que apelan a nuestra fraternidad con las personas que pasan hambre en el mundo, también en nuestro país.

La insostenibilidad de esta situación ha ido despertando la preocupación en la comunidad internacional que ha fijado, entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la reducción a la mitad del desperdicio de alimentos en todo el mundo en 2030. Porque la buena noticia es que está en nuestras manos revertir esta práctica tan perjudicial para nuestro planeta. Es posible cambiar nuestros patrones de conducta y avanzar hacia un mayor respeto a los alimentos. 

La buena noticia es que está en nuestras manos revertir esta práctica tan perjudicial para nuestro planeta

En línea con estos desafíos universales, el Gobierno de España también está comprometido con la reducción del desperdicio alimentario y el impulso de sistemas alimentarios sostenibles y saludables. Prueba de ese compromiso, es el proyecto de Ley sobre Pérdidas y Desperdicio Alimentario que vamos a llevar al Consejo de Ministros este mismo año. El objetivo es la prevención y la reducción de las pérdidas y el desperdicio de los alimentos para evitar que sean eliminados como residuos. Creemos que va a ser un elemento eficaz para reducir el impacto medioambiental de la producción de alimentos en nuestro país, a la vez que va a favorecer la economía circular, sostenible, competitiva y eficiente en la utilización de recursos. Deseamos también que tenga un efecto pedagógico sobre la población y que contribuya a recuperar el valor que damos a los alimentos. 

Es la primera vez que se impulsa una iniciativa legislativa en pos del cambio real en las actitudes, hábitos, procedimientos de trabajo y sistemas de gestión de todos los operadores de la cadena alimentaria con el fin de cumplir con esa meta de reducir a la mitad el desperdicio de alimentos mundial. Pero no todos los eslabones de la cadena van a empezar de cero. Las empresas españolas de la industria alimentaria están cada vez más concienciadas del impacto que supone en términos económicos, sociales y medioambientales el desperdicio de alimentos. Cerca de un 71 % de las industrias dispone de una estrategia interna definida para luchar contra el desperdicio y un 51 % promueve accione conjuntas con sus proveedores para reducirlo. Asimismo, un 80,4 % de las empresas tiene un acuerdo de colaboración estable para la donación de sus excedentes alimentarios. Por su parte, la gran distribución de nuestro país también está experimentando importantes avances y ha conseguido reducir a la mitad la cantidad de excedentes alimentarios no aprovechados. 

Son los consumidores quienes avanzan con más lentitud en la tarea pendiente del desperdicio alimentario. Hay que cambiar la falsa percepción de que tiramos pequeñas cantidades, porque, si sumamos las de todos los hogares, el resultado es escalofriante. Somos conscientes de que es necesaria una importante labor de concienciación para cambiar nuestras actitudes. Por eso, desde el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación hemos lanzado la campaña ‘Aquí no se tira nada’ que, engarzada en la promoción de los Alimentos de España ‘El país más rico del mundo’, trata de sensibilizar a todos los sectores de la sociedad para que recuperen el valor de los alimentos. 

Porque, en definitiva, todos estamos en el origen del problema, pero también podemos ser protagonistas de la solución.

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Luis Planas Puchades (Valencia, 1952) es un experimentado político con una extensa trayectoria nacional e internacional. Licenciado en Derecho e inspector de trabajo desde 1980. Fue uno de los diputados más jóvenes de la Democracia española, electo en 1982, además de haber formado parte de la primera hornada de eurodiputados españoles que se incorporaron al Parlamento Europeo en 1986 tras la adhesión de España a la UE. Fue consejero de Agricultura, Pesca y Alimentación y de la Presidencia de la Junta de Andalucía entre 1993 y 1994, y de 2012 a 2013, consejero de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente. Planas ha sido embajador de España ante el Reino de Marruecos (2004-2010), embajador de España ante la Unión Europea (2010-2011) y secretario general del Comité Económico y Social Europeo (2014-2018). Fue director de gabinete de Manuel Marín durante su periodo como vicepresidente de la Comisión Europea y posteriormente, de Pedro Solbes durante su mandato como comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios. Desde 2018 es ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación.