'Ator, el Poderoso' o el mejor cine 'destroyer'

'Ator, el Poderoso' o el mejor cine 'destroyer'

Nada funciona en esta película, y por ello es inigualable.

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Todo comenzó con un tweet. En este mundo radial y confinado, la historia “chico conoce chica” se concreta en el seguimiento y en un like. Así de simples resultamos. Esta cadena me condujo, hace días, a una publicación del Huff Post cuyo texto rezaba: “Ya no hay películas como las de antes”. 

El mensaje iba acompañado del fragmento de una película sobre la relación incestuosa de una pareja. En ella, una joven vestida de india navaja llega corriendo a una pradera en la que le espera un hombre con mohines de dios nórdico y pelo de Bonnie Tyler. Ella se sienta a su lado y le dice: “No me dejes, ¡no lo hagas!”. Él la mira extrañado y le contesta: “Pero ¿por qué iba a dejarte?”. Y así, sin ninguna correlación lógica, le regala un osezno que (y esto está fuera del guion) muerde a la joven. El desconcertante diálogo que le sigue es inenarrable:

−Te quiero, Sunya.

−Y yo a ti.

−¿Por qué no podemos casarnos?

−Porque tú eres mi hermano.

−… Hablaré con nuestro padre.

La historia me encantó. Me gustó tanto, que no tuve más remedio que buscar el título. Y cuando lo encontré, no pude evitar ver la película. Ochenta y ocho minutos de puro arrebato. Aquí está el resultado.

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Ator, el Poderoso (1982, Joe D’Amato) se gestó antes de que muchos de nosotros naciéramos, pero su humor trastornado sigue vigente hoy en día. No es una comedia, pero la hilaridad impregna cada plano. Es tan desquiciante y está tan mal hecha que roza lo sublime patético, que diría Friedrich Schiller; cualquiera se puede deleitar con su horrendo guion, lo absurdo de su trama (y de su vestuario, interpretación y puesta en escena). Nada funciona en esta película, y por ello es inigualable.

El argumento es muy sencillo. Un niño nace y nos advierten de que es el hijo de Thor. Al concatenarse varios augurios, comienzan a perseguirle. La madre es asesinada y el niño es salvado por Griba (Edmund Purdom), un extraño guerrero que lo entrega a un matrimonio que lo cría como hermano de su hija. Ambos crecen y, tanto Ator (Miles O’Keeffe) como Sunya (Ritza Brown) se enamoran, por lo que deciden casarse. El día de su boda, ella es raptada por los “jinetes negros” y, para rescatarla, él emprende un viaje hacia el Templo de la Araña, del que nadie ha conseguido salir con vida.

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En su camino conocerá a una mujer (¿Amazona? ¿Apache? ¿Vikinga?) llamada Roon (Sabrina Siani), que le conduce a un ejército de guerreras que, para regocijo de Fellini y de La ciudad de las mujeres, lucharán entre ellas con el único fin de “tener el honor de procrear a la nueva reina” con él.

Obviamente, la triunfante es Roon, quien deberá ‘yacer’ con el prisionero y asesinarle al amanecer. Así, sin más. Pero en lugar de tratarle como un condenado, organiza una primera cita de postín, con pieles y vino en cálices. Pese a la puesta en escena, hay un impedimento, él no está enamorado, motivo más que suficiente como para interrumpir la sesión amatoria, escapar con él y ayudarle a rescatar a Sunya, quien ha sido elegida para ser la esposa del Arcano. Fin.

Grotesca. No existe otra palabra para definir esta película. El propio nacimiento de Ator es burlesco. El bebé elegido es de un tamaño desmesurado, tanto que hace prácticamente imposible un parto natural e incluso humano. Además, el niño nace con el signo que, lejos de ser una marca o una cicatriz, parece una calcomanía de bazar.

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Por otro lado, su estética es confusa. Aunque simula ser de una etapa bárbara, recoge vestigios del imperio romano y otros tantos selváticos. También el reparto es ilógico, reúne a ciudadanos del Tíbet, de Mongolia, de África e incluso de la estepa rusa, todos ellos mezclados con americanos remozados en escandinavos de peluquería.

Así, en una misma escena, hay ropajes de caballeros templarios, de conquistadores bárbaros y de guerreros samuráis, en un crisol cacofónico de culturas, países y etapas sin orden ni concierto, donde se escuchan expresiones como “la estirpe de la araña”, “la ciudad del Viento” o “siete terribles siameses”, con lo espeluznante que debe ser concebir a siete siameses, sean terribles o no.

La película llega a la enajenación cuando Griba, el mentor de Ator, le enseña cuan Miyagi las reglas para ser imbatible en combate. En síntesis, serían dos: pelear con las piernas separadas (¿?) y el factor sorpresa. Con semejantes pautas, Ator podrá cumplir la profecía y erigirse en el guerrero poderoso que está predestinado a ser.

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Por si fuera poco, toda la trama está trufada de un erotismo tan forzado, tan ridículo y tan artificioso que parece punto menos que pornográfico. Y qué decir de los zooms, de los planos nadir y de los contrapicados, tan engorrosos como su propia concreción histórica. Y atención a sus interiores paupérrimos que rezuman textura de cartón-piedra por todos los poros. No tienen precio.

Qué quieren que les diga, me ha encantado. Toda ella es de una enajenación digna de una noche de fiebre, sea del sábado o no. Estoy expectante por ver Ator II. Al tiempo si no se convierte en una tetralogía.