Autocrítica desde Vallecas

Autocrítica desde Vallecas

No se puede pasar de Vallecas a Galapagar sin coste alguno...

Imagen de Archivo de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón. Getty Images

A estas alturas ya se han publicado tantos análisis electorales que es difícil decir algo nuevo. Hasta yo me he atrevido a hacer mis pinitos y escribir sobre el intrincado triunfo del Partido Socialista, sobre los Ciudadanos en su laberinto y hasta sobre la necesidad que tiene este país de una derecha democrática de corte europeo.

Lo de escribir sobre la ultraderecha no me apetece nada. Es algo genético, hereditario, innato, aprendido también. La ultraderecha me supera como tema para escribir algo racional. Da, tal vez, para una película, una novela, algún cuento, un GIF, pero es imposible describir las perversiones tan sólo desde el entendimiento, la razón, el análisis.

Sin embargo, el retraso en escribir sobre la izquierda a la izquierda del PSOE, obedece a otras razones. No es tan difícil hablar de algo cuando lo miras desde lejos o, al menos, desde fuera. Pero la cosa se torna mucho más complicada cuando hablas de gente conocida, cercana, amigos, vecinos, familiares. Mucho más espinosa cuando entran en juego sus ilusiones, sus ideales y sus necesidades.

Cuando pienso en ese nosotros, me viene a la cabeza mi amigo Manuel, anarquista, afincado en la España vaciada y perteneciente al pueblo de los Nadies. Le gusta decirme: ”Estoy tan acostumbrado a perder que ganar tiene que ser la hostia y hasta me jode″. Algo de eso hay en esta derrota electoral que se produce tan sólo una legislatura después de lo que se presentaba como el ascenso imparable de quienes, en muy poco tiempo, disputarían el puesto a un Partido Socialista en desbandada y sumido en el desconcierto.

No es una derrota de Podemos. Lo es también de Errejón, de Izquierda Unida, de las famosas confluencias y grupúsculos que han tirado de la cuerda hasta romperla, de Manuela Carmena, o Ada Colau (aunque consiguieran mantener sus alcaldías gracias a alguna pirueta) y de cuantos se quedaron por el camino y han intentado presentar alternativas electorales más o menos personalistas.

Le gusta decirme: "Estoy tan acostumbrado a perder que ganar tiene que ser la hostia y hasta me jode".

Hay quien dice que para afrontar esta derrota lo mejor es hacer autocrítica. Miedo me da. Las primeras autocríticas que he escuchado consisten en sencillos y poco elaborados ejercicios de explicación de lo malos que han sido todos los demás, dentro y fuera.

Desde los medios de comunicación, a grandes empresarios capitalistas, el resto de partidos confabulados en contra, los medios de comunicación, el irremediable voto útil y la zapa y minado de la quinta columna compuesta por los que, desde dentro, han fracturado, dividido y dinamitado las posibilidades electorales y serían los culpables de haber destruido un trabajo excelente y meritorio desarrollado a lo largo de estos años.

El término autocrítica me recuerda, además, el relato de aquellos tiempos en los que el todopoderoso Koba el Temible detenía masivamente a sus opositores y, tras obligarles a hacerse una autocrítica, los fusilaba, o eran condenados a una muerte lenta en uno de sus innumerables gulag repartidos por toda su Unión Soviética.

Cuentan que Giuseppe di Vittorio, el histórico líder del primer sindicato italiano, la Confederazione Generale Italiana dei Lavoro (CGIL), anarcosindicalista en sus orígenes, comunista después, se enfrentó en cierta ocasión a la asamblea de los trabajadores del sindicato en la FIAT. La CGIL había perdido las elecciones y la autocrítica de sus afiliados consistía en explicar el diabólico carácter del patrón, Agnelli, las jugadas sucias de los otros sindicatos, las traiciones de algunos compañeros.

En ese momento, Di Vittorio, se dirigió a la asamblea y planteó que no faltaba razón en cuanto se había planteado. Probablemente en esas cuestiones se encontraban el 95% de las causas de la derrota. Bien pudiera ser que la CGIL en la FIAT sólo tuviera que responder por ese 5% restante. Pero ese 5% representaba para ellos el 100%. A fin de cuentas, corregir sus propios errores, por pequeños que fueran, era todo cuanto podían hacer.

La izquierda vota por convicción muchas veces, pero también con ilusión, y si esa ilusión tiene la más mínima fisura, hay quien se queda en casa y no vota. Sobre todo en Vallecas.

Tomaron nota, lo hicieron y volvieron a ser la primera fuerza sindical, también en la emblemática Fábrica Italiana de Automóviles de Turín. De eso va la autocrítica. Identificar los errores propios que, en un contexto determinado, han producido el fracaso.

La derecha no paga casi nunca el precio de la falta de coherencia, siempre que cuide los miedos y el egoísmo que en todas y todos nosotros habitan. Hasta de la desunión salen bien parados, porque saben que la suma de egoísmos termina produciendo los más extraños compañeros de cama, o de poltrona.

Sin embargo, para la izquierda las incoherencias tienen un alto coste. No se puede predicar el bien público y trabajar por el beneficio privado y la parcelita de poder. No es posible mantener abandonados los barrios del sur y abrir las puertas de par en par a las grandes operaciones especulativas en el norte. No se puede pasar de Vallecas a Galapagar sin coste alguno.

La izquierda vota por convicción muchas veces, pero también con ilusión, y si esa ilusión tiene la más mínima fisura, hay quien se queda en casa y no vota. Sobre todo en Vallecas. Tal vez sea allí donde haya que comenzar la famosa autocrítica. Escuchando a la gente, sus problemas, sus propuestas. Además, si Vistalegre no pinta bien, siempre nos quedará Vallecas.

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