Aznar, entre guiñol y farsa

Aznar, entre guiñol y farsa

Por si no hubiera ya bastante demagogia con Casado y Díaz Ayuso… Aznar sale de la catacumbas, donde apenas se detiene, para dar lecciones de limpieza democrática.

José María Aznar, expresidente de España.EFE

Dejó dicho Felipe González que la oposición es la única institución que cobra por oponerse. Esa es su función. Pero, como explicaba Talleyrand “la oposición es el arte de estar en contra tal hábilmente que luego se pueda estar a favor”. Puro pragmatismo.

Por su propia esencia la oposición tiene además que ser constructiva y no sólo escachadora. Tiene que ofrecer alternativas en todas las cuestiones en que se suscite el debate. No basta con el ‘no’; hay que explicar no sólo su porqué sino el para qué. No hacerlo es como el juego del garbanzo y los tres vasos. La habilidad escamoteadora del ‘trilero’ produce una ‘realidad alternativa’ al incauto que es atrapado por un ‘gancho’.

En estos momentos pandémicos toda la oposición europea ha dado muestras de ‘sentido de Estado’ sea de derechas, de centro, verde o de izquierdas. Todas, la portuguesa es un gran ejemplo, han apoyado al gobierno de turno. Todas, menos una. La española. Desde el principio ha elegido un modelo de confrontación de una cosa y de su contraria periódica pura.

La verdadera historia al final escapa de los relatos, porque en política ‘relato’ suele ser sinónimo de cuento. Hará unos tres años en Madrid, en el ‘tentenpié’ de una sesión sobre la UE organizada por la Asociación de Periodistas Europeos en la Fundación Carlos de Amberes una alta funcionaria de Presupuestos de Bruselas, que ya apuntaba alto, Nadia Calviño, comentaba con unos periodistas su asombro por ciertos ‘relatos’. Uno de los presentes le dijo: “Son trucos. El único relato válido son lo hechos”. Los 21 insultos seguidos en una intervención de Pablo Casado constituyen un auténtico récord. Pero nadie recuerda a cuenta de qué lo dijo.

Las hemerotecas son un granero de verdades dormidas. En ellas puede verse ya que con ligeras diferencias todos los países han pasado por los mismos trances. Unos antes, otros después. Llegado el momento mascarilla todos fueron engañados por los chinos.

Pero antes de la pandemia pasaron muchas cosas. La pandemia no fue el principio de nuestra historia. Ni será el final. Y la derecha tiene mucho relato, en eso es una auténtica maestra,  como para la darle la vuelta a la historia como un hábil cocinero a la tortilla en la sartén.

Con la decisión de Pedro Sánchez y su gobierno de conceder unos indultos condicionados a los políticos catalanes presos por delitos de sedición y conexos se podrá estar de acuerdo o no. Yo confío en lo de ‘dura lex, sed lex’. Es legítimo oponerse. Incluso con radicalidad. Lo ideal en una democracia es que no haya indultos sino que la justicia tenga mecanismos – que ya existen- para acortar y graduar el cumplimiento de las penas. Pero sobre Cataluña en este momento procesal tienen que existir proyectos. Propuestas.

Tampoco estos indultos merecen tantos aspavientos y mesas petitorias: Aznar negoció con la banda asesina ETA, acercó presos con las manos manchadas de sangre e indultó a quién estimó conveniente. Quizás una propuesta inteligente por parte del PP sea una ley con amplio consenso para que los indultos dejen de ser un relajo y hasta una perversión democrática. El verdadero problema está en las próximas curvas, cuando lo vuelvan a hacer. O lo intenten.

Por si no hubiera ya bastante demagogia con Casado y Díaz Ayuso… Aznar sale de la catacumbas, donde apenas se detiene, para dar lecciones de limpieza democrática. Aunque ya no sea el protagonista central no quiere bajarse del tiovivo. Le da lo mismo el caballito que el cochito de bomberos. Enfadado con los empresarios y con los obispos que han entendido los indultos como asumibles si sirven para desinflamar el conflicto – aunque sea harto improbable volver a la normalidad estatutaria y constitucional- amenaza con el dedo tieso a ambos sectores con tomar nota. Guiñol y farsa.

Y en el potaje de culpables públicos y privados y situaciones complejas insiste en la deslegitimación de la victoria de Zapatero el 14 de marzo de 2004. Vuelve a insinuar la teoría de la conspiración en los atentados del 11-M como causa de la derrota popular. Pero eso es radicalmente falso. Google es un recurso muy cómodo para repasar aquello: la mayoría de las encuestas reflejaban un empate técnico.

En casi todos los sondeos se apreciaba una aparente contradicción ante dos preguntas parecidas pero distintas: a quién votará usted y quién le da más confianza. El candidato del PP ganaba por poco en la primera, pero el candidato del PSOE ganaba en la segunda. Lo importante era la tendencia. “Mayoría muy ajustada”, decían unos medios. “El gobierno dependerá de un solo escaño”, apuntaban otros. Los periodistas comprobábamos que los mítines de ZP ya no se daban en pequeños cines y parques recoletos: se llenaban pabellones deportivos de 5.000 asientos.

Por mucho que le duela al ego de Aznar, que es tan grande que desbordó el Escorial en la boda de su hija, su trayectoria tiene luces y sombras. Muchas sombras. Tantas que hoy está acreditado que en ese mandato comenzaron todos los grandes escándalos de corrupción que aún colean en los banquillos. También es verdad que las mentiras sobre la autoría del atentado del 11-M,  que seguía adjudicándose a ETA cuando ya estaba claro que sus autores eran yihadistas, pudo cambiar el sentido de muchos votos.

Pero eso es normal. En las últimas semanas y después de una tendencia persistente al alza, el Partido Popular alcanza y supera al PSOE, precisamente por los indultos. Pero en los dos años de legislatura que quedan la tortilla puede aún dar muchas vueltas en la sartén; sobre todo cuando empiecen a llegar los miles de millones de euros de ayuda europea, se dejen atrás las oleadas de la covid, y las estaciones se sucedan sin miedo a nuevas amenazas del coronavirus…

Lo grave es que aún repite con la seriedad de los burros que parecen mirar algo indefinido en el horizonte aquella sandez de que “los que idearon el 11-M no están ni en montañas remotas ni en desiertos lejanos”.  O sea, llama imbéciles a los jueces que hicieron la instrucción y a los magistrados que dictaron sentencia, después de 57 sesiones en el juicio celebrado entre el 15 de febrero y el 2 de julio de 2007 en el pabellón de la Audiencia Nacional en la Casa de Campo. En el fallo se establece como verdad judicial que los atentados fueron obra “de células o grupos terroristas de tipo  yihadista” y que no hubo intervención de ETA en ellos. Lo honesto sería aplicar aquella máxima de San Agustín de ‘Roma locuta, causa finita’ siendo Roma en este caso los altos tribunales de justicia.

El problema catalán tiene más lados que un icosaedro. Hay un hecho que a mí me parece importante en el camino hacia la desvertebración de España, vertebrada ahora mismo principalmente por Inditex: cuando el presidente Aznar rompió el consenso parlamentario sobre el modelo de Fuerzas Armadas, mitad profesionales, mitad reclutas voluntarios, con un tiempo de unos seis meses de servicio, para implantar el 100x100 profesional. Cierto era que otras naciones europeas lo tenían, pero cierto era también y lo sigue siendo, que esas otras naciones no tenían ni tienen el embrollado conflicto territorial que tiene España.

Pujol consiguió lo que quería: encapsular a los jóvenes catalanes en Cataluña, meterlos en una sólida burbuja de mentiras y victimismos que ya estaba diseñando, aislarlos para un lavado de cerebro colectivo que con el título de ‘La estrategia de la recatalanización’ se publicó en ‘El Periódico’ el 28 de octubre de 1990. Evitar a toda costa que los soldados catalanes pudieran comprobar, en sus destinos en otras regiones, y no solo en las duchas sino en los cerebros y en el trato, que todos los ombligos son redondos.

Y Aznar consiguió sus objetivos de gran estadista mundial y hasta marciano: los apoyos de Pujol a su investidura. Fue cuando pasó el PP de gritar ‘Pujol, enano, habla castellano’ a reconocer el líder de la derecha española que él hablaba catalán en la intimidad.

Todos los políticos de fuste tienen una preocupación esencial en la recta final de sus mandatos: dejar un legado indiscutible y reconocido para la Historia. El legado de Aznar con más argumentos para entrar en los libros es el de la soberbia, el rencor y el cinismo. No es el único, pero él se empecina en ser el más grande y en demostrarlo a cada momento. Pero la verdad aunque no lo parezca siempre sale de los nichos de las palabras. Solo las sectas mantienen vivos los Palmares de Troya que hay por ahí.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Empezó dirigiendo una revista escolar en la década de los 60 y terminó su carrera profesional como director del periódico La Provincia. Pasó por todos los peldaños de la redacción: colaborador, redactor, jefe de sección, redactor jefe, subdirector, director adjunto, director... En su mochila cuenta con variadas experiencias; también ha colaborado en programas de radio y ha sido un habitual de tertulias radiofónicas y debates de televisión. Conferenciante habitual, especializado en temas de urbanismo y paisaje, defensa y seguridad y relaciones internacionales, ha publicado ocho libros. Tiene la Encomienda de la Orden del Mérito Civil.