La nueva normalidad o cómo se negocian los besos en los reencuentros

La nueva normalidad o cómo se negocian los besos en los reencuentros

El saludo se ha convertido en una coreografía en la que intentas ponerte de acuerdo con la otra persona: ¿besos sí o no? ¿Antes la seguridad o no parecer borde?

Una abuela abraza a su nieta por primera vez desde que se decretó el confinamiento por el coronavirus. Barcelona, 27 de mayo de 2020.Xavi Herrero/SOPA Images/LightRocket via Getty Images

Madrid, mayo de 2020, fase 1 de la desescalada. La familia lleva más de noventa días sin verse y, sin embargo, cuando se produce el reencuentro surgen dudas y temores. Madre e hijo se abrazan y ella se emociona; la segunda hija, que también ha estado separada de ambos todo ese tiempo, prefiere abstenerse y trata de mantener un par de metros de distancia con su madre y su hermano. ¿La nueva normalidad era esto?

Según Natàlia Cantó, doctora en Sociología y profesora de Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, sí. “La naturalidad con la que antes teníamos contacto físico al saludarnos ha quedado suspendida, y ya no es una cosa espontánea y natural”, sostiene. “El beso es algo que ahora mucha gente está negociando consigo mismo”. 

Se ‘negocia’ en cuestión de segundos, lo que tardan dos personas en “racionalizar” cómo va a ser su saludo después de tiempo sin verse. En estos momentos de incertidumbre, advierte la socióloga, pueden producirse situaciones de todo tipo durante un saludo. “Uno de los nuevos rituales que he observado es que la gente se explica mutuamente que debido a esta ‘nueva normalidad’, no se dan un beso. Es decir, no te das el beso pero lo tematizas, y el tiempo en que estarías abrazándote lo ocupas dando explicaciones”, ilustra Cantó. “Te sientes incómodo, porque estás acostumbrado a saludar con besos y abrazos pero te da la sensación de que no toca”, comenta.

El segundo escenario posible es aquel en el que “tienes preparado tu argumentario y el protocolo para no besar y, de repente, viene la otra persona, se te acerca y te da dos besos. O crees que lo va a hacer y tienes esos segundos de duda: ‘¿Qué hago, le digo que me siento incómoda por esto, o le acabo dando el beso para no ser borde?’”, explica Cantó. “Hay todo tipo de opciones y en algunas será difícil encontrar un equilibrio, porque lo que no hay ahora es la comodidad o la naturalidad de antes”, señala. 

Si no te das el beso lo tematizas, y el tiempo en que estarías abrazándote lo ocupas dando explicaciones

No es la primera vez en la historia que una epidemia tiene consecuencias sobre la forma de relacionarse de la gente. Cuenta la escritora Irene Vallejo que tras la peste negra del siglo XIV, los europeos abandonaron la costumbre de darse un beso en la mejilla por miedo al contagio y no la recuperaron hasta la Revolución Francesa. 

Vallejo, doctora en Filología Clásica y autora de El infinito en un junco (Siruela), confía en que, pasado lo peor de esta pandemia, “recuperaremos los roces al saludarnos, los abrazos entre amigos y las caricias desnudas, sin guantes, a los enfermos”. “El pasado nos enseña que, tras sufrir epidemias o catástrofes similares, momentos de incertidumbre y miedo, siempre superamos las secuelas y recuperamos lo mejor que teníamos”, explica a El HuffPost.

La escritora recurre al pasado y a la mitología clásica para tratar de dar sentido a lo que estamos viviendo. Si en este confinamiento hemos aprendido “el sufrimiento que causa la distancia”, Vallejo piensa en el mito de Orfeo y Eurídice, según el cual el dios de los muertos permite a Orfeo salvar a su amada Eurídice con la condición de que no la mire ni la toque, algo que (spoiler alert) este no cumple. “Nosotros hemos afrontado una prueba similar: proteger desde lejos, acompañar sin vernos, consolar sin abrazos, cuidar sin acariciar. Y, como avisa el mito, hace falta un enorme autocontrol para no desafiar la prohibición. Es muy duro no tocarse. Con el tiempo, cuando sea posible, necesitaremos revivir el contacto para recuperar la confianza en los otros, en la sociedad”, sostiene la autora.

Hace falta un enorme autocontrol para no desafiar la prohibición. Es muy duro no tocarse

Vallejo alude a varios estudios científicos que demuestran que el contacto físico “puede ser curativo” y que “las relaciones sociales no sólo son necesarias para la felicidad, sino que resultan enormemente beneficiosas para la salud y la longevidad”. “Lo experimentan día a día quienes trabajan en las unidades neonatales y también en los cuidados geriátricos, los dos extremos de la vida, cuando somos más frágiles y dependientes”, señala. Natalia Cantó comparte esta visión, y entiende que incluso habrá algunas personas, “especialmente ancianos, que piensen: ‘Si tengo que pasarme la vida sin tener contacto físico con los que quiero, a lo mejor prefiero morirme’”, plantea.

El dilema de los niños (y de sus padres)

Además de los ancianos, los niños serán los grandes damnificados de este cambio en las costumbres, sostiene la socióloga. “Si nunca más permitimos a los niños que se den abrazos con sus amigos o que besen a sus abuelos, les va a suponer un problema grave”, apunta. De hecho, Cantó menciona la reapertura de colegios como una prueba crucial en esta nueva normalidad. “Si los padres no han hablado mucho mucho con sus hijos sobre esto, los niños van a tender a dejarse llevar, a estar juntos, a jugar”, vaticina.

Ese es el “problemón” al que estos días se están enfrentando muchos padres —de un lado, abuelos que no aguantan la emoción ante la visita de los nietos; del otro, nietos como locos por abrazar a sus abuelos sin entender de distancia de seguridad—, de ahí que los progenitores teman cómo será la vuelta al cole y el reencuentro con los compañeros después de tantos meses.

Habrá gente que diga: 'Si tengo que pasarme la vida sin tener contacto físico con los que quiero, a lo mejor prefiero morirme'

“Los niños de ahora tendrán un problemón, pero los que nazcan en los próximos años, si tenemos la mala suerte de estar expuestos a contagios graves, interiorizarán una nueva normalidad que para ellos ya no será problemática”, afirma Natàlia Cantó. “Escucharán a gente decir ‘cuando éramos niños era distinto’, pero no será un drama como el que probablemente vivan los niños de ahora con el regreso al cole”. 

Lo complejo de cambiar el código

¿Por qué no se implanta ‘oficialmente’ el saludo con el codo?, se preguntan muchos. Porque no es tan sencillo. “La forma del saludo es arbitraria, podría ser tocándonos la nariz, por ejemplo, pero una vez tienes algo naturalizado e interiorizado porque te lo estuvieron machacando durante meses cuando tenías dos añitos, cambiar de código es muy complicado”, sentencia Cantó. “Cuando de pequeño te decían: ‘Y ahora tienes que dar un beso a la tía’, seguramente pensabas ‘me cago en…’, pero lo hacías, por eso ahora lo difícil es no hacerlo, porque son procesos de socialización muy primarios. No hemos aprendido a darnos besos y abrazos con 25 años”, argumenta la socióloga.

Como especialista en Sociología de las emociones y profesor de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, a Francesc Núñez también le cuesta creer que la epidemia y su nueva normalidad diluyan tan rápido las costumbres que teníamos arraigadas desde hace tanto tiempo.

  La familia de Concepció Zendrera, de 100 años, la saluda a través de un cristal de la residencia La Mallola, en Esplugues del Llobregat (Barcelona).David Ramos/Getty Images

“Nunca sabes lo que el futuro te depara, pero me atrevería a afirmar que no van a desaparecer los besos ni van a desaparecer los abrazos. De hecho, yo ya he visto a la gente estos días darse besos y abrazos por la calle”, constata Núñez. El sociólogo opina que, antes que el contacto, lo que vamos a borrar de nuestra mente es la enfermedad. “Estamos olvidando muy pronto lo que ha supuesto y supone este virus. Situaciones que hasta hace unas semanas estaban prohibidas ahora hemos vuelto a vivirlas: los bares, la gente sin mascarilla...”, comenta. 

“El contacto físico está tan enraizado en nuestras costumbres y en nuestra manera de demostrar cariño que no va a desaparecer tan fácilmente”, afirma. “Quizá es por nuestras ganas de olvidar, pero también por la fuerza del hábito que está en nuestro cuerpo, porque lo tenemos instalado”, señala Núñez.

Y, sin embargo, esto no quiere decir que no haya personas que “modifiquen su relación o se vean coartadas o violentadas si alguien se les acerca o les quiere dar la mano o un abrazo”, concede el sociólogo. “Habrá un tanto por ciento que trate de evitarlo, igual que antes ya había gente a la que no le gustaba que le diesen besos”, aclara. “Unos lo harán por manía y otros por precaución”. 

Todos hemos buscado estrategias ante la extrañeza y la falta de recursos que nos ha dejado esta pandemia

En general, opina Francesc Núñez, “si la cosa continúa como ahora, en unos meses volveremos a abrazarnos cuando nuestro equipo marque gol”. ¿Qué pasará si la cosa empeora dentro de unos meses? “Ya veremos”, responde. “Para la gran mayoría de la gente, esta situación ha sido rara, más que traumática. Todos tenemos una sensación de extrañeza, porque nos hemos encontrado con una falta de recursos a nivel personal, afectivo, relacional y hasta político, no hemos sabido qué tocaba hacer”, señala. “Todos hemos buscado estrategias ante la extrañeza y la falta de recursos que nos ha dejado esta pandemia”, reflexiona.

“Supongo que cuando pase todo esto, el que sale al balcón a tocar una cancioncita dejará de hacerlo, pero, bueno, quedará en el recuerdo. Hemos generado un tipo de reconocimiento, de simpatía; no nos hemos tocado, no nos hemos acercado, pero nos hemos reconocido cada día. Y eso sí que lo hemos ganado. Seguramente quedará en poco, o en nada, pero ahí ha estado, habrá dejado su huella. Y si vuelve a pasar algo parecido, tendremos más recursos y estrategias, porque ahora ya sabemos de qué va”, sostiene el sociólogo.

“Nuestros hábitos han jugado en nuestra contra”

Los expertos consultados coinciden en señalar que el hecho de vivir en un país mediterráneo y latino donde el contacto es tan habitual influirá en la forma de adaptarse a esta nueva normalidad, del mismo modo que influyó en la expansión de la epidemia.

Se cree que este contacto tan estrecho y animado propio de la sociedad española jugó un papel importante (negativo, en este caso) en el crecimiento de contagios por coronavirus. “No podemos comparar una cultura tan sociable como la española, en la que nos abrazamos y nos besamos no sé cuántas veces al día, con una sociedad como la alemana, en la que no hace falta decir a la gente que mantenga distancia social”, explicaba María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en una entrevista con El HuffPost.

  Una mujer abraza a un niño en el barrio de Ayerbe, en Huesca, el 23 de mayo.Álvaro Calvo/Getty Images

“En esta pandemia, nuestros hábitos han jugado en nuestra contra”, reconoce Irene Vallejo, “pero en circunstancias habituales, ocurre más bien al revés”. “Este tipo de contacto social, desde charlar con el cartero, acariciar al perro de una vecina o preguntar por el fin de semana al camarero habitual, es uno de los predictores más seguros de supervivencia”, defiende la escritora. “Por eso creo importante reivindicar el valor de nuestra forma de vida mediterránea y meridional: los cuidados entre vecinos y solidaridad familiar son una auténtica riqueza. La democracia nació en la antigua Grecia, en un territorio de ágoras, de encuentros, de conversación en la calle, y quizá no sea casual”, dice. 

Probablemente esos encuentros en el ágora estuvieran ahora prohibidos o, como poco, “problematizados”, del mismo modo que lo está el contacto físico al saludarse, apunta Natàlia Cantó. “Lo que dabas por supuesto se ha suspendido y no hay todavía una regla social establecida sobre cómo proceder. Se ha caído lo que era evidente; primero entramos en un espacio de concienciación y, después, de negociación, que es donde nos encontramos ahora”, afirma la socióloga. 

Hablamos muy poco del sentido del tacto porque lo damos por supuesto. Ahora que estamos ante una pérdida masiva de ese sentido nos vamos a dar cuenta de lo importante que es

“Esa negociación no sólo depende de las decisiones que nosotros tomemos, sino también de las vivencias de cada persona y de cómo vaya desarrollándose la epidemia del Covid”, opina Cantó. “Si no hay una recaída muy fuerte, creo que iremos retornando al contacto, pero si hay un rebrote brutal, el contacto será cada vez más prescindible, seguiremos negociando y alcanzaremos un nuevo patrón naturalizado, hasta llegar a un punto en el que ya no nos cueste tanto”, abunda.  

No obstante, y para Cantó esta es la clave, la contención nunca será igual cuando te presenten a la novia de tu primo segundo que cuando vayas a casa de tus padres después de tres meses sin verlos. “Una cosa es el patrón de saludo ‘a todo el mundo’, y otra el contacto que permitimos entre personas que creemos, necesitamos y sentimos cercanas”, matiza.  

“Vamos a encontrar formas de cuidarnos, porque no queremos morir”, considera la socióloga, que enseguida puntualiza que “cuidarse va mucho más allá de protegerse de un contagio; es emocionalmente, es anímicamente, es expresar que estás ahí”. “Hablamos muy poco del sentido del tacto porque lo damos totalmente por supuesto, porque la gente se queda sorda o ciega, pero rara vez sin tacto. Ahora estamos ante una pérdida masiva de ese sentido, y nos vamos a dar cuenta de lo importante que es”.