Biden & Harris y la UE: gestionar expectativas (otra vez)

Biden & Harris y la UE: gestionar expectativas (otra vez)

La derrota de Trump no equivale a la disolución del trumpismo ni tampoco de la plétora de extremas derechas que han hecho de él su referente.

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¿Es necesario explicar, segunda semana de noviembre, por qué es inevitable escribir sobre las elecciones presidenciales de EEUU? No desde luego en Europa. Y menos aún entre las filas del europeísmo en la UE, tras la dolorida resaca del daño causado por Trump y sus replicantes globales (desde Bolsonaro a Duterte), incluido ese remedo de trumpismo antieuropeo que ha contaminado a los abscesos de extrema derecha en buen número de Estados Miembros (EEMM) de la UE (Vox en España, sin ir más lejos). 

A todo lo ancho de la UE, la respiración contenida ante el farragoso recuento de los Swing States que han acabado inclinando la balanza a favor de Biden & Harris ha dado paso a la euforia. Sería imperdonable no intentar una reflexión que sintetice, siquiera en unas pocas líneas, la rara sumatoria de factores que explican esa intensidad con que la jornada electoral ha sacudido Europa. Aquí van 10 ideas, las de un constitucionalista europeísta que se cuenta entre quienes saludan la derrota de Trump como un chute de esperanza.

  1. Para empezar, buena parte de la atención que entre nosotros concita cada elección presidencial en EEUU tiene causa directa en su carácter global. Es un tópico escuchar y leer que en esas elecciones “nos gustaría votar a tod@s, US Citizens or not”, visto lo que está en juego.
  2. Pero también tiene que ver con la perplejidad que entre nuestras ciudadanías produce lo que quiera que sea lo que venimos llamando “sistema electoral de EEUU”, esa urdimbre única de convenciones y costumbres consolidadas en la historia, carentes de base en la legislación escrita, que tantos espacios libera a la inseguridad jurídica y la controversia política. Se trata de un asombroso mix de usos ancestrales y compromisos arcaizantes (desde las primarias que arrancan con los ‘caucus de Iowa’... hasta ese colegio electoral en que hay que sumar al menos 270 votos procedentes de 50 Estados +Washington DC) que sólo puede sostenerse si sus actores lo acatan... hasta que llega el día en que un actor disfuncional y descodificado como ha sido Donald J. Trump lo desafía echando ruidosamente los pies por altos.
  3. Y luego están, además, las technicalities de ese sistema electoral que es, en realidad, la yuxtaposición de 50+1 sistemas electorales y legislaciones dispares, con unas reglas de juego en las que sólo pueden transitar máquinas de recaudación de sumas estratosféricas, inimaginables en Europa, y menos aún en la UE o sus EEMM. Imaginemos que en España no rigiera la LOREG (LO 5/85, vigente en todo el Estado y, en sus aspectos básicos, en todas las elecciones y procesos electorales), sino que nos confrontásemos con 50+1 CCAA leyes electorales diferentes entre sí (en su alcance y garantías), con sus respectivos sistemas de voto anticipado (early vote), voto por correo...y recuento. Además, junto a la elección presidencial viene a tener lugar la elección de las legislaturas estatales, junto a la renovación de la totalidad de la Cámara baja (House of Representatives) y al menos un tercio del Senado: ¡Lo asombroso en EEUU es que un cuadro semejante haya llegado hasta aquí, cumpliendo 230 años!
  4. Pero vayamos ya a la harina de la elección presidencial que, desde hace dos siglos, vota la ciudadanía de los EEUU “el primer martes tras el primer lunes de noviembre”. Un primer dato sobresale para explicar todo lo demás: con anticipación de semanas (no sólo el 3 de noviembre) estas elecciones registran la mayor participación de la historia de las presidenciales de los EEUU. 
  5. El tándem Biden/Harris ha sido elegido con el mayor caudal de votos populares de la historia: casi 74 millones de sufragios. Más de los que obtuvo Obama en 2008 (y de su reelección en 2012), con el que por cierto Joe Biden fue vicepresidente. Pero también Donald J. Trump resulta ser el perdedor con mayor caudal de votos populares de toda la historia de EEUU: casi 69 millones de votos. Más de los que obtuvo en su victoria de 2016, con los que ganó la presidencia con 306 votos electorales (pese a recibir más de dos millones de votos menos que su rival demócrata Hillary R. Clinton).
  6. ¿Cómo esta paradoja? Pueden caber pocas duras de que el mismo estilo disruptivo, faltón, agresivo y divisivo de la presidencia Trump ha desencadenado una movilización electoral extrema en un país polarizado y dividido como nunca. Quienes han tenido cuatro años para arrepentirse de no haberlo hecho por H. Clinton, lo han hecho con todas sus fuerzas para derrotar ahora a Trump. Pero también lo han hecho quienes lo han apoyado sin sombra de la incertidumbre ni del “voto de desánimo” o de “castigo” que le dio a este su victoria sorprendente en 2016: quienes le han votado ahora (más de un 48%) lo han hecho a plena consciencia de su estomagante historial de mentiras, abusos, corrupción, nepotismo, fraude fiscal, machismo, racismo, griterío tronitonante de insultos difamatorios, y absoluta falta de empatía e incluso de compasión con quienes han padecido las desigualdades brutales impuestas por su mandato y han sido despreciados sin más como “losers” del trumpismo.
  7. Más que nunca en la historia, la victoria es la de un ticket-Biden/Harris- en cuyo tándem va el relevo a la propia presidencia de una mujer que encarna un perfil étnico e ideológico inequívoco. La presidencia de Joe Biden con 78 años no es la del entusiasmo en torno a su perfil ni a su historia. Lo es la de una sumatoria de voluntades democráticas en torno a la ocasión de sacar a Trump de la Casa Blanca, pasar la página del esperpento grotesco de su gestualidad, cerrándole con ello el paso a la pesadilla distópica de su segundo mandato.
  8. Pero ¡atención! una advertencia: Esta derrota de Trump no equivale, sin embargo, a la disolución del trumpismo ni tampoco de la plétora de extremas derechas que han hecho de él su referente planetario más icónico. Sí reimpulsa la confianza en que, con la fuerza del voto y la movilización política, es posible en democracia devolver a los matones del populismo antipolítico a la casilla de salida.
  9. Y una última reflexión, especialmente relevante de este lado del Atlántico: como sucedió con Obama, el primordial y mayor desafío al que deberá hacer frente (otra vez) esta victoria demócrata será el de gestionar las expectativas enormes que su simbolismo genera. En la UE y sus EEMM, nos va venir bien un poco de tranquilidad. Siquiera porque, en EEUU, el cambio en la Casa Blanca no acostumbra a traducirse en un cambio de políticas de giro espectacular. Pero el solo hecho de pasar la página oscura de Donald J. Trump es en sí mismo anuncio de mejoría y esperanza. La imagen de EEUU en el mundo, la relación con UE -piénsese en la perspectiva de un Brexit sin acuerdo en enero de 2021, ahora que Boris Johnson pierde al valedor más ruidoso del “cuanto peor mejor”- son sólo algunas expresiones de esas expectativas a cuyo manejo se apresta la Administración Biden/Harris.