Amores que mueren porque nunca fueron

Amores que mueren porque nunca fueron

Albert Rivera sigue atrincherado en el bloque de la derecha. Ciudadanos ha anunciado que rompe con Manuel Valls y este no se quedará quieto.

Manuel Valls-Albert Rivera-Inés Arrimadas-Mario Vargas LlosaREUTERS

Hay amores que duran, amores que duelen y amores que matan o mueren porque nunca lo fueron. Pasa cuando los pulsos emiten en distinta frecuencia. Los de Albert Rivera y de Manuel Valls jamás estuvieron sincronizados. Es un hecho. Ni siquiera el día que el primero dijo del segundo que contar con él para la candidatura de Barcelona sería como competir con un Ferrari. Lo suyo no fue amor, sino interés, conveniencia, oportunismo… Nunca hubo empatía ni un mínimo compromiso. De ahí el desencuentro y la sonora ruptura. La separación llega ahora, sí, pero estaba escrita hace tiempo. Quizá desde el inicio del acoplamiento porque lo que hubo fue una historia de falsas expectativas entre ambos.

Y es que la política, como dijo Churchill, hace extraños compañeros de cama, pero luego siempre pasa lo que pasa… En este caso que nos ocupa lo que ha ocurrido es que Albert Rivera sigue atrincherado -más de lo que ya estaba antes de la campaña electoral- en el bloque de la derecha, que Ciudadanos ha anunciado solemnemente que rompe con Manuel Valls y que este no se quedará quieto. La excusa de la ruptura: apoyar a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona a cambio de nada.

El hombre del fin de semana, el estadista al que todos elogian, el político francés que ha llegado a España a dar ejemplo de responsabilidad y cordura, el inesperado protagonista, el del discurso ejemplar ha prestado sus votos gratis a la candidata de los comunes para evitar que ERC se hiciese con la Alcaldía y pusiera la Ciudad Condal al servicio del independentismo. Justo lo que Ciudadanos dijo que venía a hacer a la política catalana y no ha hecho. Si por ellos hubiera sido, hoy Barcelona estaría gobernada por los independentistas.

No se explica la estrategia de un partido llamado a ocupar la centralidad del tablero que en Madrid acuerda con VOX y en Cataluña prefiere que gobierne el independentismo

Ni sirvió su victoria en las últimas autonómicas ni sus seis concejales han movido un dedo contra la candidatura de Ernest Maragall. Rivera parece compartir con Puigdemont la estrategia del cuanto peor, mejor, desde que ha decidido jugar solo en el campo de la derecha. De lo contrario, no se explica la estrategia de un partido llamado a ocupar la centralidad del tablero que en Madrid acuerda con VOX y en Cataluña prefiere que gobierne el independentismo a que lo haga la izquierda. Y todo con el falaz y nada elaborado discurso de que Colau es lo mismo que Maragall o que los comunes son independentistas.

Rivera asume el relato de la derecha mediática ultramontana tan entregada a la brocha gorda y al todo es lo mismo: el sanchismo, el independentismo, el unilateralismo, el terrorismo, el populismo… Lo sorprendente es que Inés Arrimadas haya hecho suyo también el verbo ácido y mendaz contra la izquierda, sea clásica o alternativa, y se haya achicharrado como posible relevo de Rivera.

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Apenas dos meses después de salir de Cataluña, la nueva portavoz parlamentaria de Ciudadanos parece tan amortizada como su jefe de filas para jugar un papel decisivo en la España del multipartidismo, más allá del bloque de la derecha. Uno y otra han elegido idéntico camino, el que les ha distanciado por completo de sus padrinos políticos, mediáticos, empresariales y, a tenor de las encuestas, hasta de su propio electorado. No en vano, el 80 por ciento de sus votantes se declaran favorables a una abstención en la investidura de Sánchez.

En política cada uno tiene derecho a suicidarse como quiera y Ciudadanos ha elegido el camino de empoderar en el reparto del poder local a un PP que recupera fuelle tras los pactos postelectorales después de haber obtenido el peor resultado de su historia. Casado hoy está más vivo que el 28-A y se lo debe a Rivera, cuya animadversión por Pedro Sánchez le ha cegado la capacidad política que se le presuponía.

Hoy hay una pregunta inevitable que se repite incluso entre quienes auparon a Rivera hasta el podium nacional: ¿para qué sirve Ciudadanos?

Respecto al divorcio con Valls, lo que parece claro es que el líder de los naranjas se anticipa al ex primer ministro de la República francesa, que tenía intención de abandonar la marca bajo la que se presentó a las elecciones municipales después de que esta se alineara con la ultraderecha. Ya había emitido varias señales en esa dirección sin que los los naranjas se dieran por aludidos. En Europa, los vetos de los liberales son a la ultraderecha; los acuerdos se alcanzan con la socialdemocracia clásica. Rivera no ha hecho caso, se ha pegado un tiro en el pie con su política de alianzas y es probable que pague un alto precio por ello.

Cuando Valls anunció su apoyo a Colau pensaba más allá de la alcaldía de Barcelona. Su mirada está en el horizonte medio y en la creación de un partido propio con el que reconstruir un espacio de centro catalanista que rompa la actual dinámica de bloques. La operación, según se escucha por los cenáculos catalanes y madrileños, tiene también pretensiones nacionales de partido bisagra, después de que Ciudadanos se haya devorado como tal a sí mismo.

Hoy hay una pregunta inevitable que se repite incluso entre quienes auparon a Rivera hasta el podium nacional: ¿para qué sirve Ciudadanos? En Cataluña nacieron para frenar al independentismo. En España, para romper la política de bloques y tomar el relevo de partido bisagra que durante 40 años jugaron los nacionalismos. Y no han conseguido ni lo uno ni lo otro. La respuesta parece obvia. El tablero se está moviendo, y no solo en Cataluña.