Pablo, el caballo y la conversión

Pablo, el caballo y la conversión

Los morados, se pongan como se pongan, no entrarán en el Gobierno. La decisión está tomada y es inamovible.

Pablo Iglesias atiende a los mediosJ. J. GUILLÉN-EFE

San Pablo, el caballo y la conversión al cristianismo. Pura leyenda, aunque esté en varios cuadros y esté en algunos libros. El famoso rocín nunca existió. Pero ha sido fabulado durante siglos. La historia vale también para inspirar esta investidura que no termina de llegar porque ni Sánchez cede ni Iglesias relaja su posición. El primero quiere un acuerdo de colaboración. El segundo, solo sillas en el Consejo de Ministros. El acuerdo parece imposible. Y aún así el presidente confía en que haya pronto un Gobierno. Aspira a que otro Pablo, que no es apóstol ni está en la Biblia, se caiga del caballo, entre en pánico y acepte las condiciones que le brindan los socialistas. Esto es, un programa de colaboración, una comisión de seguimiento, puestos intermedios en la Administración y si acaso algún ministro de su órbita pero no militante de Podemos.

¿Qué podría hacer cambiar a Iglesias de su posición actual?: ¿una encuesta del CIS que anuncie su hundimiento?, ¿los tambores lejanos pero ciertos del nuevo partido de Errejón?, ¿que estallen las costuras internas de su organización? A saber. Hasta septiembre hay tiempo. El 22 de julio se antoja imposible, y en la reunión de la Ejecutiva del PSOE no se dijo de forma explícita, pero sí se abrió de modo alguno la puerta a que el acuerdo para la investidura de Sánchez, de no llegar en quince días, llegue tras el parón vacacional. Y esto pese a que el órdago inicial que salió de La Moncloa fue o Gobierno en julio o elecciones en otoño.

Eso sí, ni con Pablo ni sin Pablo, dicen en la calle Ferraz, que tendrán remedio los actuales males de Podemos. Los morados, se pongan como se pongan, no entrarán en el Gobierno. La decisión está tomada y es inamovible. Sánchez lo ha dictado y el PSOE lo ha asumido. De haberlo, el próximo Ejecutivo será monocolor. No se ha aprobado por unanimidad, como se ha dicho, pero sí por amplia mayoría de la dirección federal. En el socialismo ya no hay disidencia. Ni oficiosa ni oficial. Nadie habla más allá de las cuatro paredes de la calle Ferraz, aunque haya habido -como así ha sido- desavenencias en la estrategia de negociación y comunicación desplegada desde la misma noche del 28-A.

El PSOE ha comenzado ya a construir el relato de un Podemos más interesado en los sillones que en los programas

La mecha de la crítica no termina de prender, salvo para apuntar tímidamente sobre el “redondismo” -como se identifica ya al equipo monclovita que pilota el jefe de gabinete del presidente, Iván Redondo-, a quien muchos socialistas tienen desde hace tiempo en el centro de la diana por ser quien dicta, corrige y decide la estrategia política del socialismo sin haber sido elegido en ningún órgano de dirección ni ser miembro del partido. Los tentáculos del “spin doctor” se han extendido hasta por los distintos territorios socialistas, lo que muchos han calificado como una injerencia intolerable del jefe de gabinete del presidente.

Divisiones de criterio aparte, Sánchez e Iglesias encaran en todo caso su próxima reunión con las espadas en alto. El pulso ha quedado reducido a compartir o no el espacio de poder en la Mesa del Consejo de Ministros. Y el PSOE ha comenzado ya a construir el relato de un Podemos más interesado en los sillones que en los programas. De ahí que haya redactado un documento que tiene como base su programa electoral con concesiones mínimas a las posiciones de Podemos en algunas materias, pero sin una sola propuesta sobre Cataluña, pese a que es la política territorial la que más aleja a sendos partidos.

La oferta de Iglesias de estampar su firma en un documento que le comprometa a asumir como propia la posición socialista sobre Cataluña e incluso aparcar su defensa de un referéndum legal no es suficiente para un PSOE para quien el mejor ejemplo de deslealtad y desconfianza de los morados se produjo en la primera votación que tuvo lugar en la Mesa del Congreso nada más constituirse las nuevas Cortes. Fue entonces cuando se produjo la primera fractura en el bloque de la izquierda.

La mayoría absoluta que PSOE y Podemos suman en el órgano de gobierno de la Cámara Baja se quebró con la decisión del Supremo para que el legislativo ejecutara la suspensión de los presos independentistas en sus funciones de diputados. Y eso que Pablo Iglesias se había comprometido públicamente a apoyar el informe que emitieran los servicios jurídicos de la Cámara. La presión de Ada Colau para que el asunto no le restara apoyos frente a ERC en la batalla electoral por la Alcaldía de Barcelona pudo más que la alianza con Pedro Sánchez.

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Aquello fue el comienzo de una desconfianza que ya acumulaba otros episodios durante el año de Gobierno tras la moción de censura en materia de presupuestos, fiscalidad o política laboral. Si Podemos estuviera sentado en la Mesa del Consejo de Ministros, qué no harían Iglesias y los suyos cuando el Supremo dicte sentencia. Es el principal argumento hoy del PSOE para defender un Gobierno monocolor, además de que la suma con Podemos no garantiza siquiera una mayoría absoluta. Mejor la repetición electoral que padecer inestabilidad sea con ellos fuera o dentro del gobierno, esgrimen los entusiastas de la repetición electoral.

Así las cosas, el PSOE ha ha empezado a trabajar en una campaña por el relato de la responsabilidad de Iglesias, llegado el caso, de una repetición electoral de la que la izquierda podría salir malparada, aunque en Moncloa defiendan lo contrario con los datos de la factoría Tezanos. O eso o que Pablo se caiga del caballo. No hay más.