Buscar la felicidad con el mapa equivocado

Buscar la felicidad con el mapa equivocado

A continuación, algunas creencias cuestionables o poco útiles para poseer ese objeto de deseo llamado felicidad.

.Rayo Púrpura

«Cuando realmente quieres que algo suceda, el Universo entero conspira para que tu deseo se vuelva realidad».

El Alquimista, Paulo Coelho (1988)

La felicidad conforma una nueva obsesión. Queremos ser felices y queremos mostrar esa felicidad. Paradójicamente, plantear este proceso de búsqueda con el mapa equivocado puede traer frustración y amargura. A continuación, algunas creencias cuestionables o poco útiles para poseer ese objeto de deseo llamado felicidad.

1. Para ser feliz sólo tengo que pensar en positivo. Cualquier proceso que implique el control del pensamiento tiene escasas posibilidades de llegar a buen puerto. Al fin y al cabo, ¿quién manda sobre su propia cabeza? Por mucho que nos empeñemos por seguir los preceptos de Mister Wonderful, no siempre conseguimos evocar pensamientos coloridos y optimistas. Una querencia excesiva al llamado pensamiento positivo puede traer sentimientos de culpa, vergüenza o frustración ante la presencia incombustible de los llamados pensamientos negativos.

2. La felicidad sucede cuando tienes lo que deseas, o yo para ser feliz quiero un camión (y un iphone XII, y un cochazo, y una relación estable, y un abdomen plano, y vacaciones a todo tren, y un puesto directivo, y una sudadera Gucci, y glúteos férreos, y tres churumbeles de aspecto ario, y un ático con terrazón, y un etcétera infinito).

En esta sociedad de consumo, asociamos la felicidad a un estatus o la tenencia de determinados bienes. El bienestar estaría supeditado a la mejora constante de nuestras condiciones y posesiones. En este proceso, el estado deseado se posterga de manera no determinada. El consumo atrae consumo,y la voracidad resultante puede no tener fin. Tampoco nos engañemos, el poder adquisitivo no es un obstáculo para el bienestar, todo lo contrario. La precariedad económica siempre (o casi siempre) será un factor negativo para nuestro desarrollo personal.

3. El ser humano es feliz por naturaleza, la sociedad lo deprime. Otorgar a la grata satisfacción el estatus de estado natural podría implicar que la rabia, la tristeza o la frustración son aberraciones sociales. En realidad, la felicidad es una construcción cultural que muta en cada civilización, y en muchos casos un cliché incómodo en el que no siempre encajamos.

En el momento actual, la búsqueda de la felicidad ha mercantilizado el bienestar y a veces es imperativo documentar el proceso en Instagram. La emoción positiva cotiza al alza y su influencia abarca todos los ámbitos, desde la política, la economía, la psicología (positiva) o la educación.

En generaciones previas, la felicidad se relacionaba con la adecuación armoniosa a lo normativo, a la estabilidad. Madame Bovary (o Gustave Flauvert) era un personaje adelantado a su tiempo, una millenial atrapada en el siglo XIX. El deseo de una vida mejor (y plena de bajas pasiones) le trajo infelicidad, escarnio y un final trágico. Décadas después se llamó Bovarismo al estado de insatisfacción crónica, o infelicidad, que afectaba a estas mujeres que deseaban demasiado (obviamente la psicología era dirigida por hombres henchidos por los dogmas de su tiempo).

La felicidad no es lo que sucede ante la ausencia de sucesos negativos. Las dificultades, los obstáculos o la pérdida forman parte de la vida.

4. Si todo te va bien, eres feliz. La felicidad no es lo que sucede ante la ausencia de sucesos negativos. Las dificultades, los obstáculos o la pérdida forman parte de la vida. Felicidad y tristeza no son conceptos antagonistas. La tristeza puede ser útil y adaptativa, su expresión nos puede ayudar a afrontar el cambio o la pérdida.

Asociar la felicidad a un devenir armonioso y sin eventos supone renunciar a toda capacidad de control para sentirnos satisfechos. Tampoco debemos ir al polo contrario y asociar la capacidad de ser feliz a la resignación. El secreto está en encontrar el equilibrio entre la aceptación de aquello que no depende de nuestro control y el cambio de aquello sobre lo que tenemos capacidad de impacto.

5. La felicidad es cosa de jóvenes de buen ver. Y es que la nostalgia aprieta y casi ahoga cuando asociamos la felicidad a una juventud perdida. Tendemos a idealizar el bienestar de tiempos pasados, pero estos no siempre fueron mejores ni más felices. Relacionamos la felicidad a la inconsciencia, la jovialidad o la despreocupación de una idealizada juventud. Pero juventudes hay tantas como humanos, y muchas ni son ingenuas, ni despreocupadas, ni joviales.

En la madurez, los pilares del bienestar son otros. La percepción del paso del tiempo varia, y este se convierte en un bien preciado. En este proceso, prioridades vitales y expectativas cambian y deben acomodarse a una realidad diferente. Lo cotidiano y los pequeños placeres se hacen más presentes y la felicidad se asocia a estar en paz con uno/a mismo/a. Sin embargo, asociar la felicidad a la tercera edad implicaría caer en otro tópico; el bienestar se relaciona con la capacidad de adaptación a las circunstancias de cada momento vital, a aquellas sobre las que no tenemos capacidad de cambio.

6. Para ser feliz tengo sólo tengo que desearlo con todo mi ser. Escribir mensajes positivos en el espejo del baño, pedir un deseo cuando pasa una estrella fugaz, o visualizar un logro para atraerlo. Muchas prácticas psicomágicas, y algunos libros de autoayuda, pueden hacernos creer que desear vehementemente equivale a conseguir. Sin embargo, creer a pies juntillas en la ley de la atracción universal (aquella que promulga que si deseas algo lo atraes porque el universo así lo considera) puede llevarnos a pensar que, si no conseguimos amor, dinero o salud, en definitiva, si no somos felices, es porque no lo deseamos bien o porque el universo no conspira a nuestro favor. Sí, amar a Paulo Coelho tiene un lado oscuro que puede llevarnos a la indefensión.

PS: Voy a dar una patada al armario. Confieso que El Alquimista me encantó y puso mi mundo del revés. Creo que incluso influyó en decisiones vitales. Eso sí, en mi defensa he de decir que sucedió cuando tenía 19 años.