El cambio climático amenaza el verde del norte de España

El cambio climático amenaza el verde del norte de España

Investigadores, ganaderos y ecologistas alertan sobre los daños que provoca la nueva realidad climática en el paisaje cantábrico.

Embalse de Barrios de Luna con bajo nivel de agua. © Greenpeace / Pedro Armestre.

Una moto de agua hace círculos en el embalse de Barrios de Luna. Es finales de agosto y el ruido de su motor es lo único que se escucha desde uno de los miradores cercanos donde suelen parar los conductores entre Asturias y León. A medida que se bajan más personas de sus vehículos las frases que se oyen parecen calcadas: “nunca había visto el agua tan baja”. Desde hace algún tiempo, los efectos del cambio climático ya son perceptibles en la cornisa cantábrica. Montes calcinados por incendios en primavera, semanas de verano que pasan sin riesgo de lluvia. O embalses con una cuarta parte de su capacidad, como el de Luna este verano.

Si has pensado que el agua del Cantábrico está cada vez más caliente, estás en lo cierto. Por ejemplo en Euskadi este verano superó los 25 grados. En los años 80 no superaba los 23.  Los expertos ponen explicaciones y cifras a lo que cualquier paseante observador puede darse cuenta: el norte de España está dejando de ser tan verde. “En la última década se ha reducido el agua disponible en la zona cantábrica entre un 12 y un 15%, no tanto por la falta de lluvias sino porque la subida de las temperaturas hace que aumente la evaporación”, apunta Santiago Martín, coordinador de agua de Ecologistas en Acción.

Las consecuencias de estos cambios ya se notarían en flora y fauna, sobre todo en las especies que viven en las zonas más altas, pero “lo previsible”, según Martín, es que a medida que el descenso de los niveles de agua se siga produciendo puede suponer que en los próximos años haya escasez de agua en algunas zonas concretas de la cornisa cantábrica para ciertos usos. Una frase que hace un par de décadas solo parecía posible de pronunciar en la mitad sur de la península.

La lista de consecuencias del cambio climático que la organización ecologista en Asturias ya ha detectado en la región parece no acabar nunca. Pérdida de biodiversidad, aumento de especies invasoras, cambios de comportamiento en animales como el salmón o la lamprea, vegetales que empiezan a darse en zonas más altas de las habituales para escapar del calor, adelanto de las floraciones, mayor incidencia de las plagas, aumento de los niveles de ozono, o mayor fuerza de las inundaciones, tanto desde el mar como desde los cauces.

Pero lo peor es que las previsiones para los próximos años dibujan nubarrones para la conservación de la naturaleza de la región cantábrica. “Vamos a unos paisajes donde el verde va a empezar a escasear más semanas al año”, avanza Fernando Valladares, experto en cambio climático del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien explica que hasta hace poco las lluvias de verano permitían que el verde se mantuviera todo el año en muchas zonas, “pero con el cambio climático ya no es así”. Cada vez será más común ver amarillos y marrones, estarán en más zonas, llegarán antes y al verde le costará más tiempo recuperar terreno.

El experto advierte que los ecosistemas del norte de España como de otras regiones del centro de Europa “no están preparados” para afrontar sequías, por lo que cuando se producen son aún más dañinas. Valladares pronostica para los próximos años “cambios graduales” que afectarán a cultivos, en particular de media montaña, habrá cambios en la fauna y aumento de ingresos hospitalarios por olas de calor. Pero también avisa de que cuando se sobrepasan ciertos límites “los procesos dejan de lineales”, por lo que a medio plazo la agricultura y ganadería de esta zona se verá muy afectada.

Ver pastos amarillos en el norte de España será cada vez más frecuente”.
Fernando Valladares, investigador del CSIC.

Sequía y precios, un círculo vicioso

“Este año en mayo cayeron 10 litros en algunas zonas. Es una catástrofe”. Así resume la situación Gaspar Anabitarte, secretario general de COAG en Cantabria, quien reconoce que el sector está “atónito” y sin apenas capacidad de respuesta ante los cambios climáticos que se están viviendo en su región.

Este productor de leche durante 40 años afirma que las lluvias cada vez están “peor distribuidas”, con meses en los que “apenas cae una gota”. Como resultado, en ocasiones han tenido que empezar a llevar cubas en tractores para dar agua al ganado, y comprar forraje a precios desorbitantes. “Eso aquí no se ha visto nunca”. Además, Anabitarte cuenta como este año se ha perdido buena parte de la cosecha de maíz y han empezado a entrar plantas habituales de climas tropicales, de mucha peor calidad como alimento.

A poco más de un centenar de kilómetros al este, el presidente de la asociación de jóvenes ganaderos y agricultores ASAJA en Navarra, Félix Bariain, coincide: “cada vez más tenemos que acompañar la alimentación del ganado con piensos” debido a la escasez de lluvias. Donde antes predominaba el verde de los pastos, este final de verano y comienzo de otoño, predominan los ocres, según el portavoz.

“Tenemos que comprar más pienso para el ganado, pero como la cosecha del cereal no ha sido todo lo buena que debería por la sequía, las materias primas están más caras. Es un círculo vicioso que a veces se convierte en inasumible para los productores”, lamenta Bariain.

Lluvia sobre tierra quemada

  Lluvias torrenciales el pasado septiembre arrastran cenizas tras el incendio de Verín (Ourense). ©Greenpeace / Pedro Armestre.PEDRO ARMESTREpedro armestre

En los últimos meses, la Agencia Española de Meteorología (AEMET) en vez de comunicados de prensa lanza alarmas: el pasado verano ha sido el más caluroso desde que se tienen registros. Galicia, País Vasco y Navarra figuran entre las Comunidades que presentaron mayores “anomalías térmicas”. Además, las precipitaciones en los nueve primeros meses de 2022 fueron “un 30% menos de lo normal”. Desde 1961 solo en dos años habría llovido menos que entre enero y septiembre del actual. Pero además de que también en el norte llueve menos, el gran problema es cuando lo hace sobre tierra quemada.

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Los avances en los equipos de extinción habrían conseguido recudir el total de las hectáreas quemadas en España. Pero también en el norte de España, la situación es cada vez más proclive para que se produzcan superincendios, fuegos incontrolables que solo paran cuando terminan de encontrar combustible. “Antes hablábamos de un gran incendio si superaba las 500 hectáreas, ahora nos estamos acostumbrando a hablar en miles”, señala Mónica Parrilla, portavoz de Greenpeace España sobre este tema.

“El cambio climático aumenta el riesgo de propagación. El calor y las sequías hacen que los bosques pierdan humedad y que haya más combustible para arder”. Esto, unido a la falta de gestión forestal y el abandono del medio rural hacen, según Parrilla, que en los montes del norte de España ya se dé “un cóctel perfecto” para el avance del fuego, como pudo verse este verano.

La responsable de incendios forestales de la organización ecologista reclama “medidas urgentes” tras la extinción como diques para evitar el arrastre de las cenizas y que lleguen a los acuíferos. Además, cada vez más, las lluvias torrenciales de septiembre se llevan por delante la tierra fértil en las tierras quemadas, lo que disminuye la capacidad de filtración de agua hacia los depósitos subterráneos. “Incendios y sequía van de la mano”, subraya Parrilla.

Además de fomentar la regeneración forestal, dinamizar el medio rural, y buscar un “paisaje mosaico” como cortafuegos, desde Greenpeace apuntan que la nueva realidad climática exige cambios en la cultura del fuego en los campos del norte, ya que “se siguen haciendo quema de pastos en fechas que ahora son un peligro”.

Parece que todos tendremos que acostumbrarnos a que en los próximos años el norte de nuestro país dejará poco a poco de ser tan fértil, repleto de ríos rebosantes, y aceptar que el verde de sus prados ya no será permanente.