Capítulo LIII: El león

Capítulo LIII: El león

Mister Proper no tenía reloj, pero estaba seguro de que había transcurrido mucho más que media hora. Dónde estaría ese condenado Capitán Pescanova. ¿Por qué le habría hecho caso? Lo de quedarse en la habitación había sido una idea completamente absurda

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El Capitán Pescanova por fin ha encontrado a Mister Proper, encerrado en un camarote en el interior del barco de la organización mafiosa. Para poder rescatarle, pone en marcha un plan temerario: generará un pequeño incendio provocando un cortocircuito en la sala de máquinas. Mientras lo ejecuta, Mister Proper deberá quedarse en su improvisada celda. Pero las cosas se le complican a Pescanova cuando se encuentra con el Capitán Morgan, un antiguo rival.

Mister Proper no tenía reloj, pero estaba seguro de que había transcurrido mucho más que media hora. Dónde estaría ese condenado Capitán Pescanova. ¿Por qué le habría hecho caso? Lo de quedarse en la habitación había sido una idea completamente absurda. Tenía que haberse ido con él. Ahora, en cualquier momento, se presentarían el Celta o Michelín o cualquier otro psicópata asesino y ya no habría nada que hacer. Se estaba poniendo realmente nervioso. Tenía que tranquilizarse o le daría un ataque de ansiedad. ¿Pero qué podía hacer? Y entonces se le ocurrió. Pues claro, ¡sacar brillo al suelo! Nada en el mundo le relajaba más que eso. De modo que cogió la toalla y empezó a frotar los baldosines. Estaban hechos un asco, pero no había suciedad capaz de competir contra el poder abrillantador de Mister Proper.

Había dejado ya seis baldosas como una patena, cuando, al disponerse a pulir la séptima, advirtió que se movía. Tiró de ella un poco más, y se desprendió con facilidad. Bajo el suelo cerámico, había madera. La golpeó con los nudillos. Sonaba a hueco. Era una locura, pero quizás allí hubiera una salida. Frenéticamente, animado por aquella posibilidad descabellada, comenzó a levantar el resto de los baldosines. Y sí, había una especie de trampilla, e incluso una argolla para levantarla. Mister Proper tiró de ella y abrió la trampilla, que daba acceso a una especie de túnel. Después, se metió por el agujero. Había unos oxidadísimos peldaños metálicos clavados en las paredes de aquel pozo. Mister Proper bajó por ellos hasta el fondo y encontró otra portezuela. La abrió con cuidado. Al otro lado se oían voces. Dejó sólo una rendija y escudriñó a través de ella. Aquella puerta daba a un cuarto de baño y había alguien en él. La abrió un poco más y les vio claramente. En medio de dos esculturales muchachitas semidesnudas, estaba el León de la Metro, una trasnochada celebrity del cine que hace tiempo que había dejado atrás sus años de gloria. Cada una de las chicas tenía un cepillo, uno de esos de cerdas duras, y cepillaban concienzudamente con él al león. A juzgar por los gemidos que éste profería, aquello debía estar resultándole sumamente placentero.

- Oh, sí, así me gusta, nenas... No... no tan deprisa, ninguno de nosotros quiere que esto acabe antes de lo necesario, ¿verdad?... Oh sí, eso es, hasta el fondo... perfecto... si seguís así, os ganaréis una generosa ración de destellina como recompensa... oh dios, sí... ¿sabéis? Tenéis mucha suerte. Hay otros famosos en esta fiesta, pero os aseguro que ninguno tiene una mierda tan cojonuda como la mía. Un tiro de esto que llevo aquí y os garantizo que pasaréis el resto de la noche flotando... oooooh, no paréis, qué maravilla...

Mister Proper había pensado esperar a que acabaran la sesión de cepillado, pero aquello tenía pinta de alargarse indefinidamente, de modo que decidió jugársela. Tomó aire, reunió toda la naturalidad que pudo y salió fuera sacudiéndose las manos, como si fuera lo más normal del mundo.

- Bueno, pues ya he revisado las bajantes y parece que todo está en orden... oh, disculpen, no sabía que...

El león y las muchachas no se inmutaron. Siguieron con su ritual como si tal cosa.

- Anda, un fontanero, los fontaneros siempre dan mucho juego en las orgías. Eh, muchacho, ¿le apetece unirse a la fiesta?, ¿quiere que las chicas le den un repasito? -preguntó el felino- Le aseguro que son unas artistas.

- Eh... ah... no gracias, no me va mucho esto, ¿saben? Y además, ahora tengo que revisar la caldera principal del barco. En otro momento, tal vez.

Diciendo esto, abrió la puerta de salida del retrete, y tras comprobar que no había nadie rondando, salió al pasillo y se alejó tan rápido como pudo.

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