Capítulo XIII: El cocodrilo

Capítulo XIII: El cocodrilo

A última hora de la tarde, después de darse una buena ducha y beberse media cafetera para combatir los efectos del tequila, Mister Proper decidió hacer una visita al Cocodrilo de Lacoste. El lagarto vivía en una de las urbanizaciones más exclusivas de las afueras de la ciudad.

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Nos encontramos en Marketinia, una ciudad habitada exclusivamente por logotipos publicitarios y personajes de los anuncios. Nuestra historia comienza el día en que la policía encuentra el cadáver de Mimosín, el osito del suavizante. Parece haber sido asesinado. Y de forma no demasiado suave. Su desconsolado novio, Mister Proper, vuelve a casa tras el entierro y se dedica a curiosear entre los recuerdos de su llorado peluche. Al hacerlo, encuentra la que podría ser una pista interesante: una fotografía del osito en compañía del Cocodrilo de Lacoste.

A última hora de la tarde, después de darse una buena ducha y beberse media cafetera para combatir los efectos del tequila, Mister Proper decidió hacer una visita al Cocodrilo de Lacoste. El lagarto vivía en una de las urbanizaciones más exclusivas de las afueras de la ciudad. Le fue fácil encontrar su chalet. Había visto las fotos hacía poco en una revista del corazón. Era un casoplón estilo inglés rodeado por una verja de esas que acaban en punta de lanza. Proper bajó del taxi y llamó al telefonillo. Contestaron al momento.

- ¿Sí?, o sea, sí, ¿quién es?

Reconoció su voz de inmediato. Quedaban pocos tíos en el mundo que siguieran hablando con ese acento ultra pijo de los ochenta.

- Lacoste, soy yo, Don Limpio.

El reptil tardó un rato en responder.

- ¿Quién? O sea, ¿quién?

- Don Limpio... Bueno, vale... -rectificó con un suspiro de resignación- Soy Mister Proper... Venga, abre, tengo que hablar contigo.

- ¿Conmigo? Nnnno... imposible, ¿sabes?... estoy sssssuperliado, o sea, no tengo tiempo. Pásate otro día, ahora no...

- Mira Lacoste -le interrumpió el calvo- me he dejado una pasta en el taxi para llegar hasta aquí y no pienso irme hasta que abras la puerta. Sólo quiero hacerte un par de preguntas. En cuanto te las haga, me iré.

- ¿Un par de preguntas? ¿sólo eso?

- Sí, sí, te lo prometo.

Siguió otra tensa espera. Finalmente el cocodrilo accedió.

- De acuerdo, entra -aceptó a regañadientes, mientras accionaba la apertura electrónica-, pero te lo advierto. Sólo tengo cinco minutos. He quedado para jugar al pádel. O sea, pádel.

El portón exterior se abrió, dejando paso a Mister Proper. Había un camino de piedrecitas blancas y negras que conducía hasta la entrada de la casa. Y a ambos lados de éste, crecían cerezos con brillantes cerezas rojas colgadas de dos en dos, como una sucesión interminable de logotipos de Pachá. Al final del sendero, unos escalones subían hasta la puerta principal. El cocodrilo le esperaba en el umbral y le invitó a seguirle al interior. Aunque como la mayoría de las mascotas publicitarias animales, había aprendido a sostenerse de pie, para desplazarse de un lado a otro prefería caminar a cuatro patas.

- He leído en la prensa lo de Mimosssssín. Una verdadera pena. O sea, lo siento muchísimo, ¿sabes?-, dijo mientras reptaba hasta el salón de la casa.

- Gracias -murmuró secamente Mister Proper.

Se sentaron en unos descomunales sofás de cuero blanco. Bueno, el cocodrilo, más que sentarse, se enroscó. La habitación parecía el catálogo viviente de una tienda de decoración para casas de nuevos ricos: muebles tailandeses, cortinajes con escenas de caza, máscaras tribales africanas, litografías de algún artista modernoso... Estaba presidida por un gran ventanal que daba al jardín, en el que destacaban una piscina cubierta y un campo acondicionado para jugar a algún deporte sobre hierba.

- ¿Eso es un campo de Hockey?-, inquirió Mister Proper.

- ¿Hockey? No, por Dios, o sea, no, - contestó el reptil con un gesto de desprecio- es un campo de polo.

En ese instante, el jugador de polo de Ralph Lauren apareció en el campo y empezó a perseguir una pelotita de madera, ejercitando gráciles acrobacias sobre su montura. El cocodrilo le observaba embelesado.

- Así que tu también eres de los nuestros... -comentó Mister Proper.

- ¿Los vuestros? ¿qué quieres decir? -preguntó desconcertado- o sea... no entiendo.

- ¿No... entiendes? Pues eso es lo que quiero decir, que tú entiendes, vamos que eres gay.

- ¿Qué soy... ?

- Sí, ya sabes, un tío al que le van los tíos. Gay, maricón, sarasa, mariposón, sodomita, bujarra...

- Vale, vale, sí, o sea, ya lo he entendido -le interrumpió visiblemente molesto Lacoste-. Bueno, o sea, tengo prisa. Y tú has dicho que tenías sólo un par de preguntas... -respondió mirándole con inmenso desdén- ¿Esa era la primera?

- No -replicó mucho más serio Mister Proper-, la primera es esta: ¿qué tipo de relación te unía a Mimosín?

- ¿Relación?, ¿Quiénes, Mimosín y yo? No creo que se le pueda llamar relación a lo que había entre nosotros, o sea. Coincidimos en la universidad, pero la verdad es que no teníamos demasssssiado trato, ¿sabes? No frecuentábamos los mismos ambientes, o sea, él esquiaba en Valdesquí y yo en Suiza, él veraneaba en Benidorm y yo en Marbella, él se movía en bici y yo en un Golf GTI. No, no teníamos nada que ver, o sea, pero nada de nada.

Mentía. Estaba claro. Así que Mister Proper decidió apostar fuerte.

- Entonces, ¿qué hacíais juntos el sábado por la noche?

El cocodrilo por poco se cae de su asiento. Sus ojos pasaron instantáneamente del desprecio a la ira.

- ¡Quién te ha dicho eso! ¡Eso es mentira, o sea, mentira! Hace siglos que no veo a ese oso maricón. Puede que nos cruzáramos en algún bar el otro día, yo que sé, Marketinia es muy pequeña, pero eso es todo.

- ¿Un bar? ¿qué bar? -Mister Proper trataba de mantener la calma.

- ¿Y yo que sé qué bar? Cualquiera en el que las copas cuesten más de doce euros. Si valen menos de eso, no entro. Es la única manera de no mezclarse con gentuza. O sea, que me extraña mucho que ese peluche zarrapastroso y yo coincidiéramos... pero bueno -concluyó poniéndose de pie-, essssa que acabas de hacer era la pregunta número tres, o sea, que no tengo obligación de responder ni una más. Te acompañaré a la puerta. Y te lo advierto, esta urbanización recluta sus guardias de seguridad en las gradas de los Ultra Sur, ¿sabes? No es muy recomendable cabrearles, de modo que no me obligues a llamarles.

- Pero si yo sólo quería...

El lagarto cogió su móvil, y marcó una tecla.

- ¿Seguridad? -preguntó un segundo después.

- Vale, vale, me voy... como eres, tío - se rindió Mister Proper.

A partir de ese instante, Lacoste cerró la boca como sólo los caimanes saben hacerlo y no respiró tranquilo hasta que estuvo seguro de que Mister Proper había salido de su propiedad. La conversación le había sacado de sus casillas. Al volver al salón, tuvo que concentrarse durante un buen rato en los armoniosos movimientos de su amado jinete para recuperar la calma.

Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.