Cinco años sin Fidel: los 'nietos de la revolución' han cambiado el escenario

Cinco años sin Fidel: los 'nietos de la revolución' han cambiado el escenario

Tras Castro, las ligeras aperturas económicas y el uso de internet han transformado la juventud, que necesita unas libertades que el Gobierno no está dispuesto a darle.

“Este 25 de noviembre de 2016, a las 10:29 horas de la noche, falleció el comandante en jefe de la revolución cubana, Fidel Castro Ruz”. Hace cinco años que Raúl Castro anunció al mundo, “con profundo dolor”, que había muerto un mito, el guerrillero que había llevado el timón de Cuba durante 50 años, un icono del comunismo.

Se sucedieron los discursos (ya nunca tan largos como los suyos), los homenajes y el entierro en Santa Ifigenia. No llegaron las explicaciones, porque la causa de su muerte (¿insuficiencia cardiaca o diverticulitis?) es secreto de estado, pero lo que sí han ido llegando con los meses son los cambios: su hermano Raúl ya le habían tomado el testigo cuatro años antes de morir y, en este tiempo, ha dejado no sólo la presidencia del país sino el liderazgo del Partido Comunista, ambos ahora en manos de Miguel Díaz-Canel.

El pequeño de los Castro, autorizado por Fidel antes de su adiós, inició un proceso de leve apertura que ha ido desembocando en lo que tenemos hoy: tibios pasos en lo económico y algunas rendijas abiertas en lo social, por las que se ha colado un ansia de cambio importante en la población. Ahora, los llamados nietos de la revolución muestran su cansancio con el sistema, en unas protestas históricas, las mayores contra el Gobierno en 27 años.

Los analistas coinciden en que no se espera un gran cambio o un viraje de los sucesores de Castro pero, también, en que no hay vuelta atrás en el nuevo movimiento ciudadano, muy joven en su mayoría, que se ha beneficiado de los logros de la revolución pero quiere más. “El salto no ha sido al vacío ni desde muy alto, porque Fidel le había dado a Raúl cuerda para moverse un poco y porque se ha demostrado que, aún sin Castros en la cúpula, el régimen sigue funcionando con la misma dinámica. Los actuales dirigentes tienen la lección aprendida y mantienen el sistema. Ha habido seguidismo, sin admitir salidas del tiesto”, resume el americanista Sebastián Moreno, quien apunta que se ha pasado de un modelo más personalista o de liderazgo a uno más institucional, pero “con la misma base y el mismo fondo”.

Enfermo desde 2006, Fidel dejó el poder a su hermano Raúl, quien en 2018 entregó las riendas de la presidencia a Díaz-Canel y en 2021, el control del Partido Comunista. Ahora Díaz-Canel está intentado sacar a los jóvenes a la calle en estas horas de aniversario, como una demostración de músculo entre las nuevas generaciones, pero lo cierto es que hoy sería mucho más complicado lograr con naturalidad las masas que despidieron las cenizas de Castro y que se concentraron donde reposan, en Santiago de Cuba. Frente a los que siguen al oficialismo, los otros nietos de la revolución, que tienen entre 30 y 40 años, que representan el 13,5% de la población total de 11,2 millones, y que tienen una nueva visión del país, entre otras cosas, porque Fidel ya no más está para mantener prietas las filas.

  Fidel Castro, en 2006 en La Habana, en la entrega de un premio a Hugo Chávez. JAVIER GALEANO / ASSOCIATED PRESS

La economía y las redes sociales

A la Cuba que vio morir a Fidel le faltaban dos cosas que hoy hay y que revolucionan a la ciudadanía. Lo primero, una pequeña apertura hacia el capitalismo, con concesiones a la pequeña y mediana empresa privada en alimentación, manufacturas o ciencia, que unido a cierto deshielo con Estados Unidos, ha impulsado una red de emprendedores nunca vista, con ansia de tener sus propios negocios y de idear cosas nuevas.

Lo segundo es el acceso a Internet, que llegó a los móviles cubanos en 2018 y dio paso a un mundo desconocido, que ahora es difícil de aceptar que se cierre. Muy caro al principio luego democratizado en los móviles, ha llevado a un apogeo de las redes sociales y los medios digitales, sacudiendo telarañas del pasado y permitiendo que se cree una red estable de contactos críticos, que nada tienen que ver con la disidencia clásica.

Hay muchos sectores empujando, desde artistas a estudiantes, pero el movimiento más destacado es el de San Isidro, un grupo de periodistas, académicos y creadores que en Twitter se muestran como una iniciativa que trata de empoderar “a la sociedad hacia un futuro con valores democráticos”.“Unidos para promover la libertad y la cultura”, dicen. Y lo repiten no sólo en La Habana, la capital, sino en toda la isla, en entornos urbanos y más rurales.

Son profesionales bien formados, beneficiarios de esa educación que sigue siendo la joya de la corona nacional, que salieron a escena de manera espontánea para ayudar durante el tornado de 2019 en La Habana. Más organizados, en 2020 se agruparon en San Isidro, lo que dio lugar en noviembre de ese año al inédito plantón frente al Ministerio de Cultura. Después vinieron las históricas y masivas manifestaciones de 11 de julio. El pasado 15 de noviembre se había planteado una jornada de protesta en la calle que fue cortocircuitada por el Gobierno y acabó con la marcha a España del dramaturgo Yunior García, que capitalizó las movilizaciones en la isla y había quedado incomunicado y vigilado en su casa. Pese a estas salidas de emergencia, las protestas amenazan con seguir, porque la raíz que las mueve no ha cambiado.

“Mi generación está lo suficientemente cerca de nuestros abuelos para comprender su historia, pero lo suficientemente separados históricamente para no estar anclados a la historia y poder pensar en el futuro”, dice a la agencia AFP Raúl Prado, un activo fotógrafo de 35 años. Llevan la delantera frente al arcaico aparato ideológico oficial, que repite viejas consignas vacías para esos jóvenes. “Al no encontrar un espacio político en nuestro país y no vislumbrar un futuro posible, en breve se convertirá en la generación migratoria”, lamenta Prado.

Continuidad oficial

El pasado abril, cuando se produjo el traspaso de poderes de Raúl Castro a Miguel Díaz-Canel en el PCC, se manifestó claro lo que desde arriba se quiere seguir haciendo: “el partido es el alma de la revolución” y “somos continuidad”, decían sus lemas. Incluso los dirigentes más jóvenes hacían alusión a la dirigencia histórica, a lo que significaba el castrismo, por lo que el legado de Fidel sigue en lo ideológico y en lo formal.

¿Hay grietas? “Claro, el debate es nacional, en el PCC no están ciegos a eso y hay críticos, pero no lo suficientemente dispuestos a dar el paso de señalarse y pedir más cesiones, más apertura y más diálogo con estas nuevas formaciones de base social, que no tienen ni líder ni portavoz ni siglas y que, por eso, podrían ser un interlocutor ideal”, añade Moreno.

“Formalmente, el proyecto revolucionario no está en cuestión, Fidel no está en cuestión, pero la realidad actual es muy dura y eso hace pensar que el inmovilismo no cabe. Otra cosa es que lo que se pueda esperar es una respuesta muy limitada a estas peticiones sociales, como se ha visto con Canel abriendo la mano a quita aranceles y límites a la importación de comida y medicinas, como respuesta a las protestas. Sin embargo, está en paralelo la represión policial y judicial de esas mismas protestas”, ahonda.

“Sigue el clan”, resume. Reconoce que Díaz-Canel no tiene la “legitimidad y superioridad moral” de los veteranos que hicieron la revolución en 1959, pero en el partido no hay brecha generacional; los más nuevos son plenamente leales al pasado y, aunque hay algunos más “reformistas”, como mucho se podrá “debatir sobre cierta descentralización de la economía o permitir que el sector privado trabaje sin restricciones, en busca de un modelo mixto,”, pero siempre sabiendo que “el riesgo de perder poder político está ahí y no se puede rozar ese escenario”. La calle va por otro lado.

Lo más probable es que los pequeños guiños que se hagan vengan desde la economía, porque es donde el problema ahora es especialnte grave. Desde la muerte de Castro las cosas no van bien: el pasado año se produjo una caída del 11% del PIB, la mayor desde 1993, y una fuerte inflación que ha provocado escasez de alimentos y medicinas. A todo esto, se suma la escalada de sanciones bajo la administración Trump que continúan con Joe Biden, más la pandemia de coronavirus, que ha golpeado más tarde que en otros países pero finalmente ha sido dura.

En este contexto, el Gobierno aplicó en enero una reforma monetaria que significó un importante aumento salarial. El mínimo subió de 400 a 2.100 pesos cubanos (de 15,5 a 77,5 euros), pero también implicó el aumento descontrolado de precios. En 10 meses la inflación fue de 60% en el mercado formal, pero en el informal se disparó 6.900%, según información oficial.

Se espera que las cosas mejoren con la reactivación del turismo, una vez controlada la pandemia, así como con el aumento del precio del níquel y una industria biotecnológica capaz de producir y exportar vacunas y medicamentos.

Si Fidel levantara la cabeza, posiblemente enarcaría sus carismáticas cejas y levantaría su voz ronca.