Crisis Argelia-Marruecos: por qué la pelea de nuestros vecinos del sur nos debe importar tanto

Crisis Argelia-Marruecos: por qué la pelea de nuestros vecinos del sur nos debe importar tanto

Un ataque a civiles argelinos en el Sáhara Occidental es el último episodio de una relación tormentosa que se ha agravado y acelerado en los últimos meses.

La frontera entre Marruecos y Argelia, desde Oujda, en el lado marroquí, el pasado 4 de noviembre. FADEL SENNA via Getty Images

La muerte de tres civiles argelinos, el pasado 1 de noviembre, en un presunto bombardeo de Marruecos -según la acusación de Argel, no desmentida ni confirmada por Rabat- ha reavivado la tensión entre los dos antiguos adversarios en el Magreb. Que haya roces no es algo nuevo, pero los gestos no amistosos o directamente hostiles empiezan a encadenarse con demasiada frecuencia y demasiada hondura para lo que es habitual en las últimas décadas, por lo que las alarmas, forzosamente, saltan.

Los analistas entienden que estamos ante una escalada seria pero que, como lectura general, no tiene visos de desembocar en un conflicto armado. Más bien se espera que se acreciente la pelea por la influencia política y económica en el norte de África, que está en la raíz del choque. El problema es que, cuando los ánimos están caldeados, un error o un malentendido pueden llevar a un mal mayor.

La historia pasada y la vecindad con España, con los intereses geopolíticos, económicos, de seguridad e inmigración que eso conlleva, convierte esta crisis en una amenaza para los intereses nacionales de quien un día mandó en el Sáhara Occidental, elemento esencial en esta enemistad. Lo que pase entre las dos naciones afectará a nuestras relaciones exteriores, al comercio y hasta a la factura energética, así que toca estar atentos.

El detonante de la escalada

El pasado 3 de noviembre, el Gobierno de Argelia emitió un comunicado en el que acusó a Marruecos de la muerte de tres camioneros de su país. Habrían sido atacados, dice la nota, cuando iban volviendo a Uargala, en Argelia, desde la capital de Mauritania, Nuackchot. El ataque denunciado, añadía Argel, habría tenido lugar el 1 de noviembre, el día en que se celebraba el 67º aniversario de la Revolución de Liberación Nacional. El convoy lo formaban dos camiones que cruzaban a lo largo de unas carreteras del desierto de la antigua colonia española del Sáhara Occidental, entre Bir Lehlu y Ain Ben Tili.

“Varios factores apuntan a que las fuerzas de ocupación marroquíes en el Sáhara Occidental cometieron con armamento sofisticado tan cobarde asesinato a través de esta nueva manifestación de brutal agresividad característica de una conocida política de expansión territorial y de terror”, afirmaba el comunicado, antes de advertir que “su asesinato no quedará sin castigo”.

Argelia ha enviado además una carta a Naciones Unidas pidiendo una investigación de lo sucedido, ya que sobre el terreno se encuentra la Misión de la ONU para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO), y en ella habla directamente de “terrorismo de Estado” por parte de Marruecos, “que no puede justificarse bajo ninguna circunstancia”. Insiste en que un país que no tiene derecho sobre el territorio -Argel no asume la marroquinidad del Sáhara- emplea sobre civiles “armamento mortal y avanzado” para “impedir la libre circulación de vehículos comerciales”.

Su lamento ha sido enviado, buscando arropamiento internacional, a la Liga Árabe, la Unión Africana y la Organización para la Cooperación Islámica. Una condena expresa es lo que busca. Mientras, advierte: “Argelia es capaz de defender a sus ciudadanos y sus intereses en todas las circunstancias”.

Rabat, como es su costumbre, se ha negado a valorar oficialmente lo sucedido. Ni confirma ni desmiente. Fuentes gubernamentales han afirmado a los medios locales y a agencias internacionales como AFP que se trata de una acusación “falsa” y “absurda”, que nunca serán “arrastrados”  una “espiral de violencia y desestabilización”. “Si Argelia quiere guerra, Marruecos no”, afirman, tajantes.

El rey Mohamed VI justo ha comparecido estos días por el aniversario de la Marcha Verde que acabó con la expulsión de España y no ha hecho referencia al conflicto; sólo ha defendido la necesidad de mantener los “principios de buena voluntad”, a la vez que dice a sus ciudadanos que pueden estar seguros. Eso sí, aprovechó para lanzar un aviso: el Sáhara “no es negociable” y, por eso, romperá sus relaciones comerciales con aquellos países que aún piensen que la zona es de los saharauis o, al menos, es una zona en disputa y debe celebrarse el refrendo que la ONU prometió en 1991. “La marroquinidad (del Sahara Occidental) es una verdad perenne e inmutable”, dijo.

De momento, Naciones Unidas ya ha abierto una investigación y se espera que el secretario general, Antonio Guterres, tenga en breve el informe sobre su mesa. No se ha tenido noticia de represalias armadas, aunque The Ragex, un sitio especializado en información defensiva, ha publicado que se han detectado movimientos de tropas por parte de Argelia hacia su frontera occidental, o sea, con Marruecos.

La tensión de fondo

Las relaciones entre Argelia y Marruecos se han agravado en los últimos meses y lo de la pasada semana es un suma y sigue en esa dinámica, pero posiblemente sea el incidente más serio desde la llamada Guerra de las Arenas, que los enfrentó durante dos meses en 1963. Tras aquello, no ha habido un conflicto abierto, pero sí enfrentamientos de baja intensidad, que ahora se suceden con más frecuencia. Y es que la lucha por la hegemonía en el norte de África la está ganando Marruecos y Argelia reacciona, incómoda.

La de estos dos países es una frontera caliente desde su mutua independencia, 1.600 kilómetros que Francia no dejó muy bien definidos al irse y que cada cual ha intentado afianzar y hasta ampliar con el paso de los años. Desde el año 1994, está decretado el cierre de la frontera terrestre entre ambas naciones. Pese a ello, ha habido épocas de una relación más templada y hasta de cooperación en el campo empresarial y comercial.

  Un grupo de soldados lleva agua en sus cascos en Hassi Beida, en la frontera Argelia-Marruecos, en 1963.AP Photo / Spartaco Bodini

El principal punto de fricción de fondo, más allá de las lindes, es que Argelia no reconoce ninguna competencia de Marruecos en el Sáhara Occidental, al tiempo que alberga en su territorio y es el principal partidario del Frente Polisario, el movimiento de liberación nacional del pueblo saharaui, que pelea por la independencia de dicha región.

El Polisario y Marruecos han mantenido una tregua de más de 30 años en su conflicto de soberanía, pero se rompió en noviembre de 2020 tras otro incidente fronterizo, cuando unidades militares marroquíes entraron en la zona de Guerguerat y cargaron contra los civiles que se estaban manifestando y cortando una carretera. El Polisario declaró su vuelta a la lucha armada en la zona, un paso en el que ha tenido el apoyo sin fisuras de Argelia.

El choque se acelera

Más allá de esta ruptura de hace un año, los encontronazos ente Argelia y Marruecos están siendo múltiples, llamativos y de calado. Tienen que ver con problemas domésticos y con tensiones internacionales que afectan a sus intereses.

Tras una década sumida en una cruenta guerra civil con los movimientos radicales islámicos que causó miles de muertos, Argelia se convirtió ya en este siglo XXI en la potencia principal en la zona de la mano de Abdelaziz Bouteflika, presidente durante 20 años, el hombre encargado de la diplomacia y la geopolítica argelina desde el primer gobierno independiente.

Apoyado por el poder económico y la influencia en Europa que le ofrecen sus amplias reservas de petróleo y gas, el régimen militar argelino, que siempre ha estado además en la órbita de Rusia, medió con éxito en los distintos conflictos del Sahel, una región con la que comparte una amplia frontera, en la que crece el yihadismo y la pobreza y que es objeto de especial preocupación para la UE. Era, pues, un aliado, un socio.

Sin embargo, en 2019, Argelia vivió unas manifestaciones masivas que acabaron con el presidente eterno. “No ha habido, desde entonces, un liderazgo fuerte, sino división, una situación que Marruecos ha aprovechado para fortalecer su posición en la zona”, explica el periodista argelino Khalil Debbeghi, afincado en Bruselas. Se han ido acumulando los males: el ictus que el mandatario sufrió en 2013, la decisión del régimen de mantenerlo en el poder pese a que estaba físicamente incapacitado y la crisis económica sistémica que produjo el desplome del precio del petróleo en 2014 contribuyeron al declive de la nación en favor de Marruecos.

Buscar “un adversario fuera” siempre es “una estrategia de Gobiernos no muy fuertes”, como puede ser el caso del de Abdelmadjid Tebboune, actual presidente, pero en esta ocasión, dice, buscar el ataque a Marruecos tiene un trasfondo mucho más complejo. “Hablamos de decidir cuál de los dos tirará del norte del continente en los próximos años, en lo económico y en lo político, qué lazos diplomáticos y alianzas se tejerán en la región y qué posición se toma de veras en la comunidad internacional respecto al Sáhara, que no puede esperar por más tiempo”, señala.

En diciembre de 2020, el entonces presidente de EEUU, Donald Trump, decidió romper el consenso de la ONU que espera un referéndum en la zona y se alineó con Rabat en la cuestión del Sáhara, lo que supuso un espaldarazo insólito, que dejó tocado a Argel “por su propio papel de ayuda a los saharauis”, por “la nueva alianza económica que se puede tejer entre Rabat y Washington a lomos de este apoyo” y, también, por una cuestión que es “de esencia, de alma”: la causa palestina.

“EEUU reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara a cambio de establecer relaciones con Israel, un país históricamente aislado por las naciones árabes. Llegaron los Acuerdos de Abraham, por los que Trump convenció sobre todo a los países del Golfo Pérsico para hacer negocios con Tel Aviv, y se empezaron a establecer relaciones que nadie hubiera imaginado siquiera, porque suponen olvidar las reivindicaciones palestinas, ese pueblo al que antes se le llamaba hermano”, contextualiza Debbaghi.

Argelia, indica, se ha mantenido al lado de los palestinos, “no ha cedido” en esta cadena de reconocimientos, convenios comerciales y turísticos, y mantiene a Israel como un “enemigo”. Hay quien vincula la crisis de migrantes en la ciudad autónoma de Ceuta del pasado mayo a un intento de Rabat, justamente, de quitar el foco sobre las protestas internas por su alineamiento con Israel.

La amalgama de falta de estabilidad interna, apoyo al Polisario y disposición a favor de los palestinos llevó a Argel a romper sus relaciones con Rabat el pasado agosto. A estas razones, el ministro argelino de Asuntos Exteriores, Ramtam Lamamra, sumó otros “agravios” pasados -como “la profanación de la bandera en Casablanca en 2013”- y recientes, como la defensa por el embajador marroquí ante la ONU de la causa independentista en la Cabilia, región de mayoría bereber situada en las montañas argelinas.

Para completar el golpe al vecino, el pasado mes Argelia vetó el paso de aviones marroquíes por su espacio aéreo y, lo más duro, puso fin al suministro de gas a Marruecos al cerrar el Gasoducto Magreb-Europa (GME). El tubo, de 1.400 kilómetros de longitud e inaugurado en 1996, tenía un contrato inicial por 25 años que expiraba ahora en noviembre y las condiciones tenían que renegociarse. Marruecos accedió en su momento a dar derecho de tránsito por su suelo a este gasoducto a cambio de llevarse el 7% del valor del gas exportado, pero Argel ya no quiere que eso pase y ha roto las condiciones previas. Así asesta un golpe importante a su vecino, porque de él dependía el 45% de su gas, que compraba a precios bajos, ventajosos.

Ni energía ni dinero tendrá ahora, aunque dice Rabat que el impacto será “insignificante”, algo que Debbaghi pone en duda. “Se resentirá. Se siente fuerte con la ayuda de EEUU pero debe ser prudente también, porque en estos tiempos ha pedido parte de su influencia en Francia, su gran valedor en Europa. Desde que se descubrió que espió con el programa israelí Pegasus 6.000 números de altos cargos franceses, incluyendo al presidente (Emmanuel) Macron, hay cierta frialdad y Argelia, que también es excolonia gala, puede beneficiarse de ello”, concluye.

Actualmente, Argelia es el décimo productor mundial de gas natural; la mitad lo vende fuera y la mitad se lo queda para consumo propio. El 60% de lo que vende va a España, Portugal e Italia, sus mayores clientes; los dos primeros han hecho ya acuerdos para garantizarse el suministro, más allá de la ruptura con Marruecos.

España, pendiente

Mali y Mauritania, por cercanía física, son los países que más expectantes aguardan el devenir de los acontecimientos entre Argelia y Marruecos y, junto a ellos, España. Aguarda por todo: por el gas que tiene que llegar, como urgencia, pero también por lo que pueda pasar en el Sáhara Occidental, donde sigue siendo potencia administradora (según la ONU, tras su salida en 1975), por cómo puede afectar a sus cruciales relaciones con Rabat para controlar la inmigración ilegal o el narcotráfico, o para controlar el yihadismo del Sahel.

En conversación con El HuffPost, un veterano diplomático español con amplia experiencia en Marruecos explica que son muchos los frentes, a cada cual más sensible. “El flanco del gas parece resuelto, los ministros (José Manuel Albares, de Exteriores, y Teresa Ribera, de Transición Ecológica) se han sabido mover rápido y tenemos el invierno garantizado, aunque obviamente con un incremento de los costes”, indica.

Más complejo es lo puramente político. “Estamos en un momento en el que las dos partes buscan un pronunciamiento claro a su favor o en su contra, que no gustan las medias tintas ni la equidistancia, ni siquiera la prudencia diplomática. Tomar partido es imposible, muy complicado, pero si fuerzan las posturas podemos estar en un aprieto”, señala, pensando sobre todo en Marruecos. Se refiere al aviso del rey alauí de que romperá lazos con quien no reconozca que el Sáhara Occidental es marroquí. No dijo ni cómo ni cuándo acabará su paciencia, pero suena “serio”, en un conflicto viejo y enquistado sobre el que nada se ha movido en décadas.

Justo en este momento, La Moncloa está intentado restablecer las relaciones con Marruecos, tras de la crisis diplomática de mayo, cuando el líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, entró en España para ser tratado de coronavirus sin que Rabat lo supiera, lo que llevó al rey de Marruecos a abrir la frontera con Ceuta, lanzando a miles de desesperados a una aventura sin final feliz. Aquello derivó en retirada de la embajadora marroquí y acabó por costarle el cargo a la entonces titular de Exteriores, Arancha González Laya. Se trabaja en una visita de su sucesor, Albares, a Marruecos, y se tejen de nuevo los hilos dañados, pero pesa la desconfianza y se mira de reojo a lo que haga Madrid con Argel.

España se aferra, en el caso del Sáhara, a las resoluciones de Naciones Unidas, que acaba de nombrar a un nuevo enviado especial a la zona, el italo-sueco Staffan de Mistura, que por lo pronto pretendía llegar a un acuerdo para que, tras la crisis del año pasado, Marruecos diera un paso atrás en la zona de Guerguerat. Ahora, con la nueva crisis argelina, ese gesto parece muy lejano.

“España esperará acontecimientos”, añade este diplomático, que tampoco espera una escalada armada entre los dos países, pero augura un “mantenimiento de las tensiones” en el futuro inmediato. “Lo que pase a nuestros vecinos nos llega de lleno. Son nuestra frontera sur. Lo deseable es que se imponga el diálogo y se recupere, si no la cooperación deseable, la calma a los dos lados de la frontera”, concluye.