Contra la 'república de los imbéciles'

Contra la 'república de los imbéciles'

¿Hay que tomarlos en serio a estos sujetos? Sí, definitivamente.

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Umberto Eco en La Bustina di Minerva imaginó un diálogo entre Sócrates y Critón. El discípulo pregunta al maestro sobre la mejor manera de afrontar la muerte. Sócrates responde que el mejor camino es “tener la certeza imperecedera de que el mundo está lleno de imbéciles”. Esta misma idea la repite de forma categórica Ferraris en La imbecilidad es una cosa seria. Pero ¿qué tan seria puede ser? 

Que el mundo está lleno de imbéciles no es una novedad. Son tantos que juntos podrían formar una república. De estos, algunos tienen intereses políticos que atentan directamente contra los valores democráticos y deberíamos tomarlos en serio. Calificarlos de pueriles e insensatos, ridiculizar sus propuestas creyendo que el pueblo no sería capaz de prestarles atención ha sido un error. Por subestimarlos, infantilizarlos e incluso caricaturizarlos, muchos de ellos, todavía se encuentran gobernando. 

Aaron James, el filósofo norteamericano, formuló una teoría sobre este tipo de sujetos en Assholes, a theory. ¿Quién es un imbécil? Básicamente, dice James, que en una república democrática hay tres mandamientos fundamentales: no dividir a la población, no mostrar desprecio por ninguna persona o grupo social y no romper ninguno de los anteriores por intereses personales o partidistas. Este tipo de políticos han roto los tres. Además, han abusado sistemáticamente de su poder, se han creído inmunizados contra las quejas y críticas de aquellos que no concuerdan con sus ideas. 

Sí, existen, y desde su olimpo digital tergiversan, confunden y promueven sentencias que dividen y enfrentan a la sociedad, arriesgan procesos democráticos que ha tomado años estabilizarlos y deterioran gravemente el tejido social sobre el que se sostiene una sociedad: la cooperación. Admitámoslo, dice Eco, “entre los siete mil millones de habitantes hay una dosis inevitable de imbéciles” y a esta dosis, actualmente James y Ferraris, ha tratado de clasificar. Ferraris, los divide en tres grandes grupos: de masas, de élite y como factor político. Desde mi perspectiva, esa ‘república’ también dispone de tres personajes que promueven y justifican las decisiones del sujeto coronado, a veces, con extrema deliberación: los retuiteadores crónicos, los radicales y los imperturbables.

Los retuiteadores crónicos son acríticos, incapaces de disentir y desenmascarar las falsedades promulgadas desde el olimpo. Forman parte de la armada digital de esa república. Carne de cañón que utilizan para infectar con su fanatismo ideológico. Tan pronto como tuitea, los súbditos retuitean y difunden sus miedos, sus mentiras y disparates. Organizan estampidas virtuales para denigrar la integridad de personas con visiones diferentes y ridiculizarlas por su apariencia física, creencia religiosa o elección política. Son el sujeto ideal para un gobierno intolerante: un “individuo para quien la distinción entre hechos y ficción han dejado de existir”. Ventrílocuos del miedo, del odio y del tribalismo nacionalista. 

¿Hay que tomarlos en serio a estos sujetos? Sí, definitivamente.

Los radicales son la tropa de élite. Son grupos cuyas ideas políticas extremas lo trasladan directamente a la plaza pública. Son los sujetos más peligrosos de esa república porque son capaces de atentar contra la existencia misma de otro ser humano. Promueven deliberadamente el racismo, la xenofobia y la violencia, ya sea desde la tarima en mítines o desde Twitter cuando se les viene en gana. De estos, el sujeto coronado se aprovecha porque su capacidad para manipular y transformar la realidad es proporcional a la falta de criticidad y obediencia ciega que parece caracteriza a esta tropa.

Los imperturbables son legitimadores oficiales de las acciones irregulares que cometen los sujetos coronados. La historia nos ha mostrado que incluso la intelectualidad más elevada, verdaderos maestros del pensamiento, son vulnerables a este tipo de imbecilidad luminosa. Veamos dos ejemplos: el primero es el de un sujeto que vive en el mundo, pero que ha optado por un aislamiento mínimo. Tiene redes sociales, las visita con regularidad, pero ha decidido optar por una ataraxia virtual. Lleva una existencia con sobresaltos momentáneos que le otorgan estos sujetos, pero prefiere las agitaciones intelectuales. El segundo es de alguien que, a pesar de haber optado por el mundo, se desvía y se enreda con perversos sistemas ideológicos e incluso llega a respaldarlos, otorgando legitimidad a decisiones ilegales mediante argucias constitucionales y cubriendo ideales perversos con artificiosos pensamientos filosóficos. De estos personajes, con sus variopintos ropajes, se han nutrido feroces regímenes en el pasado y continúan haciéndolo hoy, aunque con matices diferentes.

Desearíamos que esto sea una bufonada teórica y social, pero no lo es y no veo entretenimiento alguno en fomentar el tipo de valores que estos sujetos promueven. O deberíamos sentirnos orgullosos cuando alguien exalta la violencia, el racismo, se desprecia y persigue al otro como si fuese un peligro para la estabilidad nacional o cuando se menosprecia los valores de una sociedad democracia. ¿Hay que tomarlos en serio a estos sujetos? Sí, definitivamente, porque como dice James, aunque de forma llamativa, son “una abominación para una república democrática” porque combinados con otros factores, pueden resultar catastróficos.

Al final del texto de Eco, Critón le dice a Sócrates: “tengo la sospecha de que tú también eres un imbécil”. A lo que Sócrates responde: “Ves, ya estás en buen camino”. Entonces, lo que he dicho no se interprete como un ejercicio de pesimismo, derrotismo social o cinismo, porque, al igual que Musil, Livraghi, Cipolla, Eco, Ferraris, etc., también estoy expuesto a ello, pero me resisto. Así que, este texto puede no ser agradable para algunos lectores, pero sí saludable en la medida que intenta prevenir y alertar e incluso protegernos de nosotros mismos.