Yo te cuento, tú me cuentas
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Yo te cuento, tú me cuentas

El cotilleo es una de las vías más rápidas de socialización.

Pop Art style comic book panel gossip girl whispering in ear secrets with speech bubble, rumor, word-of-mouth concept vector illustrationdrante via Getty Images/iStockphoto

En 1946 un grupo de escolares soviéticos regaló al embajador estadounidense en Moscú una réplica en madera del sello norteamericano. Un gesto con el que se pretendía afianzar la amistad y la buena sintonía que existía supuestamente entre las dos primeras potencias mundiales.

Aquel presente estuvo colgado en una de las paredes del despacho del embajador durante casi siete años, dejó de estarlo cuando, durante una comprobación rutinaria de seguridad de la embajada, se descubrió que tenía un “regalo” oculto. Y es que el sello llevaba insertado un dispositivo de escucha. De esta forma todo lo que se había hablado en el despacho del embajador había sido “cotilleado” por los rusos.

Nos apasiona cotillear

Los antropólogos defienden que nuestro afán por chismorrear apareció hace unos 70.000 años, cuando nuestros antepasados adquirieron nuevas capacidades lingüísticas. Con el lenguaje no solo compartían la información del mundo que les rodeaba, también les servía para regodearse en contar aspectos personales de otros miembros de la tribu.

De forma implícita el cotilleo apareció como una herramienta fundamental para establecer vínculos sociales, se convirtió en una especie de inteligencia social. Y es que nosotros, los Homo sapiens, somos animales sociales a los que nos gustan los chismorreos y las murmuraciones.

En cualquier caso, no deja de ser curioso que no fuese hasta el siglo XVI cuando apareció la palabra gossip –cotillo- en el idioma anglosajón, un vocablo procedente de godsibb que era usado para referirse a las mujeres que ayudaban a otras durante el parto –comadronas-. Se entiende que durante las horas previas al alumbramiento aquellas mujeres se entretendrían en charlar y, por ende, en cotillear de otras no presentes.

Ya en nuestro suelo patrio. Se cuenta que en la época de Fernando VII vivió una madrileña –María de la Trinidad- que se hizo famosa por su carácter murmurador y entrometido, hasta el punto que fueron sus comentarios maledicentes los que propiciaron la detención de María Pineda.

Al parecer esta mujer solía llevar habitualmente una cotilla, que era una prenda similar a un corsé, una especie de corpiño que servía para estilizar y moldear la figura. De esta forma surgió su pseudónimo -la tía Cotilla- que con el paso del tiempo se convirtió en un calificativo muy popular.

Número de Dunbar

Se calcula que el 65% de las conversaciones que mantenemos diariamente versan sobre temas sociales, de los cuales una gran parte consisten en aspectos o cuestiones de carácter íntimo relacionado con terceras personas.

Pero, ojo, no cotilleamos de cualquiera ni con cualquiera. Un estudio realizado por el antropólogo británico Robin Dunbar, catedrático de la Universidad de Oxford, concluyó que 150 es el número límite de gente con la que podemos interrelacionarnos, una cifra que está limitada por el volumen de una parte de nuestro cerebro –el neocórtex-.

Cuanto mayor es el número de individuos que conforman el grupo el neocórtex es mayor, puesto que es necesario para mantener una comunicación eficaz con el resto de los miembros del grupo. Muchos científicos defienden que el cotilleo –los trending topic actuales- es imprescindible para el correcto funcionamiento de los grupos sociales, ya que facilitan la cohesión y la transmisión de información.

Muchos estarán pensando que el cotilleo tiene muchos aspectos negativos y que, llevado hasta sus últimas derivadas, es tóxico y avieso. Pero eso, como diría Kipling, es otra historia…