Crisis en Alemania: cuando pactar con la ultraderecha se paga caro

Crisis en Alemania: cuando pactar con la ultraderecha se paga caro

Merkel se queda sin sucesora tras el escándalo de Turingia, donde su partido se ha saltado la disciplina de voto y se ha alineado con la AfD

Annegret Kramp-Karrenbauer y Angela Merkel, durante una convención de la CDU en Hamburgo, en diciembre de 2018.Markus Schreiber / ASSOCIATED PRESS

Alemania no se anda con melindres con la ultraderecha. Desde hace años, cuando comenzó a despuntar no sólo en lo social sino también en lo político, las formaciones demócratas han ido tejiendo un cordón sanitario que impide que estos radicales accedan a las instituciones, toquen poder, contaminen con sus ideas la gestión de los problemas diarios de los ciudadanos.

Un muro firme, sin agujeros, eso ha sido siempre... hasta la pasada semana, cuando un mandatario con ansia de sillón se olvidó de ese compromiso esencial y pactó con ellos, con la Alternativa para Alemania (AfD). Ahí comenzó una crisis política nacional que, este lunes, ha acabado estallando en el partido de la canciller, Angela Merkel, dejando a la mandataria y a su CDU sin sucesora. Annegret Kramp-Karrenbauer ha acabado pagando caro la cesión de uno de los suyos a los ultras.

Turingia, la clave

Asistimos al efecto de la onda expansiva de una explosión que tiene ya varios días. La elección por sorpresa al frente del land de Turingia de un candidato liberal con el apoyo de la ultraderechista AfD y del partido del Gobierno, la Unión Demócrata Cristiana (CDU) causó un verdadero terremoto, porque rompía con ese acuerdo común de no colaborar con los fascistas. El ascenso de Thomas Kemmerich, que la prensa local llamó de inmediato la “ruptura del tabú”, no sólo era escandaloso en sí mismo, sino que ocurría en un territorio donde más radicales son los líderes de la AfD.

La CDU) el partido de Merkel, se había fijado como principio no tener coaliciones ni ningún tipo de apoyo con la AfD, pero tampoco con La Izquierda (Die Linke). Ese principio llevó a la formación a un dilema tras las elecciones regionales de Turingia del pasado día 5 de febrero, ya que La Izquierda había sido el partido más votado, seguido por AfD.

Con su discurso nacionalista y antimusulmán, la AfD desbancó a la Unión Demócrata Cristiana como segunda fuerza más votada en Turingia en las elecciones de octubre. Die Linke ganó los comicios pero no obtuvo suficientes escaños para reeditar la coalición de Gobierno con el SPD y Los Verdes. El liberal Kemmerich, que tan sólo contaba con cinco diputados en la cámara regional, negoció entre bambalinas y fue finalmente elegido tras dos votaciones infructuosas. Al final, se impusieron los liberales, con la muleta ultra y la conservadora.

De inmediato, la líder de la CDU y sucesora de Merkel, Annegret Kramp-Karrenbauer, aseguró que lo ocurrido “va claramente en contra de las recomendaciones, las demandas y las solicitudes del partido”. “Ahora tenemos que hablar sobre si unas nuevas elecciones no serían la salida más limpia para esta situación”. Dejó claro que se habían saltado a la piola las directrices del partido en Berlín y que esa no era la postura oficial de la CDU.

Al día siguiente, Thomas Kemmerich anunció su dimisión, en mitad de una tormenta de críticas de los suyos y de sus aliados. Hay que ir a nuevas elecciones, dijo, porque “no hubo una cooperación con la AfD, no la hay y no la habrá”, señaló, una vez claro que con los radicales no se puede ceder nunca. Acusó a la Alternativa para Alemania de haber causado la crisis con “un truco pérfido”, del que no dio detalles.

Merkel tuvo que intervenir públicamente desde Sudáfrica, con un mensaje mucho más contundente. No sólo echó, el sábado, al comisario del Gobierno para los Estados regionales del Este de Alemania, Christian Hirte, que en Twitter se había felicitado del voto en Turingia, sino que dijo que ese apoyo había sido “imperdonable”.

“La elección de este primer ministro ha sido un proceso único que ha roto con una convicción básica para la CDU y también para mí, “no se deben ganar mayorías con la ayuda de Alternativa para Alemania. (...) Ha sido un mal día para la democracia. Un día que ha roto con los valores y convicciones de la CDU. Y ahora hay que hacer todo lo posible para que quede claro que esto no se puede reconciliar de ninguna manera con lo que la CDU piensa y hace”, afirmó.

Sin embargo, ni la dimisión ni las elecciones han calmado las aguas. Este lunes, AKK, como se conoce a la delfina de Merkel, ha anunciado que no se postulará a la Cancillería y que su intención es la de renunciar a la presidencia de la formación conservadora. Al frente del partido llevaba desde diciembre de 2018 y al Gobierno aspiraba ya el año que viene, cuando Merkel se jubile. Por ahora, seguirá como ministra de Defensa, que es el otro cargo que aún ostenta, porque así se lo ha pedido la canciller.

Según informa EFE citando a medios locales, Kramp-Karrenbauer señaló durante la reunión de la cúpula de su partido que “existe una relación no resuelta de partes de la CDU con la AfD y la Izquierda”, pero que su postura no cambia y está “estrictamente en contra” de cualquier tipo de cooperación con estos dos partidos.

Mientras los progresistas denuncian un giro a la derecha de la CDU, los de la derecha radical se jactan de que “no ha podido imponer la política que practica dentro de su formación de aislamiento” a la AfD, que es, dicen, “un partido democrático y ciudadano”, y “eso es bueno”, ha declarado el presidente honorario de AfD, Alexander Gauland. “Es totalmente irracional y lejano a la realidad no querer cooperar a largo plazo con la AfD”, añade.

No es sólo que se dinamite una sucesión que parecía atada y bien atada, que Merkel cuidó mucho y preparó antes de su marcha para consolidar a la nueva cara visible del partido que continuara con su senda, sino que los aires, como teme La Izquierda, pueden enviciarse más: ahora se espera otra guerra interna por quedarse con el puesto de Kramp-Karrenbauer y se verán expuestas, de nuevo, las tensiones internas de una formación que tiene templados centristas, conservadores clásicos y partidarios de inclinarse a la ultraderecha, sin remilgos. P

Por ejemplo, los partidos progresistas temen el ascenso de Friedrich Merz, quien hace poco más de un año perdió frente a AKK (ella obtuvo el 51,8 % de los votos en el partido, frente al 48,2 % de él) en la lucha por la sucesión de Merkel, y cuyo perfil es especialmente duro.

Este caso es peligroso porque puede hacer que se resquebraje una unidad sólida hasta ahora contra la AfD, tercera fuerza parlamentaria y la primera de la oposición, ya que el Gobierno se sustenta en una alianza entre los conservadores de Merkel y los socialdemócratas. Podrían, por tanto, ostentar un poder notable en el Bundestag (Parlamento), pero los demás impiden que así sea, algo de lo que la clase política germana ha estado, hasta ahora, bien orgullosa. Los diputados ultras están presentes en 24 comisiones permanentes, pero no ocupan puestos de responsabilidad, ni siquiera la vicepresidencia de mesa que por aritmética (tienen el 12,6% de los votos, innegable) le correspondía.

Los demás partidos le han hecho vacío, todos a una, hasta el punto de que está mal visto que haya hasta trato personal con esos parlamentarios. Se ha llegado a votar en una decena de ocasiones el nombre de uno de los propuestos por AfD, tratando de rebajar el perfil radical del candidato al puesto, que sea “el menos nocivo”, dicen los demócratas.

A finales de año se dio además un caso que ilustra bien ese aislamiento: los legisladores despojaron a un político de extrema derecha de su papel como presidente del comité parlamentario, el de asuntos legales. Había hecho comentarios ampliamente condenados como antisemitas. No había pasado algo así en los últimos 70 años.

Esa política de “al enemigo, ni agua”, se ha trasladado también a las regiones y ayuntamientos: el pasado junio, la AfD se quedó sin su primera alcaldía, la de Görlitz, porque todas las fuerzas se unieron para impedirlo.

En el caso de la CDU, el debate no debería ni plantearse siquiera, porque en el año 2018 aprobó una moción que excluye cualquier tipo de acercamiento a estas fuerzas. Y, sin embargo, en los últimos meses están apareciendo pequeñas grietas en el cerco, Turingia aparte: los innegablemente buenos resultados de los ultras y la enorme fragmentación política, que complica los acuerdos de gobernabilidad, han llevado a coqueteos puntuales con la AfD, tajantemente segados por las cúpulas de los partidos.

Ahora queda por ver si este es un episodio único, para enterrar, o abre las puertas a una nueva etapa en la política de la primera economía europea, que afronta el próximo adiós de Merkel con más problemas de los previstos.