Cronología del levantamiento popular contra el régimen de Lukashenko en Bielorrusia

Cronología del levantamiento popular contra el régimen de Lukashenko en Bielorrusia

El país lleva 26 años gobernado por un líder autoritario muy desgastado. Un supuesto pucherazo en las elecciones ha colmado el vaso

Bielorrusia está viviendo la mayor movilización popular desde que el país alcanzó la independencia de la URSS. Su presidente, Aleksandr Lukashenko, que lleva en el cargo desde entonces -26 años largos-, mantenía hasta hace poco un importante apoyo de los que lo veían aún como el hombre firme que el país necesitaba. Ya no más. Esa confianza masiva ha ido diluyendo, dando paso a un desencanto tornado en rabia y en desafío popular. La corrupción y la pobreza han hecho mella y la gota que ha colmado el vaso ha sido la denuncia de fraude en las elecciones del pasado 9 de agosto.

¿Pero cómo hemos llegado a esta situación? Esta es la cronología de una crisis que supera las fronteras de Bielorrusia y tiene en vilo, también, a la Unión Europea, a Rusia, a EEUU o a China.

1991-1994: Tras la firma del Tratado de Belavezha, el 8 de diciembre de 1991, y la posterior disolución de la URSS, Bielorrusia obtuvo su independencia. Tres años más tarde, con la administración recién conformada, asciende a la Presidencia Lukashenko (65 años). No ha habido otro mandatario en estos años, ha sido reelegido cuatro veces. El presidente ha implementado políticas similares a las de la era soviética, como la propiedad estatal de la economía, a pesar de las objeciones de los gobiernos occidentales. Ha sido querido por los ciudadanos (9,5 millones de habitantes), que le aplauden la modernización del país, la reducción de las desigualdades o las mejoras sanitarias y educativas, pero también muy denunciado por su autoritarismo: las dudas de la limpieza de los comicios y la represión contra los opositores viene de largo. Bielorrusia es también el único país europeo que sigue aplicando la pena de muerte.

2010-2016: La crisis económica zarandea al país y el descontento comienza a crecer. Los disidentes se organizan mejor, comienzan a tener más visibilidad, pese a las limitaciones que impone un gobierno que ya se puede denominar régimen. Esos años acaban con unas elecciones en las que los opositores comienzan a hacer ruido ya en el Parlamento, con una presencia desconocida.

  Alexander Lukashenko, armado, el pasado 23 de agosto, en el Palacio Presidencial de Minsk. ASSOCIATED PRESS

Noviembre de 2019: Las elecciones legislativas sirven para fortalecer aún más el control del presidente sobre el parlamento. Ningún partido o candidato de la oposición obtuvo un escaño siquiera, ya que los principales opositores y los dos diputados de la oposición elegidos en 2016 no pudieron presentarse a la reelección. Ya entonces, con el apoyo de entidades internacionales independientes, se denunciaron fraudes masivos en el voto y se pidió la marcha de Lukashenko. Lejos de dar un paso al costado, el mandatario anunció su intención de presentarse a la reelección en 2020 por un sexto mandato.

Mayo de 2020: El Parlamento decide fijar las elecciones presidenciales para el 9 de agosto, en mitad de la crisis de coronavirus. En un contexto de crisis mundial, la pandemia duele más aún en Bielorrusia, no sólo por el impacto en víctimas (70.645 contagios, 68.925 curados y 646 fallecidos a fecha 24 de agosto), sino también por la mala gestión del Ejecutivo. Básicamente, una no gestión. Dejar pasar el problema. Lukashenko -que ha enfermado por el virus pero ha estado asintomático- no ha impuesto controles ni cuarentenas, no ha reforzado el sistema sanitario, ha organizado incluso más eventos y reuniones masivas ( a lo Jair Bolsonaro) y ha hecho declaraciones alucinantes, como su sugerencia de ir a la sauna, beber vodka, jugar al hockey y “trabajar duro” para prevenir el contagio. Unas palabras que, para algunos analistas, han sido su tumba.

Junio-julio de 2020: Empiezan las protestas. La gestión de la emergencia sanitaria agota a los ciudadanos, ya tocados por la falta de oportunidades, con un quinto de los ingresos medios de cualquier europeo. A ello se suma el enfado por los movimientos para apartar del camino a líderes opositores que podrían hacer sombra al presidente en los comicios. Uno de los oponentes, Viktor Babaryko, fue arrestado en junio. El otro, Valery Tsepkalo, huyó a Rusia por temor a perder su libertad. La comisión electoral nacional rechazaba las candidaturas de disidentes, una tras otra. Mano de hierro para imponer silencio. Al final, sólo seis aspirantes lograron inscribirse oficialmente. Nueve se quedaron por el camino.

Entre las candidatas que seguían vivas, tres mujeres que han mantenido el pulso al presidente: Svetlana Tijanovskaya, que decidió presentarse en las urnas después que arrestaran a su esposo, Serguéi Tijanovski, un reconocido youtuber que ya no pudo concurrir a los comicios; Verónika Tsepkalo, extrabajadora de Microsoft, mujer de Valery, que dio el paso adelante también para ocupar el espacio de su marido exiliado, y Maria Kolésnikova, segunda de una formación de Babaryko, su jefa de campaña, convertida en líder por el encierro de su compañero. Tijanovskaya, una exprofesora de idiomas de 38 años, ha sido la que ha encabezado a los opositores. La llaman Juana de Arco.

  Svetlana Tikhanovskaya, en el centro, con Verónika Tsepkalo a su derecha y Maria Kolésnikova a su izquierda, en un mitin en la capital, Minsk.NurPhoto via Getty Images

9 de agosto de 2020: Elecciones presidenciales en Bielorrusia. Lukashenko vence con un 80% de los votos. Arrasando, supuestamente. La candidata de la oposición unificada, Tijanóvskaya, apenas lograba un 6,8 % de los sufragios, un resultado muy lejos de lo pronosticado por los analistas. Pese a que Tijanóvskaya había congregado a decenas de miles de personas en sus mítines, Lukashenko aseguró que una mujer no puede ser presidenta bielorrusa y negó que la opositora fuera su “principal rival”. Y trató de impedirlo por las bravas: además de impedirle celebrar mítines en Minsk, la capital, durante la última semana, diez de los colaboradores de la opositora fueron detenidos.

Ante los llamamientos en las redes sociales a salir a las calles al cierre de los colegios, Lukashenko ya avisó de que no permitiría un “Maidán”, en referencia a la revolución en Ucrania. Tijanóvskaya instó a todos los bielorrusos, “civiles y con uniforme”, a que se abstengan de recurrir a la violencia. Las manifestaciones comienzan esa misma noche y la disidente, ante la posibilidad de represalias, vuela a Lituania.

10 al 17 de agosto: Las protestas se suceden, hasta acabar, el domingo 17, en la mayor movilización social conocida nunca en el joven país. Más de 250.000 partidarios de la oposición bielorrusa salen en la bautizada como “Marcha por la Libertad”, y eso según los datos más conservadores. Insólito. Como las huelgas en factorías y oficinas. Su reclamación es común: que cese la persecución de los críticos y que Tikhanovskaya sea reconocida como la ganadora de las elecciones presidenciales.

Durante tres noches, a partir de la noche de las elecciones, la policía reprimió agresivamente manifestaciones mayoritariamente pacíficas con gases lacrimógenos, granadas paralizantes, balas de goma y toletes. El acceso a internet y el servicio de telefonía móvil se clausuraron en gran medida, buena parte del centro de Minsk fue acordonado. Centenares manifestantes resultaron heridos, junto con decenas de policías, y al menos un manifestante murió cuando un artefacto explosivo detonó en su mano, según las autoridades. Más de 7.000 personas, además, fueron detenidas en esos días y las denuncias de abusos policiales se multiplicaron en lo que Amnistía Internacional ha calificado de “tortura generalizada”. Se suceden, además, las agresiones y los arrestos de periodistas.

También se produjeron algunas manifestaciones de partidarios del presidente, a las que él mismo asistió. En una de ellas dijo: “Hemos construido un bello país, con sus dificultades y desperfectos. ¿A quién queréis entregarlo? Si alguien quiere entregar el país, ni muerto lo permitiré”.

19 de agosto: Los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea han señalado anuncian que procederán a sancionar a un “número importante” de responsables de la represión violenta de las protestas en Bielorrusia y que la UE está dispuesta a acompañar una transición democrática en el país, empezando por el inicio de un diálogo interno. No se reconocen los resultados del 9 de agosto y se piden nuevas elecciones pero, esta vez, con observadores internacionales independientes. Bruselas pide además un diálogo mediado por el presidente ruso, Vladimir Putin, y el Kremlin. Y Estados Unidos respalda las manifestaciones, sin abundar en más.

23 de agosto: Lukashenko se luce con parafernalia militar, como un dictador dispuesto a apoyarse en las armas para resistir. En unas imágenes que le muestran llegando a su residencia, baja de un helicóptero con indumentaria negra, chaleco antibalas, gorra y un fusil Kalashnikov sin cargador en la mano. Tras bajar del aparato pregunta a los guardias si había alguien más allí, en referencia a los manifestantes. Acompaña al presidente su hijo de 15 años, Nikolai. La imagen indigna a los ciudadanos. Una portavoz del Gobierno dice que se había producido un “intento de asalto” al palacio. Ese mismo día, las manifestaciones fueron masivas en la capital.

24 de agosto: Se intensifica la presión contra los opositores. Se detiene a dos miembros del Consejo coordinador disidente, creado por la oposición bielorrusa para el traspaso pacífico del poder, y contra el que la Fiscalía abrió la pasada semana una causa penal por intentar tomar el poder en el país. La Premio Nobel de Literatura Svetlana Alexievich también es citada a declarar y confiesa a la prensa que teme ser arrestada en cualquier comento.

El presidente por ahora se hace el duro y no quiere negociar con nadie. Ha rechazado todo tipo de diálogo y acusa a EEUU y a la Unión Europea de dirigir las protestas. “Ellos nos montaron este lío. Y Rusia tiene miedo a perdernos. Occidente decidió de alguna forma tirar de nosotros, como vemos ahora, contra Rusia”, ha dicho. La relación Putin–Lukashenko no ha sido la mejor en los últimos años, ya que el líder bielorruso se negó a aceptar varios proyectos con Moscú y empezó a tener acercamientos con la Unión Europea y Estados Unidos. Por eso aún es una incógnita el papel de Putin, porque las protestas, a diferencia de Ucrania, no son contra Moscú y su control o tutela, sino que son personales, contra un presidente que ya cansa demasiado.

25 de agosto: El Gobierno pone en alerta máxima a parte de las fuerzas militares y convoca a reservistas. Casualmente, eso supone activar la tercera etapa de una serie de controles y evaluación de las Fuerzas Armadas, para comprobar sus capacidades y su preparación de las fuerzas bielorrusas para las misiones en condiciones dinámicas, en palabras del Ministerio de Defensa. Su titular anunció hace días maniobras militares tácticas en la región de Grodno (oeste) en el contexto de una “injerencia en los asuntos internos” del país.

Las protestas y el descontento nacional siguen creciendo, mientras piden la salida de un dirigente que se eterniza en el poder. Por ahora habrá que esperar, con el paso de los días, para ver cómo evoluciona esta crisis.