La violencia machista siempre está 'en línea'

La violencia machista siempre está 'en línea'

Móviles y redes sociales alientan nuevas formas de violencia, sobre todo entre los jóvenes: “Las broncas por whatsapp acabaron en palizas”.

Una joven lee su teléfono móvilGetty Images/iStockphoto

El calvario empezó con una imagen y terminó con una paliza. Un día, Alicia subió a Facebook una foto cogida del hombro de un compañero de clase. Horas después la borró ante el enfado de su novio, quien creía que estaba “provocando”.

Otro día, mantuvieron una discusión al no mandarle una foto demostrando que estaba con sus amigas.

Las agresiones empezaron la semana en la que un chico al que no conocía empezó a seguirla en Instagram. Al final de la relación —cinco largos años, desde los 17 hasta los 22— Alicia sabía que no responder a un mensaje de su pareja acababa inexorablemente en una discusión. “Las broncas por Whatsapp acabaron siendo palizas en la realidad”, evoca.

Esta relación marcó la vida de Alicia. Con todo, pudo salir de ese infierno y ahora se dedica a ayudar a mujeres que sobreviven a la violencia de género y a formarse para trabajar con jóvenes en esta situación. Aún se pone nerviosa cuando recuerda su historia, y la aparente seguridad que emana esconde el  miedo que aún le atenaza. “Después de dejarlo un chico de una app de citas me dijo que le sonaba haber visto una foto mía sin ropa. Desde entonces vivo con miedo porque él tenía muchas fotos mías desnuda y no sé si las colgó por ahí”, teme.

Él tenía muchas fotos mías desnuda y no sé si las colgó por ahí

Siempre surge la misma pregunta: cómo es posible dejarse llevar hasta el punto de ser otra víctima de violencia de género con la mayoría de edad recién cumplida. “Como cualquier otra”, zanja Alicia. “Por muy feminista y leída que seas, la violencia está ahí”, defiende. Sus referentes han sido “relaciones basadas en el amor romántico” y creció, como muchas otras mujeres, con las historias del príncipe azul de Disney: “Acabé pensando que si mi novio me decía esta cosa o aquella era por mi bien y tenía razón”.

Es como una tela de araña: “Empezó con cosas muy sutiles, como dándome su opinión de lo que podía publicar y de lo que no... Y yo dejé de ser yo para no ser nadie”, lamenta. Así es como consiguió todas las contraseñas de sus redes y tomó el control absoluto. “Porque sí, stalkear [vigilar por redes] a tu propia pareja es una violencia clara y es la que más está afectando a las nuevas generaciones”, asevera para lamentar que “hemos normalizado muchísimo que los novios tengan el control y elijan qué puedes subir y qué no”.

El Whatsapp puede convertirse, “sin duda” para Alicia,  en “una nueva forma de violencia hacia las mujeres”. “Se trata de una forma más de control y te crea una gran dependencia emocional. El móvil se ha convertido en un arma muy chunga y violenta para las mujeres maltratadas”, sentencia.

El control y la cibermisoginia

El caso de Alicia no es puntual. Internet se ha convertido en terreno propicia para que el el machismo, la misoginia y el control campen a sus anchas bajo el amparo del anonimato. Ocurre dentro y fuera de las parejas: episodios de acoso, hostigamiento, amenazas, chantajes, atentados contra la intimidad... Muchos de ellos perpetrados por desconocidos.

Según la fiscal experta en violencia de género y exmagistrada del Tribunal Constitucional Susana Gisbert, “en el 80% o 90% de los delitos machistas tienen que ver las nuevas tecnologías, ya sea como causa o como prueba de los delitos”. Sobre todo entre los jóvenes, ya que está más interiorizado que “dar las claves del teléfono es un símbolo de confianza”. Gisbert corrobora que casos como el de Alicia no son esporádicos similares a la historia de Alicia: “Acaba siendo violencia física cuando ella habla con alguien, no le manda fotos de donde está...”.

El móvil se ha convertido en un arma muy chunga y violenta para las mujeres maltratadas

De hecho, ha habido una migración de las amenazas e injurias a las redes sociales. “El ‘te voy a matar’ que antes te dejaban en el buzón, ahora te lo dicen por Whatsapp”, explica. La fiscal teme que, además, con el confinamiento se hayan agravado estos hechos.

La experta resalta que redes como Whatsapp e Instagram se usan más para el control de la pareja. Twitter, en cambio, es un escaparate para la cibermisoginia. Este comportamiento en redes se podría resumir en afirmaciones como ‘todas las mujeres son unas putas’ o ‘las mujeres deberían estar limpiando’, además de la representación de las mismas como objetos sexuales a través de algunos contenidos como los memes o vídeos, con sexismo disfrazado de humor.  

De hecho, el acoso online fuera de la pareja está también muy extendido. Un estudio sobre menores y violencia de este año elaborado por el Ministerio de Igualdad entre más de 10.000 menores de 14 a 18 años, docentes y equipos directivos concluye que el 47,1% de las chicas ha recibido imágenes sexuales por internet, al 40% se las han pedido y el 22,7% ha sufrido ciberacoso.

Los jóvenes son los más perjudicados, pero no los únicos

Al ser los jóvenes los usuarios por excelencia de las redes y las apps de mensajería, son los más expuestos a sufrir violencia. Pero no los únicos. La periodista y escritora Cristina Fallarás lleva años viviéndola hasta el punto de que temer el momento de salir de casa con su hija: “El problema es que, con el tiempo, esa violencia aterriza en la calle. A mí me han empujado, me han insultado, me han escupido... Y todo eso es resultado del ciberacoso”.

Fallarás asegura que esta violencia no afecta igual a hombres y mujeres, “sin embargo sí que la ejercen igual desde hace poco, no sé si por aburrimiento o tiempo libre”. Además, cree que se ha intensificado “la agresión grupal”: “Lo llamo el ‘efecto pólvora’, que uno enciende la mecha y otros cientos responden. Primero uno, luego 100, luego 500, después 1.000... Es una barbaridad”. La periodista opina que, en su caso y el de otras mujeres que salen en televisión, es “más fácil” para los agresores. “Castigan a las mujeres que opinan porque creen que el espacio público es esencialmente masculino y a las que nos atrevemos a ocuparlo, como Irene Montero, Adriana Lastra, Elisa Beni o yo... Pues nos acosan”.

Fuera del Pacto de Estado

La violencia de género digital es una de las cuestiones que quedó fuera del Pacto de Estado de 2017, pese a contener más de 400 medidas entre los dictámenes del Congreso y el Senado. “Por ello es una de las líneas que queremos incluir en la Estrategia Nacional para la Erradicación de las Violencias Machistas que pretende complementar el pacto con un diseño participado entre las instituciones, expertas y entidades feministas y de derechos humanos, así como una línea de trabajo con hombres y niños, tampoco incluida en el pacto”, explican a El HuffPost fuentes del Ministerio de Igualdad. 

A pesar del avance del feminismo los últimos años y las diferentes campañas de concienciación, los datos reflejan que el problema está lejos de desaparecer. Según el Ministerio de Igualdad, el 72% de los encuestados de 14 a 18 años ha aceptado alguna vez como amigo o amiga en la red a un desconocido, el 34,7% ha quedado con alguien que ha conocido a través de internet, el 29,5% ha admitido colgar una foto suya que sus padres no autorizarían y el 11,4% ha usado la webcam para comunicarse con desconocidos. Aunque no se trata solo de prevenirlos de estas actitudes, sino de formar a los chicos para que no cometan agresiones. “Me aterroriza que no se hayan organizado los hombres para que esto deje de pasar”, lamenta la periodista Cristina Fallarás.

Alicia se considera hoy una superviviente y cree que, entre las medidas institucionales que se han de tomar, es esencial incidir en la prevención. Porque funciona: “Las jóvenes de ahora aguantan una media de dos a tres años en las relaciones de maltrato, mucho menos que las mujeres de 50 o 60 años. Y esto es por los mensajes de prevención con los que nos topamos, porque los padres están más informados o porque una amiga te dice una y otra vez ‘date cuenta’”.

Ella se dio cuenta de que “cada día consistía en sobrevivir” y tuvo el valor de salir de aquel infierno. Eso sí, “salir” no significa “superar”. La joven ni siquiera se atreve a decir que sea posible hacerlo. Por ahora se conforma con aprender a vivir con ello.