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Cultura transatlántica

¿Evita la cultura por sí sola que nos salga un Hitler? Claramente no, pero ayuda.

Thi Soares via Getty Images

Mucho se repite aquella máxima de Unamuno -apócrifa como tantos grandes asertos, uno parecido sí parece real en el caso de Baroja- que reza eso de que “el nacionalismo se cura viajando y el fascismo leyendo”. Y mucho se acude, para negarlo, con la referencia a esos jerarcas nazis a quienes suponemos ahítos de cultura, sin que ello supusiera merma en su ideario demencialmente nacionalista y racista, y en su práctica criminal. No hace falta irnos a Godwin para subvertir la máxima, basta solo con la observación de nuestro entorno más inmediato. ¿Cuántos dirigentes de la extrema derecha española han recibido las mejores educaciones que solo papá puede proporcionar con su poderosa tarjeta de crédito, y sin embargo parecen obviar las lecciones más elementales sobre ciencia, humanismo o derecho? ¿Y acaso pensamos que la militancia terraplanista, o la negacionista del cambio climático, está engrosada solo por toneladas de ignorantes?

Pero no creo que este empirismo destruya la esencia de lo que Don Miguel quería seguramente decir. Mi tesis es que, como casi todo en esta vida, la de Unamuno no es una verdad absoluta, pero contiene mucha razón. Y es que es evidente que una formación cultural puede dar las herramientas para comprender mejor el mundo en el que vivimos, y por lo tanto para alejarnos de simplificaciones estigmatizantes; al tiempo que la cultura y el conocimiento del otro, forzosamente, tiene que facilitar la empatía. ¿Evita la cultura por sí sola que nos salga un Hitler (vamos ahora sí a Godwin)? Claramente no, pero ayuda. 

Sin cambiar de tema -aunque al principio lo pueda parecer- estos días estoy participando en la Asamblea de EUROLAT, que se está celebrando en la ciudad de Panamá. Se trata de un encuentro conjunto entre miembros del llamado “Parlatino” (compuesto por representantes de diferentes parlamentos de Latinoamérica y el Caribe) y una delegación del Parlamento Europeo. EUROLAT es un organismo permanente de debate y colaboración entra ambos lados del Atlántico, que se reúne periódicamente. Pero dada la actualidad tan convulsa que están viviendo muchos países de Latinoamérica, quizás este encuentro tenga algo de especial, y sería conveniente que los europeos y europeas que asistimos, no pasáramos la oportunidad para echar una mano en el refuerzo de la institucionalidad democrática en el continente americano. Latinoamérica es un socio preferente y natural de Europa en el contexto global, pero desde la óptica española, además a ello se suman aspectos sentimentales y culturales que hacen que el asunto aún nos concierna más.

¿Evita la cultura por sí sola que nos salga un Hitler (vamos ahora sí a Godwin)? Claramente no, pero ayuda.

La agenda está muy condensada en apenas tres días: medio ambiente y desarrollo sostenible, política energética, tecnología, derechos humanos, seguridad y delincuencia organizada... Pero en esta ocasión se debate, además, un informe sobre el que me gustaría detenerme un instante.

Se presentará una propuesta de resolución derivada de ese informe, trabajada conjuntamente por una diputada europea y una americana, acerca de la cultura como elemento dinamizador de las relaciones entre la Unión Europea y los países de Latinoamérica y el Caribe. En esa resolución se contienen una serie de recomendaciones para su implementación en los países miembros de EUROLAT, que parten de considerar a la cultura como una de las grandes políticas públicas y que realizan, para asentar ese principio, muchas reflexiones interesantes.

La propuesta de resolución comienza señalando que “existe un estrecho vínculo entre la vigencia de los derechos económicos, sociales y culturales, y los derechos civiles y políticos”. Afirma la necesidad del respeto a la diversidad cultural, la de garantizar y democratizar el acceso a la cultura, resalta que “la cooperación cultural y el diálogo intercultural son herramientas para hacer frente a los estereotipos y prejuicios”. Recomienda la propuesta, asimismo, incrementar sustancialmente el apoyo económico y estructural a la cultura, y mandata a los poderes públicos para que la cultura sea un elemento transversal y permanente en las políticas públicas. Se hace un llamamiento a “no subordinar a la lógica de la rentabilidad económica o mercantil” el desarrollo de los sectores culturales y creativos, reforzando la libertad de creación y la promoción de la diversidad.

La resolución consigna pues la doble naturaleza de los bienes y servicios culturales: como generadores de valores, sentido e identidad, por una parte, y como generadores de riqueza y empleo por otra.

¿Acaso pensamos que la militancia terraplanista, o la negacionista del cambio climático, está engrosada solo por toneladas de ignorantes?

En este último sentido, el texto hace una muy atinada recomendación de armonizar la legislación en materia de propiedad intelectual, hace un llamamiento a la regulación de vacíos legales (en esto la realidad es muy desigual), y apuesta por el refuerzo y protección de las industrias creativas y culturales. Hace un llamamiento el escrito, también, a afrontar la digitalización en el terreno cultural, a fomentar la innovación y creatividad, a incluir la perspectiva de los derechos humanos y lucha contra el cambio climático en su desarrollo como política pública, y al “empoderamiento de la mujer en todos los niveles de este sector”.

Quiero hacer referencia, por último, en esta relación que no es ni pretende ser exhaustiva, al espacio que dedica el informe a la diplomacia cultural. Se anima a ambas partes separadas por el Atlántico, a establecer programas ambiciosos de cooperación cultural, y a reforzar el papel de la UNESCO en este objetivo, reforzando de paso así las instituciones multilaterales, tan denostadas últimamente por los movimientos nacionalistas y populistas de todo el mundo-.

Me alegro mucho de esta iniciativa, especialmente en este momento tan especial y vertiginoso de la actualidad social y política. Porque lejos de mí, como he dicho, enunciar la frase de Unamuno como ley universal; pero estoy seguro de que en la lucha entre civilización o barbarie que estamos comenzando a dirimir a escala planetaria, la cultura y las políticas culturales no bastarán por sí solas para decidir su resultado, pero sin ellas afrontaríamos una derrota segura.

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