De 'limes', cicatrices fronterizas y espacio Schengen

De 'limes', cicatrices fronterizas y espacio Schengen

De un plumazo el coronavirus nos impidió viajar con libertad y nos devolvió a la Europa prerromana. Para que luego digan que los virus no entienden de fronteras.

Reconstrucción de una sección de 'limes' y una atalaya romana en Alemania. Rainer Lesniewski via Getty Images

En el año 753 a. de C., siguiendo el rito etrusco, Rómulo trazó con su arado un surco circular para delimitar el emplazamiento sobre el cual debería ubicarse la ciudad, era el llamado pomerium. Además, anunció a los cuatro vientos que mataría a todo aquel que osara sobrepasarlo. El primero en hacerlo fue su hermano Remo, un ultraje que justificó su asesinato.

Sobre el pomerium se edificaría la muralla perimetra y, con el paso del tiempo, aparecía el término limes, con el que se designaba el sendero o linde que separaba dos terrenos contiguos.

Pasaron los siglos y la limes adquirió un significado militar, al designar la línea defensiva natural (ríos, mares, montañas, desiertos…) o las fortificaciones creadas por el hombre para proteger un territorio romano. 

Finalmente, en la época imperial adoptó una nueva dimensión, limes era la frontera que les separaba de los pueblos bárbaros. En cualquier caso, hay que entender la frontera romana como una especie de bisagra, un punto de contacto para el intercambio comercial.

Durante el Imperio Romano existía una absoluta libertad de movimiento dentro de los confines –communitas– pacificados e interconectados, de forma que un habitante de Hispania pudiese viajar sin mayores problemas, por ejemplo, hasta Dalmacia.

El espacio Schengen es un territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados que alberga más de cuatrocientos millones de habitantes.

Durante esos desplazamientos los ciudadanos no estaban obligados a llevar consigo ningún documento que acreditase su identificación, no era necesario estar en posesión de un pasaporte o carnet identificativo. Una persona se consideraba romana a través de: su identidad –la tria nomina (praenomen, nomen y cognomen)–, su lengua, su vestimenta y sus costumbres. El pasaporte fue una creación de los modernos estados-nación.

Con la caída del Imperio Romano se perdieron las limes, las fronteras se volvieron efímeras, móviles y frágiles. Fueron zonas de “encuentro” con los “otros”, ya que hasta el siglo XIII no apareció la figura de las naciones. Hay que tener presente que la sociedad medieval se caracterizó por la existencia de lazos de vasallaje.

Entre el Renacimiento y la Revolución Francesa aparece paulatinamente la figura del Estado centralizado y sus primeras administraciones, se crean fronteras, pero ojo, éstas no definen idiomas, culturas o religiones, únicamente los intereses personales de los monarcas de turno.

Con la Revolución Francesa se despierta la identidad nacional y, con ella, el concepto de frontera, un espacio que hay que salvaguardar frente a las agresiones vecinas. La nueva limes de cada país se convierte así en un espacio de violencia e intolerancia, y sirve en muchas ocasiones para exacerbar la raza y el patriotismo nacional.

A finales del siglo XIX el británico Francis Galton diseña el reconocimiento de las huellas digitales, un sistema que nos ayudaría a proteger el territorio soberano de los posibles ataques de “bárbaros decimonónicos”.

De un plumazo el coronavirus nos impidió viajar con libertad y nos devolvió a la Europa prerromana. Para que luego digan que los virus no entienden de fronteras.

En 1985 se recuperó la filosofía romana al firmarse unos acuerdos en un pueblo luxemburgués, de no más de cinco mil habitantes y encajonado entre Francia y Alemania, Schengen.

En ellos se establecía el espacio Schengen, un territorio de cuatro millones de kilómetros cuadrados que agrupaba a veintiséis países y que albergaba más de cuatrocientos millones de habitantes. Veintidós países son miembros de la Unión Europea –no forman parte Irlanda, Rumanía, Bulgaria, Croacia y Chipre- y cuatro se encuentran fuera de ella –Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein-.

En este espacio se garantiza la libre circulación de personas. Sin embargo, desde su instauración se ha cerrado momentáneamente en más de un centenar de ocasiones por motivos tan dispares como amenazas yihadistas, cumbres climáticas, eventos deportivos, cumbres del G-8, crisis migratorias y… la COVID-19. De un plumazo el coronavirus nos impidió viajar con libertad y nos devolvió a la Europa prerromana. Para que luego digan que los virus no entienden de fronteras.