De los Goya y sus mitos

De los Goya y sus mitos

Nadie puede ya achacar a nuestro cine de carente de talento, de profesionalismo, de temáticas o de tratamientos. Quien no vea estas características en nuestra industria, quizá sea porque no haya visto sus películas. Porque sí, me gustan los Goya, pero porque me gusta, ante todo, el cine español.

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Me gustan los Goya, sin condiciones ni ambages. Tienen algo de familiar y mío, como un aniversario. Me gustan porque, después de años dedicándome a la crítica cinematográfica, he acabado valorando más y más el cine español, denostado tantas veces por nuestros propios compatriotas. Es difícil salir adelante y reinventarse cada día, algo que nuestro cine ha hecho desde su implantación, allá por 1896.

Con todo, las leyendas urbanas existen, y los estereotipos también, los cuales se reproducen generación tras generación sin saber muy bien por qué ni mediante qué mecanismos. Se recrimina a nuestro cine, por ejemplo, el abordar temáticas manidas; llevado al extremo, se le ha achacado incluso de carecer de interés. Rectifíquenme si me equivoco, pero poco o nada tienen que ver la historias de un hombre capaz de subvertir todos los límites de la legalidad y de la ética para conseguir ganancias ventajosas (El hombre de las mil caras), con la adaptación de Destino, Pronto y Silencio de Alice Munro (Julieta). Tampoco acabo de encontrar sinergias entre un niño cuya madre está afrontando una enfermedad terminal (Un monstruo viene a verme), con las pesquisas de dos inspectores de policía en pleno verano madrileño (Que Dios nos perdone). Y por supuesto, no considero de poco interés la planificada venganza de un hombre herido (Tarde para la ira). Indudablemente, todas ellas conforman un crisol multiforme, y eso limitándonos a mencionar a mano alzada las cinco cintas nominadas a Mejor Película.

Salvo que son varones, no encuentro siquiera parecidos razonables entre Pedro Almodóvar, Juan Antonio Bayona, Alberto Rodríguez y Rodrigo Sorogoyen, cineastas nominados a Mejor Director, y en los que destacan no solo sus trayectorias diametralmente dispares, sino además su estilo de dirección alejado del mismo contorno, más estilizado en unos casos, más pragmático en otros, incluyendo espacio para el minimalismo e incluso el expresionismo.

El cine español no tiene límites, quizá lo limitado sea el juicio que hacemos de él. Así se explica que algunas de nuestras películas hayan tenido mejor acogida en el extranjero que en nuestro país.

Se nos recrimina también, habrán oído decir, nuestra pretendida mímesis, el recurso a registros estereotipados y personajes idénticos los unos de los otros. Como me resulta incomprensible, me remitiré a las cuatro intérpretes soberbias que este año optan a la categoría de Mejor Actriz. Las cuatro damas a las que me refiero, ya han obtenido sus respectivos Goya en el pasado. Y hele aquí que este año las cuatro candidatas en liza son, ni más ni menos, que Penélope Cruz, Carmen Machi, Emma Suárez y Bárbara Lennie. Consideraría justo que ofrecieran el galardón ex aequo para las cuatro, indisputablemente ha debido ser ardua la elección de la ganadora, máxime teniendo en cuenta que las actuaciones en La reina de España, La puerta abierta, Julieta y María (y los demás), resultan no solo incomparables, sino espléndidas. Díganme quién si no Machi tiene tanto talento como subir a los escenarios para personificar a Antígona y bajar a los infiernos para encarnar a Rosa, una prostituta desencantada de la vida; quién si no Cruz puede ganar un Oscar, conquistar Hollywood, dar varias vueltas al globo y regresar a su tierra y a su personaje de Macarena Granada; quién si no Lennie puede interpretar a una turbadora joven con problemas mentales para, de inmediato, sorprender a crítica y público con un personaje lúdico y entrañable. Y cómo no, quién si no Emma Suárez podía labrar una carrera de décadas, para alcanzar 2017 con dos candidaturas a los Goya, como Mejor protagonista en Julieta y Mejor actriz de reparto en La próxima piel.

No se equivoquen, el cine español no tiene límites, quizá lo limitado sea el juicio que hacemos de él. Así se explica que algunas de nuestras películas hayan tenido mejor acogida en el extranjero que en nuestro país, dato revelador y, si me permiten, amargo.

Y eso que el talento rebosa. Piensen si no en Eduard Fernández, en Antonio de la Torre, en Roberto Álamo o en Luis Callejo. Todos ellos sublimes. Súmenle ahora a Candela Peña, Karra Elejalde, Terele Pávez, Javier Gutiérrez, Javier Pereira o Manolo Solo. Añadan a guionistas, montadores, diseñadores, productores, y un largo etcétera. Y no soslayen a todos cuantos han quedado fuera de las nominaciones, en pureza una injusticia, empezando por Icíar Bollaín, Sergi López, Elvira Mínguez, Albert Serra, Nely Reguera, Asier Etxeandia o la argentina Marina Seresesky. Todos ellos también deberían estar el sábado en la entrega de los Goya.

Ya nadie puede achacar a nuestro cine de carente de talento, de profesionalismo, de temáticas o de tratamientos. Quien no vea estas características en nuestra industria, quizá sea porque no haya visto sus películas. Porque sí, me gustan los Goya, pero porque me gusta, ante todo, el cine español.