De movilidad y sostenibilidad
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Tenemos la percepción de que los vehículos contribuyen en gran medida a contaminar el medio ambiente y de que son una parte importante de nuestra huella de carbono personal (no la única, ya que las calefacciones en muchos casos siguen siendo también grandes contribuidores a esa huella). Este  concepto, “huella de carbono personal”, es bastante novedoso, y debemos ir tomando conciencia de ello todos y cada uno de nosotros.

Si nos centramos en la movilidad, ¿en qué medida es esta afirmación cierta? Depende de nuestro uso del vehículo, tanto en tiempo como en distancias recorridas. En cualquier caso, más allá de tomar conciencia de cuál es nuestro impacto, ¿qué opciones tenemos hoy en día, en especial en las grandes ciudades, si decidimos reducir nuestra huella de carbono personal?

Nos encontramos con una oferta de modelos de uso distintos al tradicional de vehículo en propiedad, transporte público o taxi. Estos nuevos modelos conviven ahora con los anteriores: vehículos en alquiler con conductor (Uber, Cabify, etc…) y vehículos compartidos sin conductor principalmente, tanto en versión eléctrica como híbrida. Por vehículos nos referimos aquí a automóviles, furgonetas, motocicletas, bicicletas y monopatines de varios tipos, tamaños y colores.

Casi con toda seguridad, si vivimos en una  gran ciudad, y no muy apartado del centro de la misma, podemos acceder a uno, varios o incluso todos estos modos de transporte nuevos. Utilizan la nube, el geo-posicionamiento, el IoT (internet de las cosas), OCR (reconocimiento de caracteres óptico), y otras tecnologías de reciente explotación masiva, para ofrecernos otra forma de acceder a estos servicios y de movernos cómodamente, por lo general de forma más sostenible.

Como casi todas las decisiones en la vida, aún siendo cuestiones que consideran múltiples variables en su conjunto, al final la decisión se reduce a valorar dos de ellas,. Los elementos esenciales finales a mi parecer serían: el coste económico por un lado, la conveniencia de uso por otro, incluyendo, la disponibilidad en el momento de necesidad 

Por esta última razón, y quizás influenciado por años de posesión de vehículo propio, en mi caso los esfuerzos se concentran en explorar opciones de vehículo en propiedad :  sostenible eso sí, preferiblemente eléctrico, pero en propiedad, con disponibilidad del vehículo 24/365 (horas al día/días al año). 

Pero hoy en día el diferencial de precio entre un vehículo eléctrico o híbrido y uno normal sigue haciendo difícil el salto.  En efecto, si hablamos de automóviles eléectriícos, suelen tener un precio medio de 30.000€, lo que supone un aumento de entre el 20% y el 30% con respecto a modelos similares de combustión.

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Con ello, una opción a barajar era la de transformar mi vehículo actual: bien en eléctrico, bien añadiéndole gas líquido al circuito. Esta última opción, por precio y volumen de talleres, parece la más razonable siempre y cuando hagas un uso intensivo del vehículo. Lamentablemente, no es la mejor opción para el gran parque de automóviles diésel que hay en España, por el distinto tipo de combustión que realiza el motor.

La opción de convertir el automóvil, en especial si es diésel, en eléctrico resulta excesivamente cara: entre 10.000€ y 20.000€, dependiendo de la autonomía en ruta que se desee. Parece un coste poco justificable en vehículos de uso diario, los llamados utilitarios, pero que quizás se pueda considerar interesante para rescatar del desuso a vehículos con carácter clásicos o simplemente vehículos especiales.

En España no existe  mucha cultura de coches clásicos, con lo que no se puede esperar que el transformar tu vehículo clásico en eléctrico se convierta en tendencia. Además, para que lo fuera, deberían reducirse o eliminarse de alguna manera los altos costes de homologación de los nuevos diseños (pues al cambiar componentes mecánicos de sitio, se alteran los pesos y su distribución dentro de los vehículos, con lo que, por seguridad, estos han de pasar una serie de caras pruebas para validar su buen funcionamiento). Si estas tasas se consiguieran reducir o eliminar (subvención del Gobierno, patrocinio de marcas en clave de mecenazgo), lo siguiente sería que las baterías fueran más asequibles en precio. De nuevo, podrían ser subvencionadas de alguna manera. Pero hoy en día son caras y ofrecen poco rendimiento en general. Seguramente estos aspectos mejorarán con los años… aunque es difícil anticipar cuando.

No debemos olvidar que el sistema actual está ideado para producir nuevos vehículos de forma más barata que reparar o reconvertir los antiguos.

Con ello, seguimos gastando recursos naturales de forma inconsciente en lugar de aprovechar todos aquellos de los que ya disponemos (metales, plásticos, etc…) y que tienen una vida útil más larga de lo que las modas y las tendencias consumistas nos quieren hacer pensar.

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Para transformar esta realidad, necesitamos diseños novedosos de vehículos que puedan evolucionar en el tiempo, reduciendo así el impacto en el consumo de recursos, y mejorando la reutilización del todo o de algunas de las partes de dichos vehículos.

Hoy por hoy, quizás la única forma de forzar este cambio es empezar a ponerle precio a la toma de recursos y a la huella de carbono personal. De hecho, si alteramos la demanda, impactaremos directamente sobre la oferta, es decir sobre las grandes empresas productoras, a todos los niveles:  desde materias primas a producto final.

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