De presa a depredador

De presa a depredador

Ignominiosamente, quienes más esparcen el terror entre los latinos son los latinos, latinos uniformados.

Josemaría Gómez.

Bastaba con agarrarte fuerte para no caer y seguir en el camino. Entonces se empieza a mover y las chispas comienzan a saltar desde abajo. Es como un sonido endemoniado el que surge de los discos de metal al empezarse a mover. Si el azufre se pudiera oír, así gritaría. Como un rechinido que se te mete hasta los huesos como recordatorio constante de los peligros que vienen. Porque no es a La Bestia a la que hay que temer, sino a nosotros mismos.

Iban trepados como podían, arriesgando sus propias vidas en cada tramo de la vía. De verdad es un tren del infierno. Cualquier descuido y mueres aplastado por las gigantescas ruedas de metal.

Esperanza les dice “¡que Dios los bendiga!”, agitando la mano al despedirse mientras el tren va desapareciendo poco a poco en el horizonte. Es como si la esperanza se perdiera durante el viaje; pero aunque ya no la vean, ahí está. Esperanza es una de las patronas que les da comida en un tramo de la vía.

Hombres, mujeres, niños, viejos, todos apilados como carbón en los vagones. El tren es parado varias veces por gente con ametralladoras, que tal vez sean narcos. Se llevan a las más jóvenes y bonitas hacia un destino incierto. A algunos niños también se los llevan para usarlos como mulas para transportar la droga, al parecer pasan desapercibidos en los checkpoints ya que, aunque estuvieran “limpios”, de todos modos se ponen nerviosos y se alteran con los pastores alemanes, así que la migra ni se alarma.

Estados Unidos posee el que quizá es el objeto más codiciado del mundo. La única moneda, que no son dólares, con la que se puede comprar aquello que es incomprable: una vida nueva. Esa moneda se llama visa.

Y como tal, algo tan valioso no tiene un precio determinado. El precio se lo da cada uno, tan alto como sea su anhelo de poseer tan codiciado objeto. Cada nivel de la sociedad que tiene menor acceso a empleo, dinero, salud y servicios, paga un precio más alto.

Ignominiosamente, quienes más esparcen el terror entre los latinos son los latinos, latinos uniformados.

Recientemente el mundo supo de niños confinados en jaulas por el Gobierno de los Estados Unidos. Sus captores, latinos igual que ellos, pero ciudadanos norteamericanos. Sus padres, esposados en cárceles estadounidenses para ser deportados mientras sus hijos aguardan un futuro incierto tirados en el piso, cobijados no por esperanza sino por aluminio. Entre más grande es el sueño, mayor es el sacrificio. Pero lo que ocurre en el norte ocurre en el sur, la caravana de sueños también cruza la valla fronteriza hacia México.

Vivimos en una era de migraciones, tanto o más que las prehistóricas en donde las fronteras cambian de definición. Ignominiosamente, quienes más esparcen el terror entre los latinos son los latinos, latinos uniformados. Lo que ocurre en la frontera ocurre en las aduanas.

Aunque la orden venga desde arriba, es abajo donde se realiza. Es Michael Jiménez, Derek Fernández, Robert Domínguez o Jimmy López, los ejecutores en el desierto de Arizona de leyes que de haberse firmado veinte o treinta años atrás, tal vez ellos no estarían ahí con su nombre escrito en una placa en el bolsillo de su camisa.

Latinos con uniforme gritándole a otros latinos sin uniforme en los checkpoints de aeropuertos: “Move! Louder! You speak english? ¡Deje sus líquidos en la bandeja!  Empty your pockets! Come one! Walk! Brazos arriba, piernas separadas. Open your bag now!”.

Mientras exista un pase a un mundo mejor, habrá latinos cruzando ríos, saltando bardas, escondiéndose en maleteros y corriendo por túneles.

Y ese es tal vez el mayor logro del Gobierno norteamericano. Han transformado a las antiguas víctimas en victimarios, a quienes fueran antes los perseguidos en los guardianes de las puertas del imperio, a las presas en depredadores.

Al final, cada quien busca su porción de sueño americano. Porque mientras exista un pase a un mundo mejor, habrá latinos cruzando ríos, saltando bardas, escondiéndose en maleteros y corriendo por túneles, mientras otros latinos (que fueron como ellos), con placa y uniforme, los perseguirán hasta que los primeros algún día dejen de ser ilegales y algunos de ellos pasen de presa a depredador, en espera de otros que habrán de llegar. Y así hasta el final de los tiempos.

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