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¿De quién es la ciudad?

Ni una crisis sanitaria y social ha conseguido hacer reflexionar al alcalde y a la ultraderecha que han continuado poniendo en la diana a Madrid Central, hasta acabar con ella.

Tráfico en Barcelona.EFE

¿A quién pertenece una ciudad que padece las consecuencias del tráfico?  ¿A quién pertenece una ciudad que no mira por la salud de los ciudadanos? Algo que es popularmente conocido, es que Madrid es la ciudad europea con mayor mortalidad por contaminación y aunque Madrid Central fuese un pulmón, sus dirigentes políticos han tumbado el único derecho a respirar un aire saludable. 

Con el atrevimiento característico de las derechas madrileñas, el popular Martínez Almeida hizo una guerra contra Madrid Central en las elecciones municipales de 2019. Hasta entonces, era el principal proyecto que tenía avalada su eficacia científica contra la contaminación que adolece esta ciudad. 

Dos años después, el Partido Popular consigue su objetivo. La sentencia del Tribunal Supremo anuló las restricciones de tráfico en la Zona de Bajas Emisiones de la almendra central, dejando a los madrileños y madrileñas sin Madrid Central.

Sin embargo, por mucho que Almeida y la derecha madrileña se sigan empeñando, la Ley de Cambio Climático y Transición Ecológica aprobada por el Gobierno de coalición obliga a todas las ciudades de más de 50.000 habitantes a establecer Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), especialmente en entornos de centros escolares o sanitarios. 

A marchas forzadas, el pasado 28 de mayo la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid aprueba una nueva ordenanza de movilidad que no supone una mejora de medidas para Madrid Central. Incluso la Comunidad de Madrid alerta de algunos retrocesos o de la ineficacia de la nueva ZBE en Plaza Elíptica si no se valora “la limitación del acceso y la circulación al menos a los vehículos B y estudiar la ampliación”

Ni una crisis sanitaria y social ha conseguido hacer reflexionar al alcalde y a la ultraderecha que han continuado poniendo en la diana a Madrid Central, hasta acabar con ella. Sin embargo, este tiempo, ha demostrado que cómo nos movemos en la ciudad o cómo son los espacios públicos donde nos encontramos, definen nuestras vidas y cómo nos relacionamos. 

París, Viena, Barcelona o Pontevedra son ejemplos de cómo el urbanismo está pensado para mejorar las vidas de las personas. Viena es un ejemplo de urbanismo feminista. Eva Kail, urbanista feminista que desde 1986 trabaja con el Ayuntamiento de Viena introduciendo el género en el planeamiento de la ciudad, señaló en más de una ocasión que “las urbes fueron pensadas por hombres para que otros condujeran por ellas a su trabajo. Las calles son visualizadas como lugares de paso y no espacios de uso y disfrute.” 

París apuesta por la ciudad de los 15 minutos, una reordenación del territorio que atraviesa el modelo laboral, de ocio o consumo. Un modelo que prioriza la accesibilidad frente a la movilidad de los que nos intentaron mostrar que el progreso era coger el coche para moverse de forma individual.  

Sin irnos tan lejos, la Supermanzana de Barcelona es un nuevo modelo urbano sostenible para avanzar hacia una ciudad más saludable, próxima y humana. O Pontevedra es un ejemplo de cómo una ciudad ha sufrido un proceso de transformación que se ha convertido en un referente internacional en políticas de urbanismo y movilidad sostenible. 

Dos modelos opuestos de ciudad: la falsa libertad o avance en derechos

Hay dos modelos opuestos para avanzar hacia las ciudades del futuro: el de la falsa “libertad” con el coche como el gran tótem que no lleva a ningún lado o la ciudad que garantiza derechos para avanzar hacia un espacio más sostenible y garante de salud. 

Por ejemplo, durante la pandemia, ciudades como París han construido 165 km de carril bici, aquí, en cambio, el sr. Almeida quiere gastarse 185.000 euros en borrar progresivamente Madrid Central. 

A Madrid le queda mucho trabajo para sustituir el atasco por el peatón. Necesitamos recuperar los espacios públicos para la gente y esto pasa por hacer una ciudad amigable, cercana y segura para todos y todas. Es lo que permite cohesionar la sociedad y cuidar el territorio donde vivimos. 

Por una ciudad que proteja la salud (física y mental)

Madrid también goza de estar en el ranking de una de las ciudades más ruidosas del mundo. El desproporcionado ruido ambiental no parece que genere discusión. El pronóstico es que uno de cada diez jóvenes actuales sufrirá una pérdida de audición discapacitante en 2050.

La impunidad con la que goza el automóvil empeora nuestra salud auditiva pero también es causa de muchos de los diagnósticos de estrés, insomnio u otras enfermedades. Es un consenso que queremos vivir en ciudades menos ruidosas, pero también lo es que nos hemos normalizado hasta un punto preocupante.

Un futuro digno y saludable pasa por hacer de nuestras ciudades un lugar más habitable, respetuoso con nosotros mismos y con el medioambiente.