Desaprender durante la pandemia

Desaprender durante la pandemia

Más de año y medio de pandemia en que se decía que aprenderíamos tantas cosas y más bien hemos desaprendido y olvidado.

Óscar recoge alcachofas en una granja en El Prat del Llobregat.JOSEP LAGO via Getty Images

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En este momento parece que si no se amplía el aeropuerto del Prat, y eso pasa por destruir la laguna de la Ricarda que este año ha sido declarada Bien Cultural de Interés Nacional, se hundirá el mundo. La Ricarda, que tiene un valor incalculable, es un lago natural por mucho que quien lo quiere asolar diga que es artificial y pretenda, por tanto, que se podría compensar su desaparición con la creación de espacios, esos sí, artificiales. Compensaciones que “podrían” llegar o no: las de la última ampliación del aeropuerto no han llegado nunca.

Para ello, todo vale. Ridiculizar a la gente que defiende la laguna como un grupo de gente medio hippy, medio pirada o antisistemas que no saben qué se hacen y van contra el progreso. Que es ahora o nunca (sin poder pensarlo). Que es la manera de salir de la crisis pandémica, cuando en realidad se inscribe en el tipo de políticas y actuaciones que la han fomentado. Que no se puede dejar perder este oportunidad brindada por Aena sin ver que olvidan cómo es este organismo.

Pruebas tenemos a espuertas. Aena es el buque insignia de un modelo de financiación y gestión de los aeropuertos centralizado, ineficaz y tóxico que no tiene parangón entre los países medianos y grandes de la Unión Europea y de la OCDE. Aena tiene tanto interés en la mejora del Prat como el que tendría Florentino Pérez si le hicieran dirigir el Barça.

Aena tiene tanto interés en la mejora del Prat como el que tendría Florentino Pérez si le hicieran dirigir el Barça

Que bajo han caído Foment y compañía: han pasado de reivindicar que se gestionara el aeropuerto de manera autónoma (2007) a asumir acríticamente las propuestas de un ente insultantemente centralista.

Hace tiempo que se quieren cargar la Ricarda y cualquier medio es válido. Es momento de recordar los magníficos resultados que a veces se consigue cuando puede pararse una funesta decisión, una mala política. El Baix Llobregat, Barcelona y Cataluña en general estuvieron amenazadas durante años por el gigantescamente siniestro proyecto Eurovegas del magnate trumpista de Las Vegas Sands Corporation, Sheldon Adelson, un mafioso personaje tan tenebroso como su proyecto.

Artur Mas, entonces presidente de la Generalitat, los consejeros Andreu Mas-Colell y Lluís Recoder y varios empresarios se arrodillaban ante Adelson. Para conseguirlo, incluso se esgrimió que la malvada Esperanza Aguirre, entonces presidenta de la Comunidad de Madrid, nos lo hurtaría si no se aceptaban las draconianas condiciones del proyecto. No se realizó y no se hundió el mundo. Al contrario se salvó el Parque Agrario del Baix Llobregat; es decir, las sabrosas y sanas alcachofas del Prat para alegría y deleite de las gallinas y gallos de pata azul.

Hay personajes que no aprenden, que la experiencia no les sirve de nada; insisten e insisten en proponer modelos obsoletos y nocivos. Cuando se estrechó por primera vez la calle Aragó, se tenía que hundir el mundo, el comercio y la ciudad; cuando se peatonalizó el Portal de l’Àngel, tres cuartos de lo mismo; pues bien, en la calle Aragó no hay atascos y el Portal de l’Àngel es la calle española donde más caro es abrir una tienda —por encima de las madrileños Preciados y Serrano—.

El caso más paradigmático se da justamente en Madrid, la ideología derechista quiso ensañarse contra la zona de bajas emisiones Madrid Central que la alcaldesa Manuela Carmena y compañía consiguieron organizar, y ocurre que el plan es tan bueno que no saben qué hacer para eliminarlo, por más ganas que le tengan.

Una esperaría que aquellos sectores empresariales, aquellos sectores del comercio, que tanto se opusieron a las dos mejoras, quizás no es necesario que pidan perdón, pero sí que se excusaran por su falta de visión, por empeñarse en detener el progreso.

Pues bien, gran parte de los personajes que apoyaban enconadamente el tremendo proyecto Eurovegas, en este momento continúan propugnando con sus hechos —con sus palabras, tal vez no— que destrozar la Ricarda es bueno y síntoma de progreso y avance.

Lo impulsan con la pandemia aún ahí; en plena crisis climática; cuando los países y las ciudades más sensatas replantean proyectos a la baja y teniendo en cuenta la salud de la población; cuando se sabe a ciencia cierta que el uso del avión debe restringirse, que hay que apostar por medios de transporte más amables y menos contaminantes... Cuando el aire de los tiempos está cambiando.

Es hora de escoger. Hay que optar a qué lado, mutatis mutandi, te pones: si al de la vía Bolsonaro de la destrucción de la selva amazónica (por mor del progreso, claro), si al de la devastación de un patrimonio como la perpetrada en Córdoba para erigir la estación del AVE (por mor del progreso, desde luego), estación que podría estar en cualquier otro lugar (se arrasó un enorme yacimiento de la época romana de incalculable valor, el palacio de Maximiano Hércules), o te pones al lado de revocar los permisos que Donald Trump concedió para extraer gas y petróleo en un santuario del Ártico, como ha decidido Joe Biden. Seguro, que las críticas a Biden pasan por reprocharle que va contra el progreso y la “grandeza”. Y la verdad, Biden, hippy, hippy, o peligroso antisistema, no parece.

Mientras se salva la Ricarda, seguiré paseando por Barcelona y evaluando los esfuerzos evidentes para disminuir el tráfico, bajar la contaminación, empequeñecer los espacios para los coches, favorecer la restauración con nuevos espacios. Contemplaré los tilos de la calle Balmes (una calle que también se estrechó y se llenó de árboles yendo, claro, “contra el progreso”) que ahora están en su punto más alto de ufana: hojas de un verde irrefrenable, llenas de temple y de vigor antes de que, muy lentamente, comiencen a marchitarse. Más jóvenes que los de la rambla Cataluña que deben a la edad unas copas aplatanadas o alindonadas, es decir, redondeadas como debe de ser—, los tilos de la calle Balmes tienen un punto de ginkgo biloba en unas ramas tan gráciles y armónicas que se apoyan suavemente como brazos en la pura ligereza del aire.