Desde la caseta 119

Desde la caseta 119

"Siempre hay alguien con quien entablar conversación y, así, surgen charlas espontáneas que discurren a través de recodos imprevisibles".

Desde la caseta 119.Europa Press via Getty Images

Desde la caseta 119 de la Feria del Libro se distingue el crisol poliédrico que compone nuestra sociedad. Observo a lectoras buscar un ejemplar mientras sus hijos reclaman su atención tirándoles del bolso; advierto cómo algunos lectores se plantean confusos la dirección que deben tomar mientras ojean los estantes que llaman su interés. Aprovechando que hoy firmo libros, una mujer me pregunta el precio del ejemplar de Con faldas y a lo loco, aunque yo no lo he escrito, al tiempo que su marido confiesa preferir el de El Apartamento, que sí es mío. Sonrío. Desconozco el precio, pero en mi fuero interno deseo que todas las discusiones lleven a Billy Wilder.

La caseta de la editorial Notorious vuelve a ser, tras el impasse pandémico, un refugio cinéfilo, lo que no es óbice para que sea, en puridad, lo opuesto a un remanso de paz. Siempre hay alguien con quien entablar conversación y, así, surgen charlas espontáneas que discurren a través de recodos imprevisibles: tan pronto se responde a cuestiones relativas a Desayuno con diamantes, como avanza el interés por una banda sonora.

La Feria del Libro es el único lugar donde se presenta perfectamente lógico hablar de Torrente 2, abordar la belleza estética de Nosferatu, analizar la facundia de David Lean, la plurivalencia de William Wyler, el preciosismo en Fellini o el cinismo en La loba. Todo ello, cómo no, condimentado con diálogos sobre Robert Wiene y el cine de John Ford (¿Realmente estaban tan contrapuestos? ¿Acaso no hay expresionismo en El doctor Arrowsmith?).

Mientras nos acercamos a Metrópolis, nos trasladamos a las adaptaciones cinematográficas de Truman Capote y nos introducimos en el cine que el bloque aliado desplegó contra el nazismo, el domingo deviene felicidad en el parque de El Retiro.

Con cada hora de firma en la caseta de Notorious invierto tres mil seiscientos segundos de atención y, a cambio, recibo sesenta minutos de vida. Es un cambio ventajoso del que siempre se obtiene una extraordinaria recompensa.

No obstante, es tal el ajetreo que implica el ir y venir de lectores, que apenas me percato de la caseta que se sitúa frente a nosotros, un lugar sagrado al que acabo recalando más tarde que temprano, Ocho & 1/2, ese enclave único y querido en el que siempre he dado rienda suelta a mi pasión por los libros de cine.

Enseguida me aproximo a comprar Moteros tranquilos, toros salvajes, un libro que llevo tiempo queriendo adquirir, pero que he reservado para mi cita anual en El Retiro. Mientras me hago con el ejemplar de Biskind y hablo con su dueña sobre mi documental, descubro que en un par de horas Pepa Blanes va a estar firmando Abre los ojos. Pelis y series para entender el mundo. Me emociono y, al tiempo, maldigo mi suerte: ojalá los compromisos no me impidieran comentarle en persona lo grata que ha sido la lectura de su libro.

Para quienes compatibilizamos la crítica de cine con la docencia universitaria, el libro de Pepa Blanes se nos antoja absolutamente necesario. Son escasos los autores que, dedicándose al ámbito profesional, se adentran en un análisis sociológico e histórico de las producciones audiovisuales. Por fin el ámbito de la crítica cinematográfica se suma al entorno académico para concluir que, efectivamente, lo personal es político.

A través de diez ensayos, Blanes nos transporta de Yo soy la Juani a Nader y Simín, atravesando Lazzaro felice y House of Cards. Y es que resulta del todo desacostumbrado, y también gozoso, que un crítico cinematográfico (o una crítica, en este caso), conozca Cómo leer al pato Donald, sepa quién es Laura Mulvey, cite al Geena Davis Institue on Gender in Media o desconfíe de Garry Marshall y la construcción almibarada de la ‘novia de América’.

Realmente, leer este texto de Pepa Blanes reconforta a quienes hemos intentado mostrar, a lo largo de los años, la intencionalidad que subyace a toda producción audiovisual. En el cine, y en la televisión consecuentemente, nada es baldío, todo es ideológico. El problema radica en la mirada de la audiencia, en la simplicidad con que se entienden los conceptos, el escudo crítico que se debilita cuando asistimos a un espectáculo de luces y sombras.

Este hecho entronca, asimismo, con la perniciosa confusión que se establece entre representación y realidad. Cuántas veces se interpreta como real una producción escrita, confeccionada, interpretada y editada por todo un equipo con una intencionalidad explícita. El producto no es ingenuo; la mirada, en gran parte de los casos, sí lo es.

Por ello este libro, y créanme que no peco de hiperbólica, debiera ser recomendado en las escuelas, porque alguien tiene que demostrar que no hay nada nuevo en la viña del celuloide ni existe tejido alguno que tape al emperador.

Ojalá sea cierto y la audiencia abra los ojos, y jamás olvide que siempre habrá a quien le interese que sigamos viendo y viviendo con ellos cerrados.