Despilfarro en tiempos de confinamiento

Despilfarro en tiempos de confinamiento

La situación del sector agrícola empieza a ser muy delicada también fuera de España y las consecuencias pueden ser devastadoras.

AndreyPopov via Getty Images

El mundo ahora parece detenido 

y ya no gira como tiene que girar, 

y yo, para encontrar el norte, miro 

en busca de una estrella fugaz.

(Roberto Iniesta, “Yo me quedo contigo Aquí”)

Lo he repetido tantas veces que en ocasiones he llegado a quedarme ronco, pero volveré a escribirlo, para que nadie lo olvide: en el mundo, en nuestro mundo, una de cada nueve personas pasa hambre y al mismo tiempo despilfarramos un tercio de los alimentos que producimos. Una realidad kafkiana que se torna aún más gris en estos tiempos convulsos de coronavirus. A simple vista pudiera parecer que no, porque las imágenes más habituales de estos días de confinamiento son largas colas en las tiendas de alimentación, ya que todos andamos preocupados por tener la despensa llena. Sin embargo, eso de no tener la despensa llena y pasar hambre es algo que por desgracia muchas personas ya vivían antes del Covid-19: hablamos de los “sin techo” (¿cuántos son? ¿son invisibles?), de esos 3,5 millones de personas que en España padecen una situación de inseguridad alimentaria moderada o grave (es decir, hambre), o de esos niños cuya única ingesta de proteína es (era) la comida al mediodía en los colegios. La situación de estos colectivos se ha agravado en los últimos días y quien tenga dudas al respecto puede conversar con el personal de Cáritas, los bancos de alimentos o asociaciones como Fundació Arrels. Todos ellos llevan días haciendo una llamada desesperada para recibir apoyos y recursos con los que ayudar a los que siguen pasándolas canutas.

¿Y qué sucede estos días en el ámbito del despilfarro de alimentos? El cierre forzado de restaurantes, hoteles o comedores ha abocado a muchísimos agricultores a una inesperada situación: sus cosechas, de repente, no tienen quien las compre. Asimismo, y con el cierre de fronteras, muchos de estos agricultores se dan cuenta que no hay trabajadores “españoles” dispuestos a ir a trabajar en la recolección (recordemos que este tipo de tareas suelen llevarla a cabo miembros de otro colectivo estigmatizado: los inmigrantes ilegales). Los campos empiezan, pues, a convertirse de cementerios de frutas y hortalizas. Ya no suena el blues de la lechuga, sino una nana cruel. De hecho, la situación del sector agrícola empieza a ser muy delicada también fuera de España y las consecuencias pueden ser devastadoras. Por ejemplo, en Estados Unidos la National Sustainable Agriculture Coalition estima que en el periodo marzo-mayo 2020 las pérdidas económicas ascenderán a 1.320 millones de dólares. 

La situación del sector agrícola empieza a ser muy delicada también fuera de España y las consecuencias pueden ser devastadoras.

Pero no quiero convertir estas líneas únicamente en una sucesión de versos tristes. Quiero acordarme de esas personas que están arrimando el hombro, los héroes cotidianos. Por ejemplo, esos agricultores que siguen recogiendo fruta y verduras a pesar de los pesares. O esos conductores de camiones que recorren kilómetros para llevar productos frescos a nuestras localidades. O el personal que trabaja en tiendas de alimentación (ellos no pueden teletrabajar). Sin olvidarnos tampoco de chefs como José Andrés, que además de regentar varios restaurantes, es la cabeza visible de World Central Kitchen (WFK), una organización sin fines de lucro “basada en la acción de invertir en soluciones inteligentes para el hambre y la pobreza”. En estos tiempos de Covid-19 José Andrés ha impulsado a través de WFK la campaña #ChefsForAmerica que solo en el último mes ha repartido en Estados Unidos más de 750.000 raciones de comida a las personas más vulnerables. José Andrés anunció hace escasos días que iba a poner en marcha una iniciativa similar en España bajo el lema #chefsforspain. Son historias que demuestran que en tiempos de zozobra los seres humanos somos también capaces de cosas maravillosas.

Pasará el confinamiento y habrá tiempo de reflexión sobre lo que estamos viviendo. Y también habrá tiempo para volver a preguntarnos: ¿por qué no acabamos con el despilfarro de comida y ayudamos a que nadie pase hambre en el mundo? Porque hoy en día, en la Tierra producimos comida suficiente para que todos tengamos acceso a una alimentación digna.