Diarios de Tinder: el policía nacional exhibicionista y pajillero

Diarios de Tinder: el policía nacional exhibicionista y pajillero

Abrí mi cuenta de Tinder al dejar una relación de dos años que se había convertido en todo lo que ni mi pareja ni yo queríamos ser.

Abrí mi cuenta en Tinder al dejar una relación de dos años que se había convertido en todo lo que ni mi pareja ni yo queríamos ser. A pesar del drama (¡cómo nos gustaban los dramas!), mis amigas me convencieron con eso de que “sólo es para entretenerte” y lo de que “ahora te toca disfrutar y follar como una loca”. Un día de resaca, aburrida en casa con una de estas películas de Antena 3 de fondo, me bajé la aplicación. Desde esa tarde de hace tres meses, un mundo nuevo se abrió ante mis ojos y no hago más que flipar con los PERSONAJAZOS que me encuentro.  

Hay quien busca sólo echar un polvo, otros al amor de su vida (sí, de verdad) o una simple amistad (raruno también). Me adentré en esa selva sin tener muy claro qué buscaba. La única información que tenía sobre esa gente eran sus fotos y una pequeña biografía: “Aventurero, deportista, soñador, amable, cariñoso…”. En fin, PEREZOTE. Otros, a los que parece que no ha ido muy bien hasta ahora, se muestran un poco más pasivoagresivos: “Si no vas a hablar conmigo, no me des match”. 

Paso de conocer a alguien que me torture saliendo a correr

Afiné mis preferencias vía descartes: chicos que salen en fotos sin camiseta frente al espejo, NO, gracias. Tampoco doy match a los que se definen como unos “locos del gym y el deporte”: paso de conocer a alguien que me torture saliendo a correr o que me recuerde cada día mis múltiples complejos con su cuerpo atlético y perfecto. Cero caso también a los que llevan banderita de España y a los que te saludan con un “qué buena estás” o algo así. A todo ello le sumo que soy bisexual, y cuando sale el tema, el 90% de los tíos contestan con la misma frase: “¿Y te hace un trío?”. Qué cansinos y previsibles, joder. 

  Foto de archivo policía nacional.GETTY

La primera experiencia con la que me quedó claro que esto iba a ser más divertido de lo que pensaba fue con un policía nacional. La app está hasta arriba de miembros de las Fuerzas de Seguridad: militares, policías nacionales, municipales, guardias civiles… Parece que saben que su profesión no hace match con algunas personas, y por eso suelen describirse como “funcionarios”. Sutil, pero tengo un olfato infalible para identificar para los nacionales… Y le pillé a la primera. La conversación fue algo así: 

  • ¿Funcionario? ¿Eres poli?
  • Sí, ¿te molesta?
  • ¿poli nacional?
  • Sí, seguro que son los que menos te gustan. 
  • Son los que me quitan los porros y nos pegan en las manis. 
  • Pues yo no soy de esos, estoy en otro departamento jeje 

Era un madurito de gimnasio de 40 años que nunca antes me habría molado, pero por qué no darle una oportunidad. Al menos no era antidisturbios. Hablamos un poco y nos dimos los números para contactar vía Whatsapp. Ah, por cierto: otra de las cosas buenas que tiene Tinder es que no permite mandar fotos, así que te evitas ver pollas de tíos pajilleros que ni siquiera te han dicho “hola” y ya te están mandando fotos de sus miembros. Poco más tarde descubrí el por qué de esa sabia decisión de los creadores de la app. 

Respeto los gustos de cada uno en la cama, pero el exhibicionismo no es lo mío.

Una vez agregados al Whatsapp, mi nuevo amigo el poli me ofreció quedar a tomar algo. Lo normal en una conversación con alguien de Tinder si no fuese porque después de esa oferta me dijo de echar un polvo y que alguien nos mirase desde detrás de una puerta. Respeto los gustos de cada uno en la cama, pero el exhibicionismo no es lo mío. 

  • ¿Que nos mire alguien en la cama? ¿Quién? ¿Por qué?
  • Me pone que me vean follar escondidos, ¿no tienes ninguna amiga o amigo al que le apetezca?

Por un momento me reí sola imaginándome escribiendo a mis amigas: “Ey, qué pasa tía, ¿oye, quieres verme follar con un policía nacional desde detrás de una puerta?”. Nada, no me valía la idea, así que se lo dije: “Oye, que yo respeto que te mole ese rollo, pero no me va”. El tío tenía la respuesta ya preparada: “¿Y si follas tu con alguien y os espío yo?”. 

El poli estaba abierto a todo. Pero, ¿cómo iba a sentirme cómoda con ese mastodonte mirando y pajeándose mientras yo disfrutaba con cualquier otra persona? Qué va, lo de que me vigilen mientras follo no es lo mío, se lo dije y pensé que ahí se acabaría todo. El tío no había encontrado en mí lo que quería y la verdad es que no me llamaba nada de él. Pasaron unas horas sin conversación, pero volvió a la carga. 

  • Ey, me gustan también otras cosas. 
  • ¿Por ejemplo?
  • Pues me gusta pajearme en mi coche y que las tías me vean desde fuera cuando pasan. 
  • ¿Perdona? 
  • Que sí, que si quieres quedamos el miércoles y te digo dónde está mi coche. Vienes y ves cómo me pajeo desde fuera, sin decirme nada. No es la primera vez que lo hago. 

Me pareció asqueroso. Y más viniendo de un policía nacional (¿eso no es un delito?). Al menos a mí me lo había planteado… Le dije que me daba un poco de asco el rollito y que no estaba cómoda. El tío contestó con una foto de sus calzoncillos marcando pene. Cuando dejé de contestarle, me mandó una agarrándosela y le bloqueé.

De esa primera experiencia de Tinder me llevo una fotopolla policial, un bloqueo y las risas de después. Risas que ya no lo fueron tanto cuando aparecieron el militar, los votantes de Vox, el loco de los pokemones, el fetiche de los pies o los ofendiditos...