¿Dónde está la bolita?

¿Dónde está la bolita?

Si han seguido los últimos movimientos postelectorales es probable que se hayan acordado del trile. Mucha sacudida y ninguna a la vista. Siempre hay algo que se esconde. Así que mejor no apuesten.

La bola se mete debajo de uno de los tres cuencos. Hay que adivinar en qué vaso está después de que los recipientes se muevan con rapidez y cierta maestría para que uno pierda pronto la referencia visual y se despiste. El juego se llama trile. Y el que apuesta generalmente pierde porque la bola suele acabar escondida en la mano del “trilero”. Cada día hay personas que pican.

Si han seguido o leído los últimos movimientos postelectorales es probable que reconozcan cierta similitud con esa imagen. Mucha sacudida y ninguna a la vista. Siempre hay algo que se esconde. Así que mejor no apuesten.

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El resultado de las elecciones del 28-A fue inequívoco. El del 26-A, aún también siéndolo, ha quedado más abierto. Pero ya saben que esto no va de ganar, sino de sumar para poder gobernar y, aún sumando, esta vez las opciones son varias. Todo depende de la voluntad de los partidos para superar un modelo que ha pasado sin apenas tránsito del bipartidismo al “bloquismo”. Lo de la transversalidad y la necesidad de acuerdos entre diferentes queda solo para los discursos o quizá para otro momento de la historia. España en este capítulo no juega aún la liga europea. Si acaso hay algún espontáneo como Manuel Valls en Barcelona o Iñigo Errejón en Madrid, que invitan a explorarlo aunque sin mucha garantía de éxito.

Ambos han zarandeado esta semana el tablero político y provocado convulsiones en la derecha y en el independentismo al proponer acuerdos cruzados, entre distintos, sin afinidad ideológica… En un caso, para que los gobiernos regional y local no dependan de la ultraderecha de VOX. En el otro, para cerrar el paso a ERC en el Ayuntamiento de Barcelona.

Lo más seguro es que prediquen en el desierto, que su oferta no supere los bloques, que lo hayan hecho el uno para forzar a Ada Colau a salir de su ambigüedad calculada respecto del independentismo y el otro, para reafirmar la imagen de un Albert Rivera intransigente, víctima de sus propios errores y cuyo liderazgo se cuestiona ya tanto dentro como fuera de su partido. En España y en Europa. En la política y en la empresa. Entre sus iguales y entre quienes ayudaron a crear el personaje política, económica y mediáticamente.

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Albert Rivera y Ada Colau, frente al espejo y ante una elección que sin duda marcará sus respectivos futuros inmediatos, además del papel a jugar en una Legislatura decisiva para la estabilidad de las instituciones y para la solución política del problema catalán. Derecha o centralidad. Independentismo o constitucionalismo. Diálogo o portazo. Acuerdo o disenso. Confrontación o pacto. Se trata de eso.

El PSOE está de acuerdo con uno y otro, y acompasó su primeros movimientos la semana hacia esa escena, pero la opción de entregar a Begoña Villacís la Alcaldía con el apoyo de Más Madrid a cambio de que Ángel Gabilondo presida la Comunidad, se desvanece por momentos. Y eso que Rivera tendría como argumento haber facilitado el cambio tras 24 años de Gobierno de derechas en la región y de paso exhibir como trofeo la joya de la corona capitalina. Ni por esas. Prefiere quedarse en el bloque de la derecha y pactar con el PP ambos gobiernos, aunque el precio sea sentarse en una mesa negociadora con una ultraderecha a la que, en Europa, su familia política ha impuesto un cordón sanitario.

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El partido de Abascal quiere foto y quiere entrar en los gobiernos en lugar de aparecer de convidado de piedra como hizo en Andalucía. Está en su derecho. El “a cambio de nada” les ha restado votos.

El caso es que Colau y Rivera no quieren retratarse públicamente. Por eso andan ambos moviendo los cuencos -a modo de trileros- para jugar al despiste por motivos estrictamente partidistas. Rivera porque, ante la debilidad de la derecha tradicional, ha decidido jugar en ese marco, pese a que la decisión le obligue a compartir espacio y discurso con la ultraderecha. Y Colau porque no quiere abjurar del independentismo para no fracturar más a los Comunes.

Así andamos. Con oscilaciones en todos lados. Porque el PP no sabe ya si le conviene viajar al centro o quedarse para siempre en la derecha-derecha. Va por barrios. Si preguntan a Moreno Bonilla o Feijoó lo tienen claro. Y si la respuesta la da Casado, depende de si hay o no cita con las urnas, de si habla ante el Comité Ejecutivo o ante los micrófonos de la prensa. Por no saber, el líder de los populares no sabe ya ni dónde emite. La única certeza es que si no salva el gobierno de Madrid la zapatiesta que le tenían preparada sus barones para la noche del domingo, llegará tras la constitución de los gobiernos locales y regionales. El suyo es un liderazgo cogido con alfileres que pueden desprenderse en cualquier momento.

  5cf15e872400005e07856471Piroschka Van De Wouw / Reuters

Y, hablando de liderazgo, el de Pablo Iglesias no es tampoco de los boyantes, tras las elecciones municipales y autonómicas. Lo que le faltaba, después del batacazo y la humillación de Errejón en Madrid, es que el PSOE al que tanto ha dado le desprecie ahora como socio de Gobierno después de haber dicho lo contrario y busque fórmulas para que parezca un no y sea un sí a medias.

Salvo que Rivera cambie el tercio, retire el veto al PSOE, pacte algunos gobiernos con los socialistas y apoye a Sánchez en el Parlamento -y nada de ello asoma en el horizonte-, el actual presidente sabe que necesita los 42 votos de Iglesias en el Congreso y que tendrá que dar oxígeno a Podemos.

¿Dónde está la bolita? Aunque crean verla, no apuesten. Esto hasta mitad de junio seguirá en movimiento.Y no precisamente para situar los intereses generales por encima de los partidistas. Todos, a excepción de Sánchez, andan yermos de un liderazgo incuestionable y de lo que se trata es de salvarlo. Es política, que no POLÍTICA.