El bueno, el feo y el malo de COVID-19: investigadores, negacionistas y antivacunas

El bueno, el feo y el malo de COVID-19: investigadores, negacionistas y antivacunas

¿Hay que respetar todas las opiniones?

Clint Eastwood en el papel de Hombre sin nombre para la Trilogía del dólar de Sergio Leone. 

Por Nuria Eugenia Campillo, María Mercedes Jiménez Sarmiento y Matilde Cañelles López, científicas del CSIC:

Muchos recordarán, sin duda, aquella película dirigida por Sergio Leone, El bueno, el feo y el malo. Hemos recurrido al símil cinematográfico porque el humor, incluso en los temas más serios, se agradece. No tratamos de equiparar ni asimilar con adjetivos sino poner en relevancia tres fenómenos actuales que en esta pandemia están jugando un papel peligrosamente relevante.

Aunque han existido siempre, durante estos meses de pandemia se ha disparado el número de grupos “anticiencia”. En paralelo a un número espectacular de trabajos científicos publicados por la comunidad científico-sanitaria han aflorado negacionistas del SARS-CoV2, conspiranoicos, antivacunas y vendedores de tratamientos ineficaces y frecuentemente peligrosos. Con todo lo que ello implica.

Como es habitual en todos los grupos negacionistas de cualquier hecho probado científicamente, los que afloran con la pandemia niegan la existencia o la gravedad de la COVID-19.

Se alimentan del sentimiento de impotencia ante una situación de crisis como es la actual. ¿Y por qué tienen tantos seguidores? Pues porque, aunque sea falsa, dan una respuesta al miedo e incertidumbre que generan situaciones como la COVID-19. Y las personas necesitan tener algo a que aferrarse para sentirse seguras.

Riechmann proponía 4 niveles de negacionismo y en marzo se preguntaba si aprenderíamos de la actual crisis sanitaria. Desgraciadamente, varios meses después podemos decir que no hemos aprendido mucho y que, muy al contrario, los grupos negacionistas ganan terreno. Incluso ha nacido un grupo de médicos negacionistas, los “Médicos por la verdad”, que difunden que el coronavirus no es más que una gripe. Sin olvidar a los políticos negacionistas, como D. Trump o J. Bolsonaro, que ignoran las recomendaciones de las autoridades sanitarias y las evidencias científicas.

Así se conoce a quienes mantienen teorías como que el virus no es natural y ha sido creado para ganar dinero con vacunas o tratamientos antivirales. O que es un arma biológica china, americana, judía o fundamentalista. O un esquema para reducir la población mundial impulsado por Inglaterra y Bill Gates, e incluso un producto de la tecnología 5G.

Sus seguidores se caracterizan por el “sesgo de confirmación”: buscan noticias en sitios afines, burbujas digitales que les dan lo que quieren oír.

Los grupos antivacuna aparecieron cuando Edward Jenner (finales del S XVIII) realizó la primera vacunación de la historia contra el virus de la viruela. Se puede entender que, en ese momento, aparecieran voces oponiéndose a ellas por ignorancia, desinformación, miedo. Lo incomprensible es que, más de 150 años después, sigan existiendo y cada vez con mayor predicamento, como demuestra el grupo anti-vacunas “Stop Mandatory vaccination”, con más de 153.000 miembros.

Los antivacunas se hicieron más fuertes a partir de un artículo del médico A. Wakefield, difundido por la revista científica The Lancet, sobre 12 niños vacunados que habían desarrollado comportamientos autistas e inflamación intestinal grave. El autor proponía como posible causa la vacuna que se había utilizado, por lo que muchos padres sintieron miedo y dejaron de vacunar a sus hijos. En 2004, el Instituto de la Medicina de EEUU concluyó que no había pruebas científicas para la hipótesis que había propuesto Wakefield y The Lancet rechazó el trabajo. Pero ya era demasiado tarde.

Los que no se vacunan o no vacunan a sus hijos no lo hacen de mala fe, pero desgraciadamente su decisión errónea no solo pone en peligro su salud, sino también la de los otros.

Durante una pandemia, podría esperarse que todos anhelaran la llegada de una vacuna. Pero eso no es lo que muestran las diferentes estadísticas realizadas recientemente. En EEUU, el resultado del estudio que realizó el grupo “Gallup Panel” mostró que muchos estadounidenses son reacios a vacunarse, incluso aunque fuera sin costo alguno. En julio-agosto de 2020, cuando se les preguntó si recibirían la vacuna COVID-19, el 35% respondió que no. Llama la atención que estas cifras estén relacionadas con la ideología política: el 81% de los demócratas están dispuestos a vacunarse con una vacuna gratuita y aprobada por la FDA, mientras que solo el 47% de los republicanos lo haría.

En España, según un estudio del Instituto de Salud Carlos III, el 30% de los encuestados manifestó dudas sobre si se vacunarían contra el coronavirus, frente al 70% que respondió que lo haría.

¿Quién no se ha encontrado alguna vez a una persona que, en tono grandilocuente y erigiéndose como experto en la materia, realiza aseveraciones vagas, ambiguas, muy a menudo obvias, pero que consiguen impactar emocionalmente?

En momentos de crisis, cuando tenemos poco tiempo para reflexionar, florecen a nuestro alrededor. El problema es que estas personas manipulan a otras en situación vulnerable, por ejemplo enfermos graves a los que ofrecen curas extraordinarias, como Josep Pamiés. También los hay que dirigen poderosas naciones –Donald Trump es el ejemplo más representativo–, generando efectos catastróficos para la salud de países enteros. Utilizan la pandemia con fines ideológicos, para alimentar y potenciar sus ideas, mezclando hechos y datos reales con datos falsos para hacerlos más creíbles, y después los expanden estratégicamente en redes sociales.

Una de las razones del éxito de este tipo de creencias es la lentitud intrínseca del método científico. Como describíamos en un artículo previo, el proceso de investigación científica conlleva superar muchas etapas para alcanzar resultados creíbles y reproducibles.

En situaciones como la presente pandemia, por más que se aceleren los procesos, la ciencia no genera respuestas al ritmo que la sociedad las solicita. El ser humano maneja mal la incertidumbre, a pesar de vivir con ella desde el principio de los tiempos y ser uno de los orígenes de la curiosidad y la ciencia. Por ello, muchos buscan atajos en forma de explicaciones rápidas. Y si de paso se culpa a enemigos ya existentes, mejor.

En ese contexto surgen los movimientos anti-vacunas y negacionistas. Nacen de la falta de información y conducen a una falta de confianza en la ciencia. Los grupos “anticiencia” desconfían de la ciencia, descalificándola y deshumanizándola.

¿Qué persiguen? Los negacionistas y antivacunas apoyan una idea irracional probablemente movidos por miedo, incertidumbre y/o tendencia política. Y los “vendedores de humo” pretenden conseguir un objetivo económico o comercial.

Todo esto incita a formaciones populistas que utilizan sus falsos argumentos para luchar contra un sistema que, según ellos, les oprime, minando de este modo el fundamento del conocimiento.

La opinión es un juicio formado con respecto a algo o alguien. En la opinión no hay método. Frente a la opinión está la ciencia, que conduce a verdades que no son intuitivas ni obvias, y eso es difícil de aceptar.

En la vorágine de esta pandemia, la sociedad necesita saber. Según la Dra. Wagner, “la imagen que los ciudadanos tienen de la ciencia ha cambiado”. La sociedad ha aprendido que la ciencia no produce verdades últimas, sino que gracias al método científico se gestionan de manera racional, rigurosa y metódica las incertidumbres sobre la COVID-19.

Nadie mejor que los científicos –fuera de la torre de marfil– para dar a conocer las investigaciones y los resultados que nos llevarán a la solución final de esta y otras pandemias venideras. Su comunicación no sólo debe ser veraz y asentada en el conocimiento generado, sino asequible, sencilla para ser comprendida por personas de cualquier edad y condición. Debe aprovechar las redes sociales y las nuevas plataformas para los más jóvenes, y recurrir a la radio, prensa y televisión para llegar al resto de la población.

Por tanto, si alguien difunde y cree noticias enfrentándolas con la investigación científica, o sabiendo que no están sometidas al método científico, ¿qué es, un estúpido o un malvado? Vamos a por el final feliz en la película, y que ganen los buenos.

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