El cerebro y sus sesgos en tiempos de pandemia

El cerebro y sus sesgos en tiempos de pandemia

Todos nosotros llevamos dentro un seleccionador de fútbol y un médico, bueno y a partir de la COVID-19 también un epidemiólogo experto.

Un supermercado desabastecido en Barcelona durante los primeros días del confinamiento. INA Photo Agency via Getty Images

Los sesgos cognitivos son atajos en nuestro razonamiento que hace que seamos más eficientes en la toma de decisiones. A la hora de evaluar un peligro nuestros circuitos neuronales intentan buscar situaciones similares que ya hemos vivido y que dejaron una impronta en nuestro hipocampo, lo cual tiñe de subjetividad la percepción del riesgo, pudiendo aumentarlo o disminuirlo. 

Por ejemplo, en el caso de la pandemia al principio minimizamos su peligro, porque las epidemias más recientes no habían golpeado a nuestro país con esa magnitud, tuvimos una falsa percepción de que el coronavirus no llegaría a nosotros.

Hay un sesgo muy relacionado con este fenómeno que se llama de anclaje. Los expertos no se cansaban de repetir, al principio, que la COVID-19 era como una gripe, esto hizo que en nuestro cerebro se quedara atrapado esa referencia durante mucho tiempo.

El efecto avestruz explica la tendencia que tenemos, en ocasiones, a creernos que todo funcionará de la manera habitual y a infravalorar los riesgos a los que nos enfrentamos. Claro, que en el extremo opuesto estaría el peor escenario posible.

Nuestro cerebro es más sensible a las imágenes que a las estadísticas o a las narraciones y eso lo saben muy bien los publicistas. Las imágenes con los féretros de los fallecidos italianos hicieron que aumentara nuestra percepción del riesgo, nos hizo ser más cautos, a pesar de que tiempo atrás ya disponíamos de terribles datos estadísticos.

Cuando la pandemia estuvo establecida apareció el llamado prejuicio de retrospectiva, lo cual se traduce en esa expresión tan española “si ya se veía venir”.

Hay un sesgo que puede ser especialmente peligroso en momentos de pandemia, es el llamado de la suma cero, que básicamente consiste en que pensamos que la ganancia de una persona se deriva necesariamente de la pérdida de otra persona.

Esto puede hacer que acaparemos desinfectantes, mascarillas, geles hidroalcohólicos… sin ningún tipo de mesura. Pensamos que estaremos más protegidos si nos atrincheramos con todo este arsenal, mientras que el vecino de enfrente será más vulnerable al no disponer de ello. Sin embargo, si nos paramos un instante a pensar que si él se contagia nos puede infectar también a nosotros, quizás será mejor utilizar el sentido común y compartir.

La ansiedad y el miedo pueden hacernos sentir, sin que exista una clara evidencia que así lo demuestre, que por pertenecer a un determinado grupo social o religioso tenemos una mayor vulnerabilidad frente a la enfermedad. Este sesgo se traducirá en elevados niveles de etnocentrismo e intolerancia que arrastrará incontrolables manifestaciones de xenofobia.

Cuando la pandemia estuvo establecida apareció el llamado prejuicio de retrospectiva, lo cual se traduce en esa expresión tan española “si ya se veía venir”. Sobreestimamos nuestra capacidad para preverlo y magnificamos los errores cometidos desde la administración.

También es importante reflexionar sobre el sesgo de confirmación, básicamente consiste en profundizar en la lectura de aquellas fuentes de información que apuntalan nuestras ideas, bien políticas o científicas. Al tiempo que rechazamos todas aquellas que se oponen a nuestra forma de pensar. Para evitarlo es muy importante balancear el consumo de información y contrastarlo de forma adecuada.

Todos nosotros llevamos dentro un seleccionador de fútbol y un médico, bueno y a partir de la COVID-19 también un epidemiólogo experto.

Ahora bien, ¿a qué fuentes recurrimos para documentarnos? Cuando hay torrentes de información todos tratamos de acceder de la forma más rápida y menos penosa, huimos de textos largos y artículos farragosos, a pesar de que con ello perdemos fiabilidad en el contenido.

Por ese motivo, en la pandemia nos hemos convertido en grandes consumidores de tweets, que usamos sin ningún tipo de pudor para “profundizar” en cualquier tema de actualidad. Es lo que se llama la heurística de la disponibilidad.

Por otra parte, las noticias de última hora –las virales– están sujetas a formar parte del cajón de las fake news (noticias falsas). Bajo el paraguas no escrito de “si es viral, es verdadero” nos dejamos llevar por el efecto bandwagon o de arrastre. Las modas, el uso indiscriminado de guantes, las compras de papel higiénico… forman parte de este sesgo.

Todos nosotros llevamos dentro un seleccionador de fútbol y un médico, bueno y a partir de la COVID-19 también un epidemiólogo experto. Esto es lo que se conoce como efecto Dunning-Kruger, es decir, cuanto más ignorantes somos en un tema, más confianza tenemos al emitir opiniones sobre el mismo.

Para terminar, me quedo con una frase del maestro Goethe: “el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad”. Espero tenerlo presente.